El referéndum sobre la independencia de Catalunya no sabemos cuándo será, pero hay fecha fijada para otro referéndum que inexorablemente se celebrará en mayo de 2023. Las próximas municipales en Barcelona serán un auténtico referéndum sobre la alcaldesa Ada Colau. Los barceloneses se tendrán que pronunciar. Colau, sí, o Colau, no, y el resto de asuntos serán secundarios. El debate suscita tantos intereses, que la batalla ha empezado con dos años de antelación y puede suponer un cambio profundo del paradigma político, primero en Barcelona y a continuación en el resto del país.

El último barómetro municipal pone de manifiesto una evidencia y una aparente contradicción. El 44% de los barceloneses considera buena o muy buena la gestión de Colau y son más que los que la consideran mala, el 39%. Pero también que la gestión de Colau aparece como el segundo problema más preocupando de la ciudad y que a ojos de los ciudadanos la alcaldesa suspende por cuarta vez consecutiva, con un 4.7. Estos datos afirman que la alcaldesa no deja a nadie indiferente. Aproximadamente la mitad de los barceloneses son firmemente partidarios y la otra mitad la detesta profundamente lo que está haciendo.

Hay que reconocerle a Ada Colau que, sin experiencia política y con un partido casi inventado, ha conseguido en pocos años articular una masa crítica a su favor, a base de imponer un cambio político en la ciudad argumentado con doctrinas ideológicas y posiciones de un cierto populismo supuestamente progresista o supuestamente ecologista. Haber puesto el Eixample patas arriba y haber declarado la guerra al coche han convertido la alcaldesa de Barcelona en una especie de referente para gente dispuesta a subirla a los altares y para gente dispuesta condenarla a los infiernos, pero ha procurado un protagonismo inimaginable a una activista que llegó a la alcaldía casi por accidente. Hasta el punto que The New York Times se preguntaba hace unos años —cuando todavía no se habían estrenado las barreras New Jersey—, "Qué puede aprender Nueva York de las supermanzanas de Barcelona".

Ada Colau, sin experiencia política y con un partido casi inventado ha conseguido en pocos años articular una masa crítica a su favor a base de imponer un cambio político en la ciudad argumentado con doctrinas ideológicas y posiciones de un cierto populismo supuestamente progresista o supuestamente ecologista

Lo más interesante desde un punto de vista político, es que gobernando como gobierna Colau, con los socialistas, son los políticos y los técnicos socialistas de la Barcelona Olímpica y del Fòrum los que más bien se han apuntado a la batalla para intentar parar lo que consideran la degradación de la ciudad con riesgo de volverse irreversible.

La voz crítica más contundente ha sido precisamente la de José Antonio Acebillo, arquitecto municipal entre 1999 y 2003, que ha llegado a pedir a los barceloneses que presenten denuncias contra el ayuntamiento para parar las iniciativas de urbanismo táctico que, según su opinión, suponen un riesgo para el futuro de la ciudad. "El llamado urbanismo táctico —escribe Acebillo— ni se puede considerar una estrategia disciplinaria ni es el instrumento que Barcelona necesita para renacer. Solo es una forma de paraurbanismo cutre, que lamina la iniciativa de la sociedad civil y desprecia la sensibilidad cultural, que, si perdura y no se corrige, implicará a corto plazo graves consecuencias socioeconómicas para la ciudad y para el país, precisamente cuando más necesitamos una capital fuerte, resiliente y creativa".

No es Acebillo el único. Joan Torres, ex-teniente de alcalde de Vía Pública, ha dicho esto en conversación/entrevista con Rafael Pradas: "El Eixample es un área terciaria y reducir el tránsito a unos niveles que no permitan que pueda funcionar como tal sería irresponsable, podría comportar una cierta caída de la actividad económica. El quid de la cuestión está en mantener esta terciarización ordenada ante un cierto cambio que seguramente responde más a elementos dogmáticos, sentimentales o emocionales que a la defensa del medio ambiente y la lucha contra la contaminación. Todos estamos a favor de la defensa del medio ambiente, pero eso tiene un proceso y no podemos romper de manera drástica esta relación entre urbanismo y movilidad y entre movilidad y economía".

Incluso se ha registrado bajas en los apoyos a Ada Colau. Victoria Combalia, crítica de arte de referencia, no ha tenido inconveniente en revelar que votó a Colau por considerarla feminista y de izquierdas, pero ahora le ha enviado una carta abierta, publicada en El País, que empieza así: "Con todos mis respetos, debo decirle que me parece que tiene usted buena parte de responsabilidad en la degradación de Barcelona..."

Barcelona es el laboratorio para cambiar la política catalana. El modelo de ciudad determinará al modelo de país y eso se decidirá antes que la independencia.

Después de una intervención de Acebillo en el Círculo del Liceo, Francisco Gaudier, presidente de la entidad, lanzó la idea de crear una plataforma de la sociedad civil que replantee el modelo urbanístico actual. Y la plataforma ya se ha constituido. Han aparecido esta semana por Barcelona carteles con el siguiente mensaje: "Han estropeado Barcelona. Es la hora de construir una alternativa de Ciudad". Buscando en Google se encuentra una web titulada Conversaciones en Catalunya, patrocinada por la Caixa, que se presenta así: "Constituimos un conjunto de personas procedentes de diferentes experiencias, unidas por la voluntad de trabajar juntos para favorecer la configuración de un gran espacio central en la política catalana". Entre los promotores figuran Jordi Alberich, Eugeni Gay, Juan José López Burniol, Josep Miró Ardèvol, Alfred Pastor y Fèlix Riera. Tampoco es la primera iniciativa. Ya hace tiempo que las redes están llenas: Stop Colau, Movimiento antiColau, Frau Colau, Recuperamos Barcelona...

Como fenómeno político, lo más interesante es que no aparecen siglas de partidos políticos en esta movilización. O se esconden o surge de gente que se siente huérfana de representación. Se da el caso que los tres principales partidos representados en el Consistorio no son alternativa a Colau, sino que se han implicado y comprometido con las políticas que han provocado este rechazo. Además de los Comunes, los socialistas cogobiernan la ciudad y ERC ha dado apoyo a los asuntos más controvertidos como el tranvía de la Diagonal en época de autobuses eléctricos o de hidrógeno. La situación recuerda la desorientación general que se produjo en la política francesa y que Emmanuel Macron supo capitalizar con un nuevo partido político que no era ni de derechas ni de izquierdas, pero que inequívocamente formaba parte del establishment.

Así que Barcelona va camino de convertirse en el laboratorio para cambiar la política catalana. El independentismo es mayoritario en Catalunya, pero no en Barcelona, donde el debate circula por vías diferentes. La cuestión central es el modelo de ciudad, y, sin duda, el modelo que asuman los barceloneses para la capital de Catalunya, determinará el modelo de país. Y no hace falta decir que eso se decidirá antes de la independencia.