En un municipio del interior de Catalunya una pintada de grandes dimensiones saluda de manera muy elocuente a los ciudadanos que pasan por la carretera: Mai ens fareu espanyols (Nunca nos haréis españoles). Acompañado de una estelada, el lema —que de hecho debería decir Mai no ens fareu espanyols, porque el catalán, como el francés y al contrario del castellano, para negar suele usar la doble negación— va dirigido claramente a los españoles, como respuesta a los constantes intentos de asimilación que desde hace siglos España pone en práctica con Catalunya. De momento en vano, aunque la presión ejercida sobre los catalanes desde el fiasco de la aplicación del resultado del referéndum del Primer d’Octubre y la tendencia negativa de estos últimos años en cuestiones como la lengua, las señas de identidad o la inmigración no auguran nada bueno si no se actúa deprisa.

El mensaje entronca con un concepto que hace un cierto tiempo, cuando en España todavía había una dictadura, era muy claro, pero que ahora que en teoría hay una democracia parece del todo olvidado. Se trata de lo que algunos de los exiliados después de la guerra civil española, debido a la victoria del régimen fascista del general Franco, llamaron "la naturaleza permanente e inalterable del problema catalán". Esto es, que el problema de Catalunya no es si en España hay una democracia o una dictadura o si España es de derechas o de izquierdas, sino que el problema de Catalunya es España, independientemente de que haya una dictadura o una democracia o que sea de izquierdas o de derechas. La relación está perfectamente explicada en lo que se conoce como El cas de Catalunya, una apelación dirigida, por parte del Consell Nacional Català, fundado en Londres el 1940 y presidido por Carles Pi-Sunyer, a las Naciones Unidas en la Conferencia sobre Organización Internacional que se celebró en abril del 1945 en San Francisco, que redactó el borrador de la Carta de las Naciones Unidas y de la que nació propiamente la Organización de las Naciones Unidas (ONU) tal y como se conoce hoy.

El texto en cuestión, que subraya que el conflicto entre Catalunya y España no es un problema interno español, sino de naturaleza internacional, señala que "los puntos básicos de las aspiraciones catalanas no cambian con la existencia en España de un régimen más o menos liberal, ni tampoco con un grado mayor o menor de persecución o de opresión", sino que "las aspiraciones de Catalunya subsisten independientemente de la existencia o la no existencia de Franco en España". De hecho, precisa que "Catalunya ha sido una nacionalidad oprimida bajo la monarquía, bajo la república española y bajo Franco" y "la eliminación de Franco por sí sola no resuelve el problema nacional catalán, así como no quedó resuelto con el simple derrocamiento de la monarquía borbónica", en referencia a la caída de Alfonso XIII. Y remacha que, "como la historia demuestra, ni siquiera una España liberal y democrática del tipo de la república española es capaz de resolver el problema nacional catalán". De ahí que "Catalunya no pueda aceptar la premisa de que su libertad nacional sea identificada y confundida con el problema de restaurar la democracia y el régimen republicano en España". Teniendo en cuenta, además, que la opresión del Estado que te quiere tener subyugado es más evidente en una dictadura, pero más peligrosa en una democracia, porque todo queda más diluido y en nombre de la democracia se puede llegar a provocar tanto daño o más.

El problema no es de qué color es, sino que el problema es España misma. Mientras esto no lo tengan claro, o no les interese tenerlo claro, mientras se sientan más cómodos reformando España que independizándose de ella, Catalunya saldrá perdiendo siempre

El cas de Catalunya, dirigido a los cuatro países patrocinadores de la conferencia de San Francisco —Estados Unidos, el Reino Unido, la URSS y China— con el fin de que lo trasladaran a los cincuenta Estados de los cinco continentes que participaron en ella, fue presentado por Josep Carner Bofarull, Josep Fontanals y Joan Ventura Sureda, miembros activos de la comunidad catalana en Estados Unidos, pero que debieron actuar en nombre de la delegación americana y no del conjunto del Consell Nacional Català, porque en aquellos momentos se estaba disolviendo fruto de las desavenencias internas tan típicas del movimiento catalanista y ante la inviabilidad de asumir la representación del pueblo de Catalunya frente a la figura del president de la Generalitat en el exilio, Josep Irla, que por aquellas fechas encargaba precisamente a Carles Pi-Sunyer la formación del Govern. A pesar de todo, la presentación de la apelación salió adelante y, aunque es obvio que los reunidos en la capital de California no le hicieron demasiado caso, fue como una primera piedra de las reivindicaciones que desde entonces, y de manera muy especial estos últimos años, Catalunya ha elevado a la comunidad internacional.

El valor de este documento ochenta años después es que "la naturaleza permanente e inalterable del problema catalán" descrita por aquellos exiliados en Estados Unidos permanece inmutable y sigue siendo la piedra angular del conflicto aún irresuelto con España. De hecho, todo su contenido es plenamente vigente, perfectamente aplicable a la situación en que se encuentra también ahora Catalunya. La cuestión es que los partidos catalanes actuales —ERC, JxCat y la CUP—, sobre el papel herederos de los que perdieron la guerra civil española, no se han enterado de que es así o no se han querido enterar. Porque hacen exactamente lo contrario de lo que plantea El cas de Catalunya, se preocupan más de que España sea de izquierdas que de derechas en lugar de preocuparse de Catalunya, como bien se está viendo en las negociaciones de las formaciones de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras con el PSOE para la constitución de la mesa del Congreso y para una nueva investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España.

Ni siquiera la retórica grandilocuente del 130º president de la Generalitat, y de JxCat en general —unilateralidad y compañía—, no sirve para disfrazar que en el fondo hace el mismo discurso indulgente de ERC que garantiza la reelección del líder del PSOE a cambio de una salida airosa a su situación personal en forma de amnistía -o cómo se acabe denominando- y que sacrifica definitivamente el mandato del referéndum del Primero de Octubre a cambio de un hipotético acuerdo ad calendes graecas sobre el ejercicio del derecho de autodeterminación. Todos ellos están dando carta de naturaleza a un cambio de imagen de España de cara a la galería de Europa, que a Pedro Sánchez le servirá para cerrar de manera permanente la carpeta catalana, en lugar de certificar que España no tiene remedio y que el problema no es de qué color es, sino que el problema es España misma. Mientras esto no lo tengan claro, o no les interese tenerlo claro, mientras se sientan más cómodos reformando España que independizándose de ella, Catalunya saldrá perdiendo siempre.

Parece que ERC y JxCat no se acuerdan de que hace cuatro días la abstención de una parte del movimiento independentista les pasó factura y que no sean conscientes de que, mientras sigan por este camino, más que se la pasará. A pesar de disfrutar de una posición decisiva gracias a los caprichos de la aritmética parlamentaria, no habrán tenido ni la decencia de jugarla, por una vez, a favor del país. La pintada del municipio del interior de Catalunya recoge a la perfección el espíritu de aquellos catalanes exiliados en los tiempos oscuros de la dictadura franquista. El mismo clamor de independencia que, sobre todo desde el 2012, cada Onze de Setembre sale a la calle, pero que los partidos catalanes todavía hoy son incapaces de asumir con todas las consecuencias.