Lo advirtió Edmund Husserl, uno de los mayores talentos filosóficos del siglo XX, en una conferencia memorable en Viena, titulada “La crisis de la humanidad europea y la filosofía”. Corría el año 1935, y hacía sólo dos años que Hitler había accedido a la cancillería del Reich. Empezaba el periodo más trágico del siglo y la amenaza que entonces se cernía sobre la democracia como sistema no era sólo un presagio retórico, sino, como pronto corroborarían los acontecimientos, un peligro real. En este contexto, las palabras de Husserl, frente a la indiferencia de las democracias occidentales ante el ascenso del fascismo, del nazismo y del totalitarismo estalinista, fueron visionarias: “El peligro mayor de Europa es el cansancio”. Europa y, con ella, el mundo estaba asistiendo a un ataque en toda regla y en varios frentes contra la democracia y las libertades, con su constitutiva aspiración a la justicia. Las palabras, casi desesperadas, de Husserl eran un toque de alerta, una llamada de urgencia, una apelación a la responsabilidad colectiva: “Luchemos contra este peligro de los peligros como buenos europeos, con este coraje que no se desanima ni siquiera ante una lucha infinita”. Nadie quiso escucharlo. Y la cosa, como se sabe, acabó como acabó.

Después de 1945, la lucha en defensa de la democracia y las libertades, de la justicia y los valores ilustrados, recomenzó, y continúa todavía hoy, en el lugar que en aquellos años se perdió la batalla. La lucha “infinita”, inacabable, que se define, cada día, en cada lugar en que estos valores continúan amenazados. Y el peligro, desde entonces, el peligro de los peligros, sigue siendo el mismo: el cansancio, el desánimo, la claudicación, la renuncia. Ante las nuevas amenazas, los nuevos retos, las nuevas exigencias de un sistema, como el democrático, siempre, constitutivamente amenazado.

Podría pensarse, equivocadamente, a mi entender, que aquella batalla ya no es la nuestra, hoy. Podría pensarse, equivocadamente, que hoy tenemos garantizada y consolidada la democracia y el respeto por las libertades en nuestros sistemas políticos. Es cierto que la situación es otra. Y que son otras las amenazas. Pero el peligro del cansancio continúa presente.

La semana pasada se celebró en Barcelona el V Congreso del Tercer Sector Social en Catalunya. Y la cartografía de los problemas que se plantearon, no en el mundo mundial, que también, sino sobre todo aquí, en Catalunya, en nuestros pueblos y ciudades, era realmente apocalíptico. A causa de la extensión generalizada de la pobreza y de las situaciones en riesgo de pobreza, a causa de la magnitud del paro, de la extensión de la problemática generada por la pérdida de vivienda, del cuestionamiento de los derechos sociales básicos, de la ampliación de la exclusión entre importantes sectores de la ciudadanía. Pero también, hay que decirlo, a causa de la indiferencia y, en casos, de la hostilidad del gobierno del Estado, a través de muchas de sus iniciativas legislativas, de muchas de sus políticas concretas, de muchas de sus medidas en contra de decisiones tomadas soberanamente por el Parlament de Catalunya.

En unos días seremos convocados a las urnas. Y el peligro de los peligros, del que hablaba Husserl en 1935 sigue estando aquí: el cansancio

En unos días seremos convocados a las urnas. Y el peligro de los peligros, del que hablaba Husserl en 1935 sigue estando aquí: el cansancio. Un cansancio nuevo, provocado, si no alimentado metódicamente, por la extensión de la sospecha indiscriminada a toda la clase política, por la multiplicación impune de casos flagrantes y, algunos, gigantescos de corrupción, por el desencanto generado como reacción a la inoperancia política y a los enfrentamientos partidistas, por la lentitud en la toma de decisiones políticas.

El cansancio: la extensión, como un tipo de lacra, de la sospecha de la inutilidad de nuestro voto. El cansancio: la extensión de la creencia que votemos lo que votemos, todo seguirá igual, que nada cambiará. El cansancio: la ingenuidad de pensar que no nos jugamos nada, que no tenemos nada que ver, que el Parlamento de Madrid, sostienen algunos, no es el nuestro: y no lo es, si tenemos que medir nuestra pertenencia por la hostilidad con que el país es tratado, pero que sin embargo sigue siéndolo porque de lo que allí se decide dependen, en buena medida, todavía, los presupuestos que aquí se pueden gestionar y los recortes que insultan e hieren la mínima conciencia cívica y moral.

Un voto nunca es irrelevante. Nunca. Mientras el voto decida a nuestros representantes en los lugares en los cuales, tanto si nos gusta como si no, se toman decisiones que afectan al día a día de nuestros servicios básicos, como la sanidad y la enseñanza, los derechos sociales elementales y los que todavía no son reconocidos como tales, la garantía de las libertades, el respeto por las minorías, la entera esfera pública, el voto no puede ser irrelevante. En el voto de este domingo están en juego, todavía, muchas cosas. Por eso no podemos mirar a otro lado. Por eso no podemos desistir, claudicar, renunciar, abandonar la batalla. Por eso no nos podemos permitir el peligro de los peligros, el cansancio. Si no votamos nosotros, otros tomarán las decisiones en nuestro nombre, ocupando la trinchera que hemos abandonado. Porque no todo el mundo es igual. Hay quienes quieren preservar el statu quo, que ya les gusta y les va bien que las cosas sigan siendo como son. Hay quienes quieren, como mucho, intentar, si pueden, pequeñas correcciones del sistema, ensayar experimentos sin cuestionar el marco de referencia. Hay quienes quieren reducir Catalunya a una particularidad regional o federal, una singularidad como sería la insularidad para Canarias. Hay quienes quieren revertir situaciones que ha costado cuatro décadas de democracia construir. Hay quienes ignoran, y quieren seguir haciéndolo, la aspiración mayoritaria de la ciudadanía de Catalunya.

Ante todo esto, el cansancio es, y hay que decirlo, la peor de las opciones posibles. No un callejón sin salida, sino la escalera directa a un pozo negro, sin fondo, del cual, si el cansancio triunfara, no saldremos nunca, durante años. La situación es de emergencia. En muchos frentes. Y haríamos bien de no olvidarlo. Un voto es la única arma que todavía nos podemos permitir, la única trinchera que no nos es permitido abandonar. Por dignidad y, también, por responsabilidad.