El día que Josep Pla conoció a Terenci Moix, flamante Premio Josep Pla de novela, lo primero que le preguntó no tenía nada que ver con la literatura. "Disculpe, Terenci, ¿usted es maricón?", dicen que le dijo. "Sí señor, para servirlo," respondió el joven y arrebatado autor de La torre de los vicios capitales, un libro tildado de escandaloso dentro del universo literario catalán del momento, tan poco acostumbrado a narraciones donde el erotismo no supone un tabú. De aquel encuentro entre Pla y Moix ya hace más de medio siglo, pero a menudo me pregunto por qué el mundo de la literatura catalana parece continuar aferrado, a menudo, a una mirada simplista, casposa y retrógrada sobre algunos autores de nuestra historia. Solo así se explica que hoy, en pleno año 2023, todavía tanta gente se sorprenda al descubrir, por ejemplo, que Àngel Guimerà quizás no era heterosexual.

Lo pensé el martes pasado, cuando en Twitter levantó sorpresa descubrir que el 14 de febrero de 1910, el dramaturgo Àngel Guimerà y su íntimo 'amigo' Pere Aldavert, con quien compartió piso durante décadas en la calle Petritxol, se otorgaron poderes mutuos delante de notario. "Casualmente, el día de San Valentín", decía el autor del tuit. De repente, centenares de usuarios empezaron a reaccionar con estupefacción ante aquel dato, preguntándose cómo podía ser que Àngel Guimerà fuera gay y nadie lo hubiera explicado nunca antes. Un tuitero, incluso, hizo un fotomontaje con la estación de metro Àngel Guimerà de la capital valenciana decorada con la bandera del arco iris y con la cara de Guimerà caracterizado como si fuera Tino Casal en el videoclip de Eloise. Lo cierto es que Xavier Albertí y Albert Arribas en 2016 ya expusieron y argumentaron densamente la hipótesis de la homosexualidad del dramaturgo d'El Vendrell en Guimerà, home símbol, la biografía escrita a cuatro manos por los dos. Por otro lado, ningún documento de todos los encontrados en el Fons Guimerà da fe de nada.

Àngel Guimerà y Pere Aldavert están enterrados juntos, en el cementerio de Montjuïc, compartiendo tumba y nicho eternamente después de haber compartido piso media vida

Siempre se ha hablado de un par de chicas, de nombre Marieta o Rosalia, como los primeros grandes amores juveniles de Guimerà, pero una cosa está clara: desde hace casi un siglo, con la muerte el año 1932 del periodista y político catalanista Aldavert, los dos 'amigos' descansan juntos en la misma tumba del cementerio de Montjuïc donde Guimerà fue enterrado, primero, el año 1924. Aparte, en los últimos años también se han descubierto unas sospechosas cartas con un tal Isidre Graells, y sobre todo el epistolario de su 'amigo' Tomàs Rigualt, un sacerdote novicio también d'El Vendrell que una noche, por ejemplo, le escribe una notita digna de 50 sombras de Grey donde le dice: "Hazme el gran favor de venir a esta tu casa de la calle Mayor, puesto que hoy no puedo salir por haberme casi desnudado y syn fuerzas casi de volverme a vestir. [...] Ve, pues, te convida la diosa Euterpe y yo te recordaré a Cupido. He cenado, no está feliz mi musa pero sí lo está mi cuerpo. Adiós, te espero. Tu incompatible".

"Tu incompatible", le dice Rigualt después de mencionarle a la diosa protectora de tocar la flauta. Pero ¿incompatible de qué? Pues todo indica que incompatible con la realidad social que ambos tenían a su alrededor. Si hoy en día todavía hay pueblos de la Catalunya interior donde que alguien salga del armario es la noticia más importante del municipio durante toda una década, la presión social en aquella Catalunya del último tercio de siglo XIX, todavía más rural, más devota y menos moderna, tenía que ser terrible. No hay que olvidar, además, que Guimerà es de la generación de Oscar Wilde, escritor a quien el año 1895 ponen en chirona en el Reino Unido acusado, sencillamente, de homosexualidad. El mismo año, Guimerà pronuncia la primera conferencia en catalán al Ateneu Barcelonès, pero todo lo que tiene de rompedor y radical en el aspecto del catalanismo político, el dramaturgo lo tiene de conservador y reservado en su vida privada. El positivismo de finales de siglo criminaliza la sexualidad desatada, por eso son muchos los que hacen como Guimerà y reservan sus tensiones homoeróticas para su espacio privado, es decir, su obra.

Si La muerte en Venecia es la gran novela donde rezuma la homosexualidad reprimida de Thomas Mann, que años después confiesa en sus diarios, en Maria Rosa, La filla del mar o Terra Baixa es posible observar que el conflicto entre los protagonistas siempre se construye a partir de la represión sexual o que la tensión dramática estalla con la liberación de los fluidos. ¿Por qué las imágenes de Guimerà relacionadas con el acto sexual son siempre violentas, con sangre y llenas de armas afiladas? En Terra Baixa, por ejemplo, no es solo que Marta sienta liberación y placer cuando la hiere Manelic, sino que la herida y la sangre le abren los ojos de su amor y de la necesidad que tiene de huir de Sebastià. En Maria Rosa, la protagonista conoce a su primer marido sacándole una aguja del pie que se había clavado mientras pisaba uva en un lagar, con la sangre y el vino de nuevo como fluidos amorosos, y después acabará matando a su segundo marido, la noche de bodas, con un arma de forma fálica. Es decir, de nuevo, la lucha y la violencia como sustitutivo del acto amoroso, como también pasa en el tercer acto de La filla del mar.

Sabiendo todo esto que sabemos y teniendo acceso a todos los documentos que tenemos, pues, ¿no es extraño que ni en las escuelas, ni en los institutos, ni en los programas de televisión, ni en ningún sitio se haga nunca mención de la posibilidad, ni que sea hipotética, de que Guimerà viviera toda la vida reprimiendo su sexualidad públicamente? A mí personalmente me importa un rábano la orientación sexual de alguien muerto hace cien años, pero en cambio sí que es interesante preguntarse quién era sentimentalmente Àngel Guimerà por el sencillo hecho de que tanto Josep M. Benet i Jornet como Ricard Salvat, igual que Albertí y Arribas décadas después, ya señalaron hace años que descifrar las pulsiones homoeróticas del dramaturgo permitían poner en valor la liberación formal del lenguaje escénico —y simbólico— de Guimerà, como pasa cuando se descifra el mundo interior de cualquier creador con el fin de interpretar mejor la obra.

Somos el país que comenta hasta el último detalle de la relación entre Mercè Rodoreda y Armand Obiols, el país que conoce todas las interioridades de Verdaguer y el país que desgrana las anécdotas más recónditas de Gabriel Ferrater para descifrar sus poemas. Eso para no decir, ya que estamos, que somos el país donde el mismo Ferrater destripaba a Joan Maragall, acusándolo de escribir en sus poemas lo que no se atrevía a vivir en su día a día. Quién sabe, quizás después de leer que todas las obras de Guimerà hablan de relaciones amorosas prohibidas y tienen a la opinión pública —el pueblo— como personaje secundario que todo lo ve y todo lo juzga, el mismo Ferrater también habría preguntado a Guimerà, en caso de haberlo conocido, lo mismo que Pla preguntó a Terenci Moix y lo mismo que nadie parece osar preguntarse todavía hoy, ya que pasan los años y seguimos leyendo a Guimerà, seguimos representándolo asiduamente y seguimos considerándolo uno de los grandes autores de las letras catalanas, pero su teatro, en realidad, sigue sin salir del armario.