Barcelona, 8 de diciembre de 1904. La fotografía de un señor con gafas y prominente perilla cervantina cuelga de la pared en una casa húmeda de la calle Petritxol: el cuadro contiene una dedicatoria firmada por el protagonista del retrato, José Echegaray, que hace escasas horas acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura. El responsable de haber enmarcado la lámina en su despacho es ni más ni menos que Àngel Guimerà, el autor de piezas teatrales como Maria Rosa o La hija del mar, obras que desde hace años triunfan en España gracias a la traducción castellana hecha por Echegaray.

Sin que ninguno de los dos lo sospeche entonces, aquel día se convierte en el génesis de una carrera de fondo que durará diecisiete años, que concluirá sin éxito y que generará todo tipo de leyendas sobre por qué Àngel Guimerà, a pesar de presentar diecisiete veces seguidas candidatura al Premio Nobel de Literatura, no ganó nunca el galardón que el año 1904 había logrado el admirado traductor de sus obras.

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Otro retrato, en este caso de Guimerà, hecho por Ramon Casas y expuesto el MNAC.

El Nobel en Echegaray: el inicio de todo

¿Es cierto que Guimerà se quedó sin Nobel por culpa de Echegaray, pues? Conviene hacer un spoiler: la respuesta es no. Sería muy romántico creer que sí, sin embargo, y creerse que Echegaray le birló el galardón de 1904 a Guimerà en un año en que la Academia Sueca podría haber premiado a dos autores de literaturas sin estado, ya que el otro ganador aquel año fue el occitano Frederic Mistral. Sería incluso verosímil pensar que el Reino de España, ante la posibilidad de que ganara un autor de talante marcadamente catalanista, pretendiera boicotear el premio a Guimerà y propusiera a los suecos concederlo al traductor de sus obras al castellano, talmente un buen dramaturgo con obra propia. Incluso no sería iracundo creer que en el norte de Europa la obra de José Echegaray, un autor que en aquella época tenía buena acogida entre los escandinavos, no era demasiado más respetada que la de Guimerà, de quien se había estrenado el año 1903 en alemán la versión de Tierra Baja titulada Tiefland, la ópera que tanto gustó años más tarde a Hitler. Todo eso sería muy novelesco, pero no es verdad.

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Traducción alemana de Tierra Baja publicada por Bote und Bock en Berlín, el año 1903.

¿Cuál de los dos autores era más famoso en Suecia? El madrileño, sin duda, por muy sorprendente que pueda parecer eso hoy: antes de la pandemia, era más plausible cruzarse por las Ramblas con un grupo de jóvenes alcoholizados cantando a grito pelado un fragmento de Mar y cielo que encontrar libros de Echegaray en cualquier librería. Incluso en una librería de viejo del Barrio de las letras de Madrid. Pero el año 1904 las cosas eran diferentes y hoy hay que decir bien alto que la leyenda urbana es falsa: el año 1904 no existió ninguna candidatura a fin de que Guimerà optara en el Nobel. Tal como explican Enric Gallén y Dan Nosell en su libro Guimerà y el Premio Nobel, historia de una candidatura (Puntcum, 2012), el bulo que José Echegaray ganó un premio que tenía que ser para su amigo es fruto de una confusión de Josep Miracle en su biografía de Guimerà, publicada el año 1958: es cierto que Karl August Hagberg, miembro experto del Instituto Nobel de l'Acadèmia Sueca y encargado de redactar los informes sobre las candidaturas españolas e italianas en el Nobel, visitó a Guimerà en Barcelona, sí. Lo que no es cierto es que la visita fuera el año 1904 -tal como afirma Miracle en su errata-, sino diez años después, el año 1913, cuando Guimerà ya hacía tiempo que había entrado en las quinielas para optar al galardón.

Diecisiete años de guerra sucia

La historia, pues, empieza el año 1904 con el premio a Echegaray, pero cuando realmente se pone interesante es un año más tarde, en 1905, cuando Carl David af Wirsén invita la Reial Acadèmia de Bones Lletres de Barcelona a presentar una candidatura. ¿Quién es este señor? Ni más ni menos que el secretario perpetuo de la Academia Sueca y presidente del Comité Nobel. La academia barcelonesa no duda en proponer la figura de Guimerà, pero llega tarde a los plazos establecidos el año 1906 y no es hasta el año siguiente que la propuesta es aceptada. El problema, sin embargo, es que en Madrid saltan todas las alarmas y se ve como una amenaza que el único candidato procedente del estado español sea un autor que, a pesar de haber nacido en las Canarias, escribe en catalán, vive obsesionado con el concepto de identidad territorial y tiene en la lengua uno de los pilares de su obra. ¿Solución? Mientras la Real Academia de Buenas Letras propone Guimerà a los suecos, la Real Academia de la Lengua hace lo mismo con Menéndez Pelayo. Entre 1907 y 1912, el historiador e intelectual de Santander -del cual tampoco es muy fácil encontrar libros en las librerías- compite con Guimerà en la carrera del Nobel de literatura en una singular guerra fratricida que, a ojos de los europeos, debió parecer una disputa absurda entre la RAE y la Real Academia de Buenas Letras. Un Catalunya contra España sui géneris, vaya. Uno de tantos.

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Cartel de la versión cinematográfica de Tierra Baja, titulada Marta of the lowlands, estrenada en los EE.UU. el año 1914.

El año 1913 desde Madrid se decide dejar de proponer a Menéndez Pelayo y se opta por presentar a Benito Pérez Galdós, posiblemente el novelista más popular de España en aquellos tiempos y autor, este sí, todavía hoy bien presente en las librerías de medio mundo. Desde Catalunya, sin embargo, se sigue insistiendo en la figura de Guimerà, pero si la doble candidatura divide esfuerzos, también divide opiniones: durante años los académicos escriben informes favorables hacia los dos autores, pero nunca acaba de haber un cuórum general que decante la balanza. El año 1917, cuando ya hace más de una década que el nombre de Guimerà resuena en Estocolmo, parece que la candidatura del hijo predilecto del Vendrell lo tiene todo de cara para ganar, pero de golpe se queda sin premio a causa de consideraciones que bien poca cosa tienen a ver con criterios estrictamente literarios: Àngel Guimerà se cae de la carrera por el Nobel de Literatura con el fin de «no herir el orgullo del sentimiento nacional castellano». Así lo expresa al informe de aquel año Haralg Härne, presidente del Comité del Nobel en aquella época, tal como recopilación Kjell Espmarck en su libro Lo Premio Nobel de Literatura. Principios que sustentan lasdecisiones y las evaluaciones (1988), una especie de biografía autorizada del premio y en la cual se pueden conocer los secretos de centenares de informes literarios hechos a lo largo de la historia del galardón.

Cuándo escribir en catalán es un acto político

Según estipula el testamento de Alfred Nobel, «el premio literario tendrá que concederse sin ningún prejuicio territorial ni político», pero tal como se ha visto, en los informes de la Academia Sueca sale a flotación el problema de la identidad catalana, perceptible tanto en la lengua como en el mensaje de la obra de Guimerà: el escritor es valorado literariamente a través de las circunstancias nacionales y lingüísticas de una cultura minoritaria. Así, un año tras otro, la candidatura del dramaturgo más importante de las letras catalanas es descartada con excusas cada vez más politizadas: si la excusa el año 1917 argumenta no herir el orgullo mesetario español, después, el año 1919, el mismo Härne apunta que el objetivo de los premios Nobel es el de promover la paz, por lo tanto, premiar Guimerà y dar apoyo a una cultura minoritaria significaría fomentar los conflictos internos.

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Busto de Àngel Guimerà en Santa Cruz de Tenerife, localidad donde nació.

«En la medida en que puede ser previsto e impedido, la elección de la Academia no tiene que provocar un aumento de tensión entre antagonismos nacionales los cuales son, con toda evidencia, nefastos a los objetivos pacíficos que persigue, en todos los ámbitos, la Fundación Nobel,» se puede leer en el informe de un año en que el Premio lo acabó ganando Carl Spitteler, un poeta suizo que escribía en alemán y que tampoco tiene demasiada presencia en los estantes de las librerías europeas actuales. La particular guerra fratricida entre Galdós y Guimerà sigue hasta el año 1922, cuando la R.A.E. desiste con la candidatura del autor de Los Episodios nacionales y presenta la de Jacinto Benavente. Contra todo pronóstico, el prolífico dramaturgo madrileño, autor de La malquerida, se lleva el galardón mientras que Guimerà se queda una vez más pasmado. Su candidatura en el Nobel persiste dos años más, hasta 1924, cuando Àngel Guimerà muere y su funeral en Barcelona se convierte en una pequeña manifestación popular, como ya había sucedido con el de Verdaguer años atrás.

Casi cien años después de su muerte, es difícil afirmar con absoluta certeza que el motivo para que Guimerà no ganara el Nobel radica en el hecho de escribir en catalán, pero sin embargo es difícil no dudar de que lo hubiera ganado si su obra se hubiera escrito en castellano, seguramente porque la historia de Guimerà y el Nobel es un ejemplo más de lo que pasa cuando se escribe en una lengua sin estado. Pero sobre todo, de aquello que pasa cuando se escribe en una lengua con un estado en contra.