El mito –que no la historia- había difundido la idea de que los catalanes, en la Diada Nacional, conmemoran una gran derrota. En las Españas el mito había sido alimentado a propósito con la pretensión de probar que los catalanes somos tan extraños -en grado máximo- que, a diferencia de lo que hace el resto del mundo, celebramos nuestras derrotas más rotundas y las elevamos a la categoría de Fiesta Nacional. El punto extasiante del victimismo que históricamente nos han imputado. En cambio la historia –la de verdad- pone de relieve que no hay nada más lejos de la realidad. El 11 de Septiembre conmemoramos el punto culminante de una resistencia dramática en unas condiciones de desigualdad absoluta. Francia y España –superpotencias europeas- contra Catalunya –un pequeño país que aspiraba a tener voz propia. Los franco-españoles necesitaron ocho años para conquistar Catalunya. Y cuatrocientos quince días y 30.000 bombas para doblegar Barcelona.

Antes de la guerra

Los años anteriores al conflicto Barcelona ya apuntaba su fisonomía actual. Era una ciudad de 35.000 habitantes. Del tamaño de otras ciudades portuarias importantes, como Marsella o como Róterdam. O del tamaño de otras capitales de países emergentes, como Copenhague o como Estocolmo. Con una actividad frenética. Los barrios de la Ribera y del Born estaban repletos de talleres y de obradores. El precedente de las fábricas industriales. El puerto era un mercado de comercio internacional. La salida al mar de los trapos y de los alcoholes que se producían en Barcelona, en Reus, en Mataró y en Sabadell. En dirección a los mercados ingleses, holandeses y americanos. Y a su alrededor había surgido una potente red de tiendas que importaban productos de lujo. En extramuros prosperaban los pueblos agrarios del interior, que aseguraban las necesidades de consumo de la ciudad.

El tejido social era rico y diverso. El catalán era la lengua común. Y la mayoritaria. Pero con el catalán convivían el occitano, el siciliano, el holandés, el aragonés, el francés y el castellano. Estas lenguas minoritarias eran el vehículo de comunicación de importantes comunidades de comerciantes, de tenderos, de artesanos y de jornaleros; que habían llegado a Barcelona –y al Baix Llobregat y al Maresme- los años anteriores al conflicto. Años de prosperidad y de pujanza económica. Años de proyectos y de voluntades, que ambicionaban convertir Catalunya en la Holanda del Mediterráneo. Los Borbones –enfrentados con Inglaterra y Holanda- representaban la ruina de este proyecto. Cuando estalló la guerra –y sobre todo cuando se organizó la defensa de Barcelona- todos estos colectivos cerraron filas en torno al proyecto común.

Los catalanes, al decidir la defensa a ultranza, proclamaban al mundo que abandonaban el proyecto confederal hispánico y se postulaban para tener voz propia

Calle a calle

El 11 de Setembre de 1714, a las cuatro y media de la mañana se inició el ataque franco-español. Hacía más de trece meses que Barcelona era asediada y sólo recibía alimentos y municiones a través del mar (de los barcos mallorquines que esquivaban el bloqueo naval y del corredor terrestre hasta Montjuïc). Durante este tiempo la ciudad había sido incesantemente bombardeada. Y la muralla y los baluartes –especialmente los de levante- estaban muy estropeados. Los franco-españoles intentaron penetrar por ahí. Y allí se produjeron los enfrentamientos más violentos. La infantería invasora que se concentró en la brecha de Jonqueres estaba compuesta por soldados navarros. Navarra, sumida en una crisis profunda desde la invasión española, había aportado muchos efectivos procedentes de las clases más humildes. El mando borbónico los puso a primera línea.

El ataque a Barcelona en la muralla de Llevant

La muralla estaba defendida por compañías de tesoreros, de curtidores, de caldereros, de candeleros de cera, de cordeleros de cáñamo, de estudiantes, de carpinteros, de colchoneros, de campesinos del interior, de pintores, de sastres, de tejedores –de lino y de lana-, de taberneros, de alfareros, de veleros... Eran la Coronela. La defensa civil de la ciudad instituida –en Catalunya- desde la Edad Media. Y estaba defendida también por las Reals Guàrdies Catalanes, un cuerpo militar formado por voluntarios del país creado durante los primeros años del conflicto. Y el mando correspondía a la Junta de Braços, que era la máxima representación política del país. La defensa de Barcelona se luchó en todas las murallas. Baluarte a baluarte. Y cuando finalmente cedieron, se combatió en el interior de la ciudad. Plaza a plaza, calle a calle, casa a casa. Durante toda la jornada.

Una de las muchísimas víctimas del 11-S fue Raimon-Joan Ponts de la Capella i Corbella de Granyena. Su nieto 10º es quien firma este artículo. 10 generaciones de resistencia

Resistencia

Hasta dos días más tarde Barcelona no capituló definitivamente. No fue hasta el 13 de septiembre de 1714. Aquella guerra ya no formaba parte del conflicto que lo había provocado. Ya hacía tiempo que el archiduque había abandonado sus aspiraciones. Y que el Borbón había ganado la Guerra de Sucesión. Las cancillerías europeas –cuándo se referían- lo mencionaban como el "caso de los catalanes". Y los Borbones –que lo tenían muy asumido- en Madrid hablaban de la "guerra de los catalanes" y en París de la "rebelión de los catalanes". La causa austriacista –abandonada por el propio candidato y por los actores internacionales- había muerto el año antes en Utrecht. Y los catalanes, al decidir la defensa a ultranza, proclamaban al mundo que abandonaban el proyecto confederal hispánico y se postulaban para tener voz propia. Un nuevo Estado. La Holanda del Mediterráneo.

Un mapa de Europa de 1650

Durante el asedio de Barcelona los franco-españoles utilizaron un ejército profesional de 20.000 hombres. Comandados por Berwick. Un carnicero que –por méritos propios- tiene un lugar relevante en los anales más siniestros de la historia universal. Infantería, caballería y artillería. Contra un contingente de 4.000 efectivos de la Coronela y 2.000 de las Reals Guàrdies. Comandados por Casanova, Basset y Villarroel. Las fuentes explican que la sed de sangre del francés era a causa de la impotencia y la humillación que sentía al no saber derrotar una defensa formada básicamente por civiles. En aquellos días murieron 22.000 personas: 15.000 atacantes y 7.000 defensores. Y las 30.000 bombas que cayeron sobre Barcelona destruyeron las 2/3 partes de la ciudad. Posteriormente, durante años, la prensa de la época habló del "caso de los catalanes". Y lo presentaba como uno de los episodios más indecentes de la historia de Europa.

Una de las muchísimas víctimas de aquel asalto se llamaba Raimon-Joan Ponts de la Capella i Corbella de Granyena. Estaba casado y tenía seis hijos. Era natural de Vallfogona de Riucorb (Conca de Barberà) y había llegado a Barcelona con el repliegue de las compañías catalanas que habían combatido en las llanuras occidentales del país. Cayó durante el asalto. Y herido de gravedad murió en el Hospital de Sant Pau i de la Santa Creu. Como tantos millares de defensores. Pero su testimonio no se quedó en el olvido. A pesar de las brutales embestidas de los franco-españoles, a pesar de las 30.000 bombas que cayeron sobre Barcelona, a pesar de la durísima represión que siguió a la ocupación, a pesar de la voluntad de destruir Catalunya para siempre, su testigo ha sido recogido 300 años más tarde. Su nieto 10º es quien firma este artículo. 10 generaciones de resistencia que tienen su punto de inicio el 11 de Setembre de 1714. La hora cero.