La celebración de la Diada Nacional de Catalunya el pasado 11 de septiembre ha ofrecido una oportunidad valiosa para reflexionar sobre el estado actual del movimiento independentista y, más ampliamente, sobre el camino hacia el ejercicio pleno del derecho a decidir de los catalanes. Atendiendo a las cifras de participación, podríamos quedarnos en un análisis somero, donde se pretenda señalar que el independentismo está deshecho, y hacer una valoración sobre la supuesta derrota. Sin embargo, también se puede interpretar la falta de participación como un momento de reflexión posterior al pico vivido durante los últimos años. Puede ser momento de una calma serena en la que los planteamientos cívicos y políticos estén en un proceso de transformación.
Las cifras oficiales reflejan una participación de 41.500 personas en el conjunto de las tres manifestaciones convocadas. 28.000 en Barcelona, 12.000 en Girona y 1.500 en Tortosa. El año pasado hubo 73.500 participantes, por lo que las cifras, en términos cuantitativos, hablan solas. Como señalaba Jordi Cuminal en el análisis que este medio realizó el 11 de septiembre, siguen siendo cifras potentes. Y Montserrat Nebrera reforzaba la dificultad que tiene hoy en día conseguir convocar a casi 30.000 personas en Barcelona. Y con un día de lluvia, por cierto.
Pero me parece interesante asomarnos a contemplar lo que está sucediendo desde una perspectiva más amplia. ¿Puede interpretarse la reducción de la participación exclusivamente como desafección? En mi opinión, es más probable que nos encontremos ante un proceso de normalización democrática. Mi querido Lluís Llach, actualmente presidente de la Asamblea Nacional Catalana, dijo durante la lectura del manifiesto algunas cosas que hoy quiero subrayar aquí: la importancia de la defensa de la lengua catalana, el reconocimiento del expolio fiscal y la necesidad de que Catalunya, como nación, ejerza la autodeterminación. Me parecen tres pilares esenciales que deberían ser conocidos en profundidad en el resto del territorio español. Porque si algo hizo falta durante el reciente punto álgido del procés, fue la comunicación con España. Una comunicación fluida, honesta y calmada para explicar de primera mano lo que sucede en Catalunya, y la realidad sobre la lengua catalana, la fiscalidad y el derecho de autodeterminación. No les vendría nada mal a los territorios de España reconciliarse con su hermana catalana y tender puentes desde las bases para aquello que nos beneficie a los que pagamos impuestos, a los que necesitamos procesos de libertad y soberanía, que creo que somos casi todos y hasta ahora no hemos sido capaces ni de escucharnos cara a cara.
¿O a estas alturas vamos a “comunicarnos” únicamente a través de lo que nos llega por los medios, o por las redes sociales?
Es ahora más que nunca el momento de apostar por reforzar el diálogo, entendernos y respetarnos. Considerar que el avance de Catalunya en su derecho a decidir, bien podría ser la avanzadilla para una sociedad en la que todos debemos y podemos avanzar
A nadie se le escapa que el cambio de gobierno en la Generalitat, con la llegada del PSC, ha tenido un impacto inmediato en la institucionalización del soberanismo. Las encuestas más recientes proporcionan una imagen matizada del sentimiento independentista. Según el último barómetro del Centre d’Estudis d’Opinión, el 40% de los catalanes se muestra a favor de la independencia, frente al 52% que se declararía en contra. La respuesta cambia cuando se pregunta por la forma política preferida para Catalunya, donde el 32% responde un modelo autonómico como el actual, mientras otro 32% defiende la independencia. Un 22% prefiere un Estado dentro de una España federal. O sea, que el 54% quiere una mayor capacidad de autogobierno, ya sea mediante un sistema independiente, o bien dentro de un sistema federal con más competencias. Y no es una cifra menor.
Es evidente que Salvador Illa está tratando de reconducir la terrible situación a la que se llegó. La dinámica del “diálogo constructivo” que, gracias al pulso político que Puigemont está dando, va dando frutos. Su reciente encuentro en Bruselas ha ejemplificado una aproximación y una imagen para el exterior: se apuesta por el diálogo, por la negociación, con la tremenda imagen de que el president Illa tenga que desplazarse a dialogar con el president Puigdemont a su exilio. Es un mensaje cargado de significado.
El agotamiento, la decepción, el descrédito y la falta de interés por parte de las bases soberanistas y de las independentistas es una realidad. Como también lo es la del agotamiento de las bases progresistas, y de consumidores, pensionistas, estudiantes, trabajadores, animalistas, y cualquier tipo de activista en el día de hoy. La sociedad está adormecida, hastiada, cansada, y muy saturada con tantísima trampa y mentira. Cada vez es más complicado expresar una opinión y todavía duelen las heridas de los momentos vividos, donde el extremismo represor se puso de manifiesto. Es lógico estar atravesando una especie de shock postraumático, si se me permite la expresión.
Como apunta David González, director adjunto de este diario, puede ser que estemos ante la última Diada del postprocés, y además, también, puede que las manifestaciones masivas hayan dejado de ser el instrumento del independentismo. La llegada inminente de Puigdemont a Catalunya y el avance en algunas cuestiones importantes como la financiación, suponen un nuevo punto de partida. Los datos evidencian que la mayoría de la sociedad catalana quiere más autogobierno, y no nos iría mal a los demás si tomamos nota y apostamos por algo parecido en nuestros territorios. Siempre he pensado que lo de Catalunya bien pudiera inspirarnos, organizarnos y apostar por gobernarnos más y mejor.
Es ahora más que nunca el momento de apostar por reforzar el diálogo, entendernos y respetarnos. Considerar que el avance de Catalunya en su derecho a decidir, bien podría ser la avanzadilla para una sociedad en la que todos debemos y podemos avanzar. Esta nueva etapa bien merece apostar por hacer las cosas entre todos mucho mejor que en los últimos tiempos, y ahí la población que no pertenecemos a Catalunya tenemos mucho también por hacer.