Debe tener una explicación emocional o química o yo qué sé, pero, hace pocos años, cuando murió mi madre, al salir del hospital, noté —o quise notar— un escalofrío en la espalda, como si ella me dijera que estaba conmigo. La semana pasada, con mi padre afrontando su adiós, vi en el cielo unas nubes que nunca había visto —o pensé que nunca había visto—. En medio estaba la luna, hasta que las nubes se cerraron, la luna desapareció y pensé que justo en ese momento, el alma, o algo parecido al alma, había dejado el cuerpo de mi padre y se había reunido, guiado por ella —y haciéndomelo evidente—, con el amor de su vida.

Perdonen el texto tan poco científico y personal, pero, al fin y al cabo, ha sido Todos los Santos para todos. O Halloween, que en realidad es lo mismo. All hallow's eve, víspera de todos los santos. Fiesta católica que, supongo que como todas, tiene orígenes paganos. Por ejemplo, el Samhain, en el que los celtas irlandeses —y gallegos— celebraban en los bosques la cosecha y daban por terminado el verano —ahora ya es realmente así— acompañados por los seres del más allá. Como la gente dejaba comida a los espíritus, Halloween se celebra con niños pidiendo caramelos a las puertas de las casas. Todo tiene una explicación.

Perdonen también que vaya una vez más a los clásicos, pero no encuentro a otro que me lo cuente mejor. En Last man standing, el hombre que volverá a visitarnos el 20 de junio, y que es de la quinta de mi padre, reflexiona sobre las experiencias de un músico de rock. En las primeras estrofas describe la energía juvenil, después el ambiente de los clubes de cuero negro, habla de quienes se han quedado por el camino y, al final de la canción, el cantante, con vaqueros de segunda mano y camisa de franela, sigue actuando. Pero las luces se apagan, el espectáculo termina y los palos de billar vuelven a la pared. Quizá sea el único hombre que queda de sus días de gloria. Es una reflexión de un superviviente sobre la fugacidad de la juventud, de la vida en realidad, pero también habla de resistir y persistir por parte de alguien que sabe que se acerca su final como héroe del rock y para quien la muerte es ya una sombra que lo persigue. Pero la suerte es que hay gente que deja un legado. Unos en forma de canciones, otros en forma de amor, humor, arte, personalidad y bondad.

Quizá el poema que mejor describe la ausencia es aquel de Wylslan Hugh Auden popularizado en la peli del Hugh Grant y que solo los británicos —y mi padre— saben entonar con humor. Para todos los relojes, corta el teléfono, no dejes que el perro ladre, silencia los pianos y con el tambor amortiguado, saca el ataúd. Deja que los afligidos vengan, que los aviones circulen gimiendo, que escriban en el cielo “él está muerto”. Pon cintas negras alrededor del cuello de los cisnes. Ya no quiero las estrellas, apágalas todas. Empaqueta la luna y desmantela el sol. Vacía el mar y barre los bosques, porque nada podrá volver a ser como antes.

Después de Todos los Santos viene la parte oscura del año, el reposo, la muerte aparente de la naturaleza, aunque la vida en las ciudades y este absurdo día a día nos aleja de este ciclo natural. Pero volverán las fiestas de primavera, la luz y las tierras exuberantes —con permiso del evidente destrozo que estamos haciendo—. Y volverá el verano y, gracias al regalo de la Castanyada, volverán a cantarnos I'll see you in my dreams. Os veré en mis sueños cuando todos los veranos hayan terminado. Nos encontraremos y viviremos y reiremos de nuevo. Os veré en mis sueños alrededor del río —o de la riera—. Os veré en mis sueños, porque la muerte no es el final.