El único interés que veo en el libro que Eva Piquer ha escrito contra Bernat Dedéu es que certifica la muerte del sistema cultural que el Régimen de Vichy intentó instaurar para superar el 1 de octubre. Hasta no hace mucho, este sistema surgido de las cavernas del artículo 155, aún se disfrazaba de gala de reparto de premios. Si te negabas a entrar en su juego, pasabas por un loco o por un desagradecido. Desde entonces han volado muchas pelucas —pelucas de políticos, de artistas, de académicos serios, de editores y libreros y, más recientemente, de buenas personas.

Ahora no se recuerda, pero hubo un tiempo —cuando la cultura castellana tenía más prestigio entre los catalanes— en que los guardianes de la moral te podían liquidar con una carta al director o con una simple insinuación en una conversación. Siempre pensé que el personaje que Piquer creó cuando escribía en el Avui, la llamada "lectora desacomplejada", venía del clima de terror que esparcían estas prácticas. Me cuesta entender que el histrionismo de Vichy impresionara a tanta gente, después de haber vivido aquella época de rendiciones tan íntimas y olvidos infames.

Si el sistema cultural del Régimen de Vichy tuviera un mínimo de consistencia, Piquer no habría encontrado los medios para hacer el ridículo de esta manera

Quizás canto victoria antes de tiempo. Pero el hecho de que Piquer haya necesitado un libro y una presentación multitudinaria para pedir la cabeza de un escritor que hace años que da señales de no querer problemas me parece un síntoma inequívoco de descomposición. Si el sistema cultural del Régimen de Vichy tuviera un mínimo de consistencia, Piquer no habría encontrado los medios para hacer el ridículo de esta manera. Y, sobre todo, no habría sido animada por su editora, la nieta desencantada de Joan Sales, que cada día me recuerda más al coyote de la Warner Bros.

El libro de Piquer, y el show que se ha intentado organizar a su alrededor, parecen un intento desesperado de hacer ver que los medios de comunicación públicos o subvencionados no hablan solos, que aún hay un periodismo y una opinión pública susceptible de ser controlada —incluso una literatura. La realidad es que el país hace tiempo que se ha desenganchado de las instituciones y sus redes de intereses. La malla se ha deshecho. La ruptura con el pasado es tan profunda que los mecanismos psicológicos de dominación ya no funcionan y ahora es el vacío lo que nos oprime más que España.

Como dice Abel Cutillas, es probable que nuestro pequeño Régimen de Vichy exija cada vez más sacrificios a sus colaboradores e incluso inmolarse inútilmente. En los últimos años —sobre todo desde que el PSC gobierna Barcelona— hemos ido viendo cómo algunos uniformados se quitaban la casaca y subían a la montaña disfrazados de partisanos. Me hace gracia que mis amigos volubles digan que tenemos que echar al PSC de todas partes. No tenemos que echar a nadie de ningún sitio, porque no hay nada más peligroso que llenar el vacío de cualquier cosa. Basta con ver qué le ha pasado a Piquer, que había escrito un libro bastante digno antes de este —sin ser ninguna maravilla.

En el plano político, que es el ámbito donde el vacío que se ha comido a Piquer puede tener efectos más nocivos, el partido más expuesto será por defecto Aliança Catalana. A medida que la cultura de Vichy se descomponga y crezca el desconcierto, la presión para que una alternativa llene el vacío será cada vez más fuerte. El libro de Piquer y las payasadas que hemos visto en los últimos años, deberían prevenirnos de tener prisa. Nada bueno viene nunca regalado, como se pensaban algunos procesistas, antes y después del 1 de octubre. La acción de avanzar pide un esfuerzo constante para mantener la solidez, y las huidas hacia adelante —como se verá también en España— acaban pagándose caras.

Preparémonos, porque cuanto más aguda sea la descomposición más fácil será perder los papeles.