El Proust de los católicos es Jacques Maritain. Una obra monumental que ha configurado el pensamiento contemporáneo es Humanismo Integral, publicada en 1936 por Jacques Maritain, personaje que vuelve a ser visto en bibliotecas, notas a pie de página y es también citado por el papa Francisco y de quien oiremos hablar sin duda cuando se acerque este año en diciembre la celebración de los 75 años de la Declaración de los Derechos Humanos.

El filósofo y teólogo Jacques Maritain tuvo unos padres no solo no creyentes sino directamente anticlericales. Tuvo la suerte de estudiar filosofía en la Sorbona con el Maestro Bergson, de quien aprendió la fuerza de la intuición como criterio. Maritain es una figura inseparable de su mujer Raïssa Oumançoff, de origen judío ruso, con quien se casó por lo civil en 1904 y con ellos se crea una alianza de intelectuales como Péguy, Bloy y otros. En 1905, el año en que en Francia se implementa la Ley de la Laicidad, Jaques y Raïssa se convierten los dos al catolicismo y un año después se bautizan.

Jacques era un hombre inquieto que no tenía suficiente con la filosofía de Santo Tomás de Aquino (se le conoce como neotomista) y en Heidelberg estudió Biología. Fue profesor en París en el Instituto Católico unos meses antes de que estallara la 1.ª Guerra Mundial. Durante la 2.ª Guerra fue embajador de Francia ante la Santa Sede. Un periplo americano acaba con la muerte de su mujer en 1960. Después entra en una comunidad, con los Hermanitos de Jesús. Raïssa ha sido vista como la parte poética y mística de esta pareja de intelectuales. Como si hubiera una dicotomía en la cual él pensaba (racionalidad) y ella sentía (misticismo). En el fondo sabemos que Raïssa no era solo la que anotaba y completaba sus frases (tal como se ha dicho y se puede encontrar por escrito), sino que los dos formaron un tándem intelectual y creyente inusual. Organizaban encuentros en su casa donde se discutía sobre la fe y desde donde decenas de personas descubrieron qué era la fe cristiana. Ella es la autora de un volumen sobre Santo Tomás para niños, y en el libro sobre las amistades que cultivaron Raïssa y su marido se ve su mano. Fueron dos almas con el deseo de lo absoluto que vivieron en un momento en que la trascendencia molestaba y se consideraba alejada de la razón. Ellos quisieron mostrar que no había ninguna incompatibilidad entre pensar y ser también personas de fe. Parece anecdótico, pero el hecho de que fueran un matrimonio intelectual rompe con el prejuicio secular que el saber teológico estaba encapsulado en el estamento clerical donde la mujer era, sí, un elemento al pie de página. Ellos, con su sodalicio de amor y razón, han abierto un camino. Algunos ya los ven encaminados a los altares. De momento, la Iglesia está estudiándolos con atención. Cuando hagamos muchos actos y homenajes a la bondad de tener una carta de los Derechos Humanos Universales, estaría bien no olvidar quién estaba detrás de estos.