Cuando la razón queda adormecida, sacudida por las desazones y los obstáculos, aparecen los fantasmas. Esta es, según el análisis clásico, la idea que quería expresar Goya en su famoso cuadro titulado El sueño de la razón produce monstruos. Aunque el gran pintor aragonés se refería a la vida cotidiana, la frase sería perfectamente trasladable al ámbito de la política donde, más que monstruos, el sueño de la razón produce auténticas parodias. Especialmente cuando el político de turno se siente atrapado por el fracaso y se desespera hasta el punto de dar su versión más ridícula.

El caso de Yolanda Díaz estaría dentro de estos parámetros. Lejos queda aquella promesa de la izquierda fashion que abría un nuevo espacio político, arrinconaba a Podemos en el córner extremo y prometía felicidad para el pueblo. Sin embargo, mientras la felicidad se diluía, el poder hacía estragos en la solvencia de una nueva política que transitaba entre el populismo más naif y la demagogia más vacua. Cuanto más tiempo gobernaba, más se le veían las carencias, talmente el rey desnudo, en versión femenina.

Ha sido así, de vacuidad en vacuidad, como hemos llegado a la última propuesta, presentada con aires grandilocuentes y planteada en términos de salvación del pueblo. Yolanda Díaz ha tenido una idea para demostrar que es más de izquierdas que la izquierda a la izquierda, y erigida en una Pasionaria de los trabajadores, ha sacado el Santo Cristo grande del recorte de la jornada laboral, sin tener en cuenta ni las diferentes realidades económicas que hay en España, ni las consecuencias que comporta su propuesta en una nación como la catalana, vertebrada en una tupida telaraña de pequeñas empresas, autónomos, starts ups y el resto de lo que denominamos la economía productiva. Lisa y llanamente ha hecho aquello que hacen todos los patriotas españoles, medir el mundo desde la villa y corte, y desde el allí Catalunya siempre está desdibujada.

La propuesta no ha nacido de la realidad económica, ni del debate profundo pertinente, sino fruto de la necesidad imperiosa de Yolanda de tener un éxito de la carpeta progre. Pura táctica electoralista justo en medio de una guerra cainita por el dominio de este espectro ideológico

La propuesta ha sido un sonoro disparate desde el principio. De entrada no ha nacido de la realidad económica, ni del debate profundo pertinente, sino fruto de la necesidad imperiosa de Yolanda de tener un éxito de la carpeta progre, para restregarlo en la cara de Podemos. Todo es pura táctica electoralista justo en medio de una guerra cainita por el dominio de este espectro ideológico. Sumar siente cómo le cantan los responsos y se lanza a la desesperada para intentar frenar el desgaste. Pero jugar con un tema tan sensible como el de la jornada laboral, que tiene unos efectos inmediatos —y lesivos— en la economía, es ser una auténtica irresponsable. Además, sabía que no tendría la mayoría parlamentaria para sacar adelante la propuesta —Junts ha sido meridianamente claro al respecto— y, sin embargo, lo ha presionado porque, si no podía sacarle réditos al acuerdo, le sacaba demagogia al ataque contra los que han votado no. La cuestión —igual que pasaba con el feminismo— es legislar por los intereses de partido y/o personal, y no por los intereses ciudadanos. Por el camino, la tal Yolanda no ha tenido ningún problema a regalarle a su partner Sánchez una nueva y frontal derrota.

Más allá del tactismo político, toda la propuesta era sobreactuada y partía de una realidad más propia del siglo pasado que del siglo actual: la dualidad empresario-capitalista/trabajador-oprimido. Sin embargo, si reducir la jornada laboral en las grandes empresas podía ser un coste aceptable, no lo es de ninguna manera en los millones de pequeñas empresas, de cuatro, cinco, diez trabajadores, que no pueden sostener este tipo de buenismos grandilocuentes. Me decía el otro día alguien de los suyos que Yolanda había hablado con la CEOE y con los sindicatos, ergo había hecho los deberes. Mi respuesta: ¿qué caray tienen que ver los de la CEOE con los emprendedores, autónomos y pequeños empresarios de nuestro país? ¿Y qué tienen a decir unos sindicatos caducos, gobernantes por tipos que llevan toda la vida en el sindicalismo, sin haber trabajado ni un día, y que no representan la economía real? Todo eso es pura falacia y, peor todavía, pura propaganda al servicio de la ambición personal. Y la ambición sin solvencia tiende a la nada. Lo dijo Oscar Wilde y parece oportuno para el personaje: "la ambición es el último refugio del fracaso".