De Lledoners a Lledoners. Junts per Catalunya, o Junts ―denominación que se ha impuesto en las burbujas mediáticas y políticas― se fundó como partido en el verano-otoño del 2020 con problemas de siglas y a caballo de Waterloo y la prisión de Lledoners y ahí sigue. El aún secretario general y expresidente de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), Jordi Sànchez, el otro “Jordi” de la pareja que formó con su homólogo de Òmnium, Jordi Cuixart, ambos los dos primeros líderes del 1-O en ser encarcelados, también lo deja. Sànchez era el único de los cuatro presos juntaires en Lledoners que no procedía de la extinta Convergència, sino del mundo del activismo social ―la Crida de los años ochenta― y de la también extinta Iniciativa per Catalunya (ICV), heredera del PSUC. Los otros tres eran exconsellers del Govern y ex altos cargos convergentes: Josep Rull, Jordi Turull y Quim Forn. Rull y Turull se enfrentaron en el fallido congreso fundacional del PDeCAT pero luego hicieron piña en la prisión. Una vez indultados, Rull ha dado un paso al lado mientras que Turull ha sido casi ungido por Sànchez para relevarle en el próximo congreso de Junts, que se celebrará en junio. Si el guion no se tuerce, Junts tendrá con Turull un secretario general tan comprometido con la independencia como de inequívoco pedigrí convergente, pujolista de raíz. Como a Artur Mas, la CUP intentó enviar a Turull a la papelera de la historia impidiendo su investidura como president de la Generalitat un día antes que reingresara en prisión, dinamitando así lo que hubiera supuesto una gran prueba de estrés para el Estado desde la dinámica legal e institucional pura y dura. Pero quédense con lo anterior: aunque ―felizmente para ellos― ya están fuera de Lledoners, el futuro de Junts sigue en manos de los de Lledoners, pero en verano tendrán un exconvergente del antiguo núcleo duro al mando. Puigdemont también era de CDC, pero no estaba en la cúpula. Y ahora puede ser también el momento de la retirada de Puigdemont de la presidencia del partido, y, quizás, de la emergencia o promoción de algún nuevo liderazgo si Laura Borràs no supera la prueba de los tribunales por el asunto del contracto fraccionado de la Institució de les Lletres Catalanes. Apuesto que ese nuevo nombre también será en clave postconvergente. O más postconvergente que netamente puigdemontista o torrista. Si lo prefieren, dejémoslo en un después de Junts... convergencia (en minúscula).

Turull y Feijóo. Se preguntarán qué tiene que ver el uno con el otro, el eventual futuro secretario general de Junts con el aún presidente de la Xunta y flamante presidente del PP. Obviamente, el primero es un independentista catalán, ex preso político, y el segundo es un conservador gallego, futuro candidato a la Moncloa, que, en la cuestión territorial, promete, todo lo más, “bilingüismo cordial”. Sí, se parecen como un huevo y una castaña. Pero ambos son hombres de partido, de larga trayectoria política, y de partidos de gobierno. Y, además, dato fundamental, no son de izquierdas. Si el conflicto Catalunya-España no estuviera de por medio, uno puede llegar a imaginarse a Turull y Feijóo dándose la mano en un escenario de entente no sé si cordiale pero sí productiva como el de los tiempos del Majestic, cuando Aznar y Pujol pactaban la marcha de la Guardia Civil de las carreteras de Catalunya o decapitaban a Vidal-Quadras y con él la ofensiva contra la inmersión lingüística. ¿Pueden volver esos tiempos? Por el flanco estrictamente español, muchos lo habrán creído posible ante la llegada al liderazgo del PP de Feijóo, el mejor alumno de Mariano Rajoy, y el discreto pero firme avance de otro “moderado”, el andaluz Moreno Bonilla, que, por el momento, desplaza suavemente la venenosa Ayuso a la segunda fila. Quien se acuesta con niño (y niña)... cagado se levanta. Después de la guerra civil interna que ha llevado a la nada a Casado y ha dejado a la madrileña más tocada de lo que aparenta, el PP vuelve a los clásicos y las apuestas seguras. La de Feijóo es exorcizar el fantasma de Vox sin que se note el cuidado y morder en el electorado moderado del PSOE o, al menos desmovilizarlo, con la promesa del cambio. Con el conflicto catalán congelado, y con una Junts tripulada por antiguos convergentes o en onda "post" pero convergente, Feijóo incluso podría reeditar la operación que Sánchez llevó a cabo con Podemos y ERC-Bildu (el PNV no cuenta porque siempre está). Las piezas del rompecabezas serían ahora una gran coalición PP-PSOE apoyada por una Junts que quizás ya no presidiría Puigdemont y que ya ha empezado a llegar a acuerdos en Catalunya con el PSC pese a compartir Govern con ERC. ¿Imposible? ¡Política! Vox ya no estaría en esa ecuación ―como Ayuso ya no está en la primera línea de mando del nuevo PP― y Junts simplemente debería ocupar en ese hipotético acuerdo el puesto de ERC en la actual mayoría de investidura de Sánchez. La independencia seguiría como ahora, al final del mientras tanto sin final. Y Europa, embarcada a su pesar en la guerra contra Putin y sus consecuencias ―retorno a 1973, ahora con el gas como entonces con la crisis del petróleo tras el fracaso árabe del Yom Kippur contra Israel― aplaudiría con las orejas.

Turull y Aragonès. Se supone que Turull, en el caso de relevar finalmente a Sànchez, heredará su carpeta en relación con el Govern que el aún secretario general pactó con Pere Aragonès. Sànchez es el hombre que salvó más de medio Govern para Junts, superada por primera vez por ERC y en tercera posición tras los republicanos y el PSC de Salvador Illa. No creo que Turull sea menos rocoso ni más transparente que Sánchez en la gestión siempre a media luz de las cosas de la política; la diferencia, ya lo he sugerido antes, es que Turull viene directamente del cogollo de la antigua Convergència y, ahí, me temo que las políticas convergentes de la ERC de Aragonès van a topar con el original. Si Junts quiere volver a liderar el Govern deberá resucitar su alma convergente, esa imagen y esa praxis asociadas a lo previsible, lo fiable, lo serio, so pena que migre definitivamente a ERC. Puede que a la venerable Esquerra le chirríen las incrustaciones modernas (el acento entre socialdemócrata y neomarxista, el transfeminismo, el ecologismo, la fraseología pseudocupaire, el flirteo con el españolismo cultural...) pero Junts es ahora mismo un cuadro de Dalí, figuras recortadas en un paisaje extraño y relojes blandos. Toda casualidad es pura coincidencia pero el PP de Feijóo vuelve a marcar el camino aunque no lo parezca al recuperar su alma rajoyista o aznarista centrada, pragmática (la que se entendió con la CiU de Pujol), adaptada a lo que hay, claro está. En el caso de Junts, naturalmente, eso no lo podrá hacer solo Turull. La Junts postconvergente, o sea, lo que iba a ser el PDeCAT, sí, la nueva generación, necesita un nuevo candidato o candidata a la presidencia de la Generalitat que ya no serán ni Puigdemont ni Borràs. Y, como dijo Jordi Sànchez, ante todo unidad, o sea, convergencia. Y tiro porque me toca.