De la misma manera que los fiscales exigen a Jordi Cuixart en su recurso contra su excarcelación parcial para volver a su fábrica de Sentmenat que se arrepienta de ser independentista o -más horror aún- que rectifique su “Ho tornarem a fer”, Miquel Iceta advierte que solo votará a un president de ERC si renuncia a la independencia o a plantearla. Tras la guerra llega la paz de los vencedores bajo formas diversas: el nuevo orden o el retorno al viejo y, siempre, en mayor o menor grado, eso que, hablando de los regímenes de la prisión, el hospital, la escuela, la clínica o la fábrica, el filósofo Michel Foucault llamaba "las disciplinas".

Contra lo que pueda parecer, así está la política en Catalunya: no solo sigue en prisión o en el exilio sino bajo arresto domiciliario. Los límites están muy claros: una vez fijado, regado y alimentado generosamente el frame o marco de la “derrota” del independentismo –Per què hem perdut–, se pretende que todo quede circunscrito y encapsulado en la mesa de diálogo entre gobiernos pensada para hablar de todo y decidir casi nada. Y a una vaga promesa de acuerdo para reconstruir la codependencia política Catalunya-España en clave autonomista, lo que permitiría apuntalar el sistema por lo menos hasta que pasen otros cuarenta años.

Contra lo que pueda parecer, así está la política en Catalunya: no solo sigue en prisión o en el exilio sino bajo arresto domiciliario

Esa especie de pax sanchista, avalada por Pablo Iglesias, hábil mediador y parte en todo ello, puede alumbrar una consulta “legal” sobre un posible acuerdo político, desde luego. Pero ese pacto solo puede llevarse a puerto si se descarta la autodeterminación o cualquier cosa que se le parezca, como la solución quebequesa, o sea, la negociación de la independencia si es rechazada la propuesta neoautonomista o “federalista” del gobierno central. A lo sumo, se pondría sobre la mesa de diálogo la recuperación de parte de lo que el TC amputó al Estatut del 2006, con algunas transferencias e inversiones y sin “perjudicar” al resto de actores del sistema, o sea, los de siempre: los que ahora se quejan de que España está vacía o vaciada, lo cual es verdad, pese a haber disfrutado de cuarenta años de solidaridad fiscal de una parte de la "España llena".  ¿De qué han servido los AVE y las autovías gratuítas? Bajo esas premisas de neocafé para todos, los barones territoriales y otros dirigentes del PSOE ya le han dado permiso a Pedro Sánchez en el comité federal del partido para explorar ese camino en el que el presidente quiere también implicar al PP de Pablo Casado.  

La traducción política de ese nuevo clima Catalunya-España, de orden y concierto, es decir de “nueva transición”, pasa, claro está, por la estabilidad parlamentaria aquí y allí. Es de manual. Puesto que el gobierno PSOE-Podemos tiene el apoyo externo de ERC, y puesto que ERC también apoya al gobierno Colau-PSC en el ayuntamiento de Barcelona, no sería ninguna barbaridad, se dice, que ERC gobernara en coalición con Podem la Generalitat con el apoyo externo del PSC, siempre que los números cuadren. Y de acuerdo con las últimas encuestas, ese sería un escenario plausible. También lo sería una reedición de la actual administración independentista con ERC al frente de un Govern con JxCat y apoyo de la CUP, pero ese es justamente el esquema que pretenden abortar los arquitectos de la nueva transición.

Mientras Iceta exige a Aragonès que renuncie al independentismo para tener su voto, se niega a visitar a Oriol Junqueras en prisión o, simplemente, a reconocer a los presos políticos

La pregunta de las próximas elecciones al Parlament, sean cuando sean, está servida. ¿Retorno al tripartit por la puerta de atrás? Dicen que esa sería la fórmula mágica para romper la dinámica de bloques, creando otro nuevo, un híbrido entre independentistas “pragmáticos”, comunes y icetistas. Sucede, empero, que el juego de simetrías Barcelona-Madrid hace aguas por todas partes. Mientras Iceta exige a Aragonès que renuncie al independentismo para, llegado el caso, tener su voto, se niega a visitar a Oriol Junqueras en prisión o, simplemente, a reconocer a los presos políticos. O a abjurar del 155. He ahí el problema número 1 de la operación de blanqueo del PSC en la que se han embarcado incluso algunos que se proclaman independentistas.

Por eso, para el independentismo, en general, -el “bueno” y el “malo”-, la cuestión no debería ser el qué sino el para qué: cuál sería el papel del PSC en ese posible escenario de neotripartit. ¿Un PSC capaz de impulsar la vía canadiense, como en su día propuso Iceta, o un PSC ejerciendo de policía indígena de la disciplina neoautonómica? Si la respuesta pasa por la primera opción, el perímetro del nuevo consenso podría ampliarse a JxCat, lo que, sin duda, reportaría tranquilidad a ERC por el hecho de compartir riesgos con los de Carles Puigdemont, aunque quizás ahuyentaría a los comunes. En cambio, si pasa por la segunda, si la supuesta solución es un pacto con un PSC duro, más preocupado, como ahora, de muscularse con el voto huérfano de C’s que de los intereses de Pedro Sánchez en el escenario catalán, ERC volverá a situarse al borde del abismo como ya le sucedió tras la experiencia de los tripartitos del 2003 y el 2006.