A partir de este lunes van a desfilar por el Tribunal Supremo los hombres que llevaron al poder a Pedro Sánchez. Los que le abrieron el camino para derrotar al aparato felipista, contra todo pronóstico, y recuperar la secretaría general del PSOE en las primarias de 2017 con un exiguo 50,21% de los votos después de haber sido defenestrado. Y los que le facilitaron los pactos con ERC o Bildu para alcanzar la presidencia del Gobierno en 2018 mediante la moción de censura que descabalgó a Mariano Rajoy después de la sentencia del caso Gürtel; y los que, mediante el acuerdo con Junts per Catalunya, le garantizaron la continuidad en la Moncloa en 2023 después de perder las elecciones. Primero será el turno de José Luis Ábalos, exsecretario de organización y ministro, y Koldo García, asesor de este y de su sucesor, Santos Cerdán, que comparecerá ante el juez el 30 de junio. Antes de que se acabe el mes, el escándalo de la trama corrupta de comisiones ilegales a cambio de adjudicaciones de obras podría llevar a una situación de bloqueo político e institucional insostenible si Sánchez no toma decisiones. Lo apuntamos aquí hace ocho días y nada de lo sucedido desde entonces, como la entrada de la Guardia Civil en la sede del PSOE y el ministerio de Transportes, permite que variemos el diagnóstico y la posible salida: Sánchez, que es un líder carbonizado y además un pato cojo —sería un sarcasmo que pretendiera presentarse de nuevo a las elecciones y al liderazgo del PSOE— debe señalar su propia salida si no quiere llevar el país al colapso. Cuanto más tarde en admitir que su tiempo ha pasado, peor será para él, para su partido, y para el conjunto de la sociedad.

Pero Ábalos, Koldo y Cerdán no son, ni mucho menos, todos los hombres (y las mujeres) del presidente, parafraseando el título de la famosa película sobre el escándalo Watergate, que en su día sancionó la caída del presidente Nixon. Los políticamente damnificados por la onda expansiva del caso Cerdán por su proximidad a Pedro Sánchez son, de hecho, muchos (y muchas) más. El viernes pasado se especulaba que Sánchez ya ha tomado una decisión sobre su futuro y que posiblemente se la habría confiado al president de la Generalitat, Salvador Illa, a quien recibió en la Moncloa en un encuentro inicialmente privado, fuera de la agenda pública, la celebración del cual rápidamente fue desvelada por algunas cabeceras de la derecha mediática. De la decisión de Pedro Sánchez, sea la que sea, aunque no está nada claro que pueda controlar los tiempos ante el riesgo de que aparezcan nuevas grabaciones incriminatorias y que la podredumbre se extienda más allá de las cutres andanzas de los tres corruptos, puede depender en buena medida el futuro político de Salvador Illa. Ciertamente, el president puede encastillarse en la Generalitat a esperar que escampe, aunque la tormenta sea de proporciones bíblicas, pero ni la agenda de la legislatura catalana está segura ante la eventualidad que una convocatoria electoral lleve a la Moncloa a una mayoría absolutísima del PP y Vox ni tampoco el apoyo de sus socios, ERC y Comuns, que han empezado a emitir señales de incomodidad ante la situación de Sánchez. El inquilino de la Moncloa es un meteorito ardiente, abrasivo y letal para quien se le acerque.

De la decisión de Pedro Sánchez, sea la que sea, puede depender en buena medida el futuro político de Salvador Illa

Y es que, ¿acaso puede garantizar Salvador Illa que se van a mantener los acuerdos sobre el traspaso de Rodalies con Feijóo en la Moncloa después de unas elecciones o, caso altamente improbable pero no del todo imposible, con un sustituto de Sánchez de su mismo partido, para llevar la legislatura hasta el 2027? Lo mismo podemos preguntarnos sobre el desarrollo de los acuerdos para establecer un nuevo modelo de financiación para Catalunya. Ya sea el pacto PSOE-Junts para el traspaso del 100% de los impuestos que se pagan en Catalunya como la propuesta de financiación singular del PSC y ERC. En ambos casos, estos acuerdos facilitaron las investiduras de Sánchez, con el sí de Carles Puigdemont, y de Illa, con el sí de Marta Rovira sostenido hasta hoy por Oriol Junqueras.  Si Illa se viera finalmente salpicado por la conversación con ese tal “Chili” que aparece en uno de los audios de Koldo, y a quien se ha identificado con Xiaojuan Li, el empresario chino y productor de mascarillas (defectuosas), con quien el entonces ministro de Sanidad habría tratado en la pandemia, es muy probable que tanto los comunes como ERC revisaran la continuidad de su apoyo al president. La frase, o el sopapo, o incluso el epitafio (“La izquierda no puede robar”) que el siempre efectista Gabriel Rufián le propinó a Sánchez en el Congreso en ausencia de su vicepresidenta y líder de Sumar, Yolanda Díaz, bien podría funcionar como un bumerán de ida y vuelta hacia el Parlament de Catalunya y su mayoría y Govern de izquierdas. Aunque quién sabe si también podría servirle a Rufián como lema para una campaña como líder de una izquierda reunida de las Españas, por supuesto republicana, con la que sueña su mentor Joan Tardà. Si bien todo indica que Ione Belarra tiene otros planes.

Pero también hay algunos hombres (y mujeres) de Sánchez fuera del perímetro de la izquierda. En Junts per Catalunya, cada día que pasa sin que Sánchez se mueva se acrecienta la incógnita sobre el precio que podrían pagar los de Carles Puigdemont y Míriam Nogueras en unas elecciones en las que Aliança Catalana podría presentarse como la única formación libre de corrupción. Este sería un nuevo banderín de enganche electoral más allá de la cansina cruzada islamófoba de la lideresa de Ripoll y frente a la ERC del despropósito de la DGAIA y del Junts que negociaba en Ginebra con Cerdán, el enviado plenipoitenciario de Pedro Sánchez. La corrupción de los demás, de todos los demás. Así fue como allá por 2003 la ERC emergente de Josep-Lluís Carod-Rovira se convirtió en el árbitro de la política catalana e inauguró el postpujolismo con su eslogan "mans netes". Veinte años después, ERC aún intenta vivir de ello a pesar de su desmoronamiento ético con el asunto de los carteles de los Maragall. Por cierto que "mans netes" ("manos limpias") era una traducción literal de "Mani Pulite", el proceso judicial contra la corrupción política en Italia, la trama tangentopoli, que a principios de los años noventa se llevó por delante a la primera República y al primer ministro socialista Bettino Craxi.