Pedro Sánchez es hoy un presidente carbonizado. Pero además es lo que los anglosajones llaman un pato cojo, un lame duck. Su tiempo se ha acabado. Y cuanto más tarde en asumir esa doble condición, peor será su final político. Cuanto más se demore, peor le irá a él, a su partido y a quien le sustituya en las filas socialistas. He ahí la clave de la ecuación. Después de lo conocido sobre el triángulo corrupto Cerdán-Ábalos-Koldo, parece evidente que Pedro Sánchez no puede volver a presentar su candidatura ni a la secretaría general del PSOE ni a la presidencia del gobierno de España. El pato cojo, expresión con la que se suele designar a un gobernante en tiempo de descuento, por ejemplo, los presidentes de los Estados Unidos en el final de su segundo mandato, no puede seguir el ritmo de la bandada, y, por eso, es más fácil que sea víctima de sus depredadores. Al final, pato cojo, pato muerto. Y además, Sánchez es, quizás desde hace demasiado tiempo, un zombie político. Un muerto viviente que únicamente se sostiene de pie por la incapacidad de sus oponentes —el PP y Vox, también Podemos— para derribarlo con una moción de censura que los socios clave de Sánchez, es decir, Junts y el PNB, rehúyen como el agua fría los gatos escaldados.
Recordémoslo. Por lo conocido hasta ahora, el escándalo Cerdán, o nueva fase del caso Koldo-Ábalos, implica al PSOE en tanto que afecta nada más y nada menos que a sus dos últimos secretarios de organización, Ábalos y Cerdán, este último destituído el miércoles pasado por Sánchez; implica al ministerio de Transportes, que dirigía Ábalos, y, por tanto, al Gobierno, dado que las mordidas o comisiones —centenares de miles de euros— que se repartieron los tres miembros de la trama, según el informe de la UCO y los audios intervenidos a Koldo García, provenían de adjudicaciones de obra pública por todo el territorio del Estado (desde Murcia a Asturias pasando por Sevilla o Sant Feliu de Llobregat). En tercer lugar, el asunto implica a Sánchez por otros tres motivos derivados de los anteriores: por ser líder del PSOE, por ser presidente del Gobierno y por haber promovido a Ábalos y a Cerdán como colaboradores de su máxima confianza en el partido y el gobierno (en el caso del primero). Posiblemente, sin ellos no habría conseguido recuperar el liderazgo del PSOE después de ser defenestrado por la vieja guardia ni —ay— haber obtenido el apoyo de algunos socios, singularmente, Junts, para mantenerse en la Moncloa tras perder las elecciones del 2023 ante el popular Alberto Núñez Feijóo. Además, no se descartan nuevas grabaciones comprometedoras que pueden salpicar a un círculo más amplio más allá de las tres “manzanas podridas”. Por no hablar de la inseguridad jurídica que trasladan los hechos conocidos sobre el funcionamiento corrupto de las licitaciones con cargo al presupuesto público en España. La sombra de la financiación ilegal de los partidos y el concurso de grandes compañías que no saldrían adelante en los concursos —valga la redundancia— sin las correspondientes entregas al político corrupto de turno reaparece una y otra vez como un virus inserto en los genes de la democracia española. O lo que es lo mismo, un sistema en que corruptos y puteros campan a sus anchas en el manejo del dinero público. Si Cerdán era el prototipo de "el español medio", como escribió el periodista Jordi Évole en La Vanguardia, no me imagino como debe ser el "español entero".
Junts no puede, ni debe, ni le corresponde, salvar al soldado Sánchez. Y además, no le conviene. A lo más, puede darle un margen para que prepare una salida ordenada de la presidencia y anuncie una fecha para el fin de la legislatura
Semejante cuadro pone en cuestión muy seriamente todas las opciones de continuar una legislatura objetivamente finiquitada más allá de un tiempo prudencial para preparar el final. Por el momento, y en medio de la conmoción, refugiado en una finca del gobierno español en Quintos de Mora (Toledo), Sánchez ha optado por una comparecencia en el Congreso, descartando someterse a una moción de confianza o convocar elecciones anticipadas. Si Sánchez no acierta en las próximas semanas en una estrategia que ahora ya solo puede tener por objetivo sobrevivirse a si mismo para impulsar una salida y una sucesión ordenada, las consecuencias para su partido aún serán más catastróficas. El PSOE puede pasar rápidamente del estupor a una guerra civil en la que el felipismo, al que Sánchez derrotó en su día —aunque ahora han aparecido sospechas de pucherazo en las primarias en que logró imponerse contra pronóstico— ya ha señalado a Eduardo Madina como alternativa. Felipe ha abierto, pues, la carrera sucesoria guste o no guste. Otros sectores podrían buscar vías intermedias, entre las que no vale descartar incluso al president Salvador Illa, un hombre bien visto por los grandes poderes del Estado y de quien todo hace pensar que Sánchez y el sanchismo aún puede confiar.
Por lo que se refiere a los socios parlamentarios, y, singularmente, a Junts per Catalunya, el estupor compartido con los socialistas de bien —sin ir más lejos, Santos Cerdán era el interlocutor designado por Sánchez en las reuniones de Ginebra con el president en el exilio, Carles Puigdemont— puede derivar pronto en el riesgo de verse arrastrados políticamente y electoralmente en la caída de Sánchez cuando faltan dos años para unas elecciones municipales que pueden ser claves para el futuro del mapa político en Catalunya. Por otra parte, con un presidente cuya credibilidad está bajo cero, tampoco parece muy segura la vía de subir el precio de una colaboración parlamentaria que hasta ahora solo ha servido para abrir carpetas a cambio de promesas de incierto futuro, incluída la más crucial: la amnistía cuya constitucionalidad validará el Tribunal Constitucional si nada se tuerce, pero sin que ello garantice que Puigdemont pueda volver a Catalunya sin miedo a ser detenido. Es cierto que un presidente amortizado, un pato cojo, puede aprovechar la recta final para tomar decisiones sin miedo a sufrir las consecuencias. Pero parece impensable que, en su situación, Sánchez pudiera llevar a cabo grandes cambios en la operativa de los acuerdos trazados hasta ahora. Previsiblemente, ello solo serviría para reforzar el argumentario ultraespañolista de PP y Vox y al sector más jacobino del PSOE, los Page y compañía. Por todo ello, Junts no puede, ni debe, ni le corresponde, salvar al soldado Sánchez. Y además, no le conviene. A lo más, puede darle un margen, propiciar un escenario seguro pero tasado en el calendario, para que prepare una salida ordenada de la presidencia y anuncie una fecha para el fin de la legislatura. La contrapartida lógica sería la ejecución acelerada de los acuerdos pactados, pero, en un escenario tan imprevisible, todo puede quedar en papel mojado. Ni Sánchez, ni mucho menos Junts, tienen en sus manos en este momento el gobierno de las cosas.
Insisto: Sánchez debe abanderar su propia salida del escenario, facilitando su sucesión y el final de la legislatura, antes de que la tierra se trague al pato rengo o el zombie se hunda irremisiblemente en el cenagoso pantano sin opciones a renacer en el último minuto de una película, una tragedia, que aún puede terminar peor. Se acabó, presidente.