La guerra descarnada en el seno del PP entre los antiguos compañeros y amigos de juventud Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso puede derivar en un gran desastre para Catalunya si los partidos independentistas y, en general demócratas comprometidos con el país, no hacen nada para evitarlo. Y no porque Vox puede acabar superando y relevando el PP como primera fuerza de la derecha sino porque esta posibilidad, bien real, puede reforzar a Pedro Sánchez y su estrategia de cínico -e irresponsable- menosprecio de la cuestión catalana. De hecho, y contrariamente a lo que sostuvo el presidente Pere Aragonès en su conferencia en el MNAC de hace una semana, Sánchez necesita esconder cuanto más mejor la mesa de diálogo precisamente porque activarla le daría todavía más opciones a Vox y su discurso de ofensiva guerracivilista contra los "rojo-separatistas". Un binomio ampliado con la inmigración y, últimamente, el feminismo y los colectivos LGTBIQ+ como nuevos enemigos de la España "Una Grande y Libre" de siempre.

Es difícil que Ayuso acabe siendo la candidata del PP a las elecciones españolas pero no tanto que Casado sea relevado por otro dirigente, un barón territorial como el eterno gran reserva gallego Alberto Núñez Feijóo. Ayuso, con su madrileñismo nacional-populista, acreditó su capacidad para frenar a Vox en las elecciones a la Comunidad de Madrid pero está por ver que pueda hacer la misma función más allá del perímetro de la capital. Que la crisis interna haya revelado una trastienda corrupta de la lideresa madrileña -las comisiones de su hermano en los contratos para traer mascarillas de China en el peor momento de la pandemia, todo un sarcasmo para quien, al grito de "libertad", presumía de un Madrid donde todo estaba abierto- la deja tocada pero no hundida: me juego un guisante que sus fans ya la han perdonado. La cuestión para el PP será, en todo caso, si plantea la carrera electoral española en clave "centrista" con un duelo Feijóo-Sánchez o se centra en evitar que Vox conquiste la hegemonía de toda la derecha confiándose a la chulapa herida con un duelo Ayuso-Abascal.

Lo que Pablo Iglesias no consiguió -que Podemos hiciera el sorpasso al PSOE- lo podría alcanzar Santiago Abascal con el PP. Con los dirigentes del PP destripándose en vivo y en directo y Ciudadanos en la fase final de su agonía política y electoral, e, incluso, el descrédito de Podemos como bastante antisistema aunque responda a coordenadas ideológicas diametralmente opuestas, los post-franquistas españoles pueden tocar el cielo. Vox ha pasado de 0 diputados y 47.000 votos en las elecciones generales del 2016 a 3.640.000 y 52 escaños en las de noviembre del 2019. No fue el PP, sino Vox, el gran beneficiario del derrumbe estrepitoso de Ciudadanos entre los comicios de abril y noviembre del 2019 -del máximo de 57 diputados de Albert Rivera hasta los pírricos 10 de Inés Arrimadas (47 escaños menos)-. Mientras el PP de Casado subió de 66 a 89 (23 más), Vox incrementó de 24 a 52, esto es, 28 más. Es cierto que ni Alemania ni Francia, que ya tienen graves problemas con sus ultras y neopopulistas xenófobos, quieren una España voxitzada, pero la nueva extrema derecha española ya no está sola en el escenario europeo: Budapest, Varsovia y Moscú juegan en la misma liga autoritaria e iliberal que Vox y participan de la ola global que sigue teniendo en Trump -y el trumpismo- su referente máximo y en las redes sociales su vehículo de expansión discursiva más efectivo.

Cuanto más tarde el independentismo en diseñar una estrategia compartida y abierta a otros grupos ante los escenarios de orden que se dibujan a España, sea con un Sánchez reforzado, sea con una coalición Vox-PP o PP-Vox en la Moncloa, más difícil será que la apisonadora no le pase por encima

Ciertamente, el avance de Vox, nacido como escisión del PP postaznarista, es un desastre (más) para la democracia en clave global pero, como decía al principio, lo es también para Catalunya. Pedro Sánchez puede ganar y reforzarse en las próximas elecciones españolas, previstas para el 2023, al grito de "Si tú no vas, viene Vox", sumando desde el grueso de la izquierda podemita al centroderecha más templado. Lo puede conseguir sin bajar del autobús y sin hacer la más mínima concesión a Catalunya, ni siquiera en clave neoautonómica, como prefigura la patética reunión de la bilateral Estado-Generalitat del viernes pasado. José Zaragoza, entonces secretario de organización todopoderoso del PSC, no podía haber imaginado que su exitoso eslogan del 2008 "Si tú no vas ellos vuelven", inspirado en la tarantiniana Reservoir Dogs, y diseñado para concentrar a todo el electorado de izquierda frente al PP en las elecciones generales, con José Luís Rodríguez Zapatero y Carme Chacón, podría tener una versión 3.0 en el 2023 con los ultras de Vox como agente -o coartada- movilizadora.

Cuanto más apelen los socialistas al miedo a Vox más silenciarán el conflicto político con Catalunya, una cuestión que para el PSOE de Pedro Sánchez tiene su límite práctico en los indultos a los líderes del 1-0 y, posiblemente, la aceptación de una solución forzada por Europa a la situación de los exiliados. Y cuanto más tarde el independentismo en diseñar una estrategia compartida y abierta a otros grupos ante los escenarios de orden que se dibujan en España, sea con un Sánchez reforzado, sea con una coalición Vox-PP o PP-Vox en la Moncloa, más difícil será que la apisonadora no le pase por encima.