Días de recomponer esquemas para interpretar lo que pasa. Ha tenido que ser Jordi Sànchez, a quien algunos, interesadamente, han querido confrontar con el puigdemontismo por su línea pactista supuestamente coincidente con la de Junqueras, quien ha llamado a las entidades soberanistas a organizar un paro de país, sin romper nada, y sostenerlo el tiempo que haga falta, como respuesta a la sentencia del Supremo sobre el 1-O. El aviso es claro y no sólo al Estado, también a la ANC, a Òmnium, al independentismo político y civil: los presos (y los exiliados) existen. Y ha sido Carles Puigdemont, quien, como su antecesor Artur Mas y su sucesor en la Generalitat Quim Torra, ha bendecido el pacto entre JxCat y el PSC en la Diputación, rompiendo así todos los guiones, igualmente interesados, que han endosado al president del exilio el papel del bandolero errante por los aeropuertos de media Europa con un trabuco en la maleta, con el fin de anularlo como actor político. De repente, los (inexistentes) caminos entre la Moncloa y Waterloo han confluido en la Diputación de Barcelona, con una presidenta, la socialista Núria Marín, que todo el mundo sabe que se mojó para que no pasara lo que pasó en el otoño del 2017. En fin, los movimientos de Sànchez y Puigdemont evidencian como el espacio postconvergente, pendiente todavía de rearticularse organizativamente, empieza a ofrecer la mejor versión convergente de él mismo, la disposición al pacto ―aunque sea con el diablo― sin renunciar a nada ―ahora, la autodeterminación y la independencia.

De hecho, nadie se tendría que sorprender. Al fin y al cabo, los herederos de Convergència siguen teniendo más legitimidad (histórica) que nadie para hacer de convergentes, y ahora que incluso la CUP abraza el pragmatismo porque quiere crecer ―en la democracia burguesa el asamblearismo limita con la realidad―, todavía más. JxCat, o comoquiera que se renombre el llamado espacio postconvergente, no acepta ser enterrada por las circunstancias ―y los enterradores― y esta es una buena noticia para el conjunto del independentismo y el catalanismo.

El catalanismo, no sólo el independentismo, se tendrá que verter a un nuevo comienzo, un nuevo inicio, porque no tiene alternativa

Si analizamos el momento con perspectiva, con una cierta mirada larga, nos hallamos en el clásico episodio, sin duda crítico, en que el catalanismo, no sólo el independentismo, sabe que tendrá que lanzarse a lo que un viejo socialdemócrata alemán, el canciller Willy Brandt, llamaba "un nuevo comienzo, un nuevo inicio" porque no tiene alternativa. Posiblemente, quien más cerca ha estado de convertirse en la alternativa españolista al catalanismo han sido los Ciudadanos de Inés Arrimadas ―con todo el Estado a favor y el independentismo puesto fuera de combate por la policía y los jueces―, pero la marcha a Madrid de su histriónica lideresa evidencia el fracaso. Al final, y valga la redundancia, el catalanismo, en sus diferentes formulaciones históricas, ha seguido existiendo porque ha sido capaz de sobrevivir a él mismo. Fue así después de la derrota de 1939, punto y final también a una descomunal guerra civil interior entre las fuerzas catalanistas y demócratas del país ―ERC, la Lliga, el PSUC, el POUM―, cuando, a pesar de la durísima represión, reconstruyó espacios comunes de habitabilidad y nunca dejó de ver la luz al final del túnel. Y lo fue después de la dictadura franquista, cuando, a pesar de las renuncias impuestas por lo que ahora se llama el régimen del 78 como peaje del establecimiento del marco democrático (autodeterminación, federación de los Països Catalans, recatalanización lingüística limitada...) supo posicionarse, como fuerza central del país, con CiU, el PSC, ICV, ERC.

Mientras el debate se centre sólo en los errores del independentismo y no en los de los otros, el rearme político y moral del catalanismo será imposible

¿El independentismo tiene que dialogar con el PSC, un partido del 155? La pregunta se ha puesto estos días sobre la mesa a raíz de los pactos de JxCat y ERC en los ayuntamientos y la Diputación con los socialistas, algunos de los cuales han servido a los dos partidos independentistas para desalojarse del poder mútuamente. No sabemos muy bien qué quiere decir "unidad estratégica" pero para ERC y JxCat ha quedado bastante claro hacia dónde lleva la contrario: la división, la guerra, y la cesión de espacios de poder al adversario compartido. Habrá un antes y un después de esta crisis, ha advertido ERC. Pero, poniendo las luces largas, el reto es si, después de la nueva derrota, no del pacto en la Diputación ―intervención de la autonomía, presos, exiliados, fracaso de la llamada DUI―, el catalanismo, no sólo el independentismo, sabrá refundarse y acordar una nueva hoja de ruta para continuar un camino que será ciertamente empinado. Para todo el mundo. Y digo catalanismo porque la reflexión no sólo la tendrá que hacer el independentismo. También el PSC, y los comunes, están invitados. El otro día le preguntaba Pedro Sánchez a Pablo Iglesias si estaría dispuesto a formar parte de un gobierno que aplique el 155. La pregunta que se tendrá que hacer el PSC ―y quizás los comunes― es si también aceptarán un 155 impuesto por un presidente socialista. El perímetro ―y la fuerza― real del catalanismo en los próximos años dependerá de la respuesta a esta pregunta. De vez en cuando, la autoabsolución de los propios errores puede ser la garantía para no repetirlos. Pero la condición sine qua non pasa por reconocerlos; y mientras el debate se centre sólo en los errores del independentismo y no en los de los otros, el tan invocado rearme político y moral del catalanismo, en su conjunto, será imposible.