Lo explicaba muy bien ayer el historiador Jordi Font en un artículo en El Punt Avui. Fue la pedagoga Marta Mata, cofundadora de la Associació de Mestres Rosa Sensat, socialista -diputada en el Parlament, en el Congreso, senadora y concejala en el ayuntamiento de Barcelona por el PSC- quien, en el debate sobre si se tenían que establecer dos líneas de enseñanza diferenciadas en las escuelas catalanas, una en catalán y la otra en castellano, defendió el modelo de Escola Comuna (Escuela Común) oponiendo el pretendido "derecho de opción de los padres" al "derecho de opción de los niños". Es decir, el derecho de los escolares a acceder en igualdad de condiciones a las dos lenguas para que después pudieran decidir en la vida qué uso -o no- harían de ellas. Justamente es este el derecho, el derecho de opción del niño, que sus padres en primer lugar, pero también la justicia española, el Tribunal Supremo, en funciones de policía lingüística, y buena parte del aparato político y mediático del Estado han vulnerado y negado al niño de Canet de Mar a quien, supuestamente, pretenden beneficiar con el 25% de castellano.

Un fantasma recorre Canet de Mar. Es el pretendido "derecho de opción de los padres", y las proclamas vomitivas sobre una supuesta "libertad" conculcada de los castellonahablantes en Catalunya, hasta el punto de tratar a los catalanes de nazis, como hace impúdicamente el PP mientras otros callan. Si no se pone remedio, es todo esto lo que puede acabar convirtiendo al chico de Canet de Mar en un alienígena entre sus compañeros de clase de P5. Tanto él como el resto son víctimas de la misma ofensiva política, judicial y mediática contra un sistema, la inmersión 100% en catalán recortada ahora en un 25%, pensado para garantizarles el "derecho de opción" a ellos, no a sus padres, quienes no sólo hace tiempo que han escogido sino que quieren imponer su elección al resto de la humanidad con las armas de todo un Estado detrás. No hay que ser un Einstein para ver que, de hecho, tampoco son los padres del chico de Canet los que deciden: es el siniestro espectro del ministro Wert quien recorre las escuelas de la bonita población del Maresme para "españolizar" a los niños y niñas a golpe de 25% de castellano sí o sí.

Es el siniestro espectro del ministro Wert quien recorre las escuelas de Canet de Mar para "españolizar" a los niños y niñas a golpe de 25% de castellano sí o sí

El enésimo intento de abrir una guerra de la lengua a Catalunya que el 99% de la gente no quiere es aparentemente paradójico, y no sólo porque el castellano sigue siendo el idioma claramente privilegiado en Catalunya -probad a vivir sólo en catalán o sólo en castellano y ya me explicaréis hasta qué punto es posible hacerlo en uno y otro caso-. La paradoja, aparente, se da, por una parte, porque el ataque tiene lugar en un marco de evidente estancamiento si no de regresión del uso del catalán a beneficio del castellano, empezando por los maestros en las aulas; y de la otra, en el ámbito digamos más estrictamente político, del reflujo si no el fracaso del procés independentista tal como lo hemos conocido hasta ahora. Una posición políticamente debilitada a la cual contribuye la estrategia de partidos como el PSC, históricamente identificados con la inmersión y la convivencia lingüística y ahora condescendientes o supuestamente neutrales por meros intereses electoralistas -opa final sobre el grueso del voto españolista huérfano que optó por C's-.

Pero la doble paradoja deja de serlo si atendemos a la relación entre ofensiva contra la inmersión y debilitamiento del uso y el prestigio social de la lengua y la sensación de derrota en el combate con el Estado ultrauniformista y represor desenmascarado por el procés independentista. Que, además, la sentencia del TSJC se haya producido en plenas negociaciones entre ERC y el gobierno de Pedro Sánchez sobre la presencia del catalán en las plataformas audiovisuales a cambio del voto de los republicanos a los presupuestos -lo que hasta ahora se ha revelado como una tomadura de pelo de dimensiones colosales- es todo un síntoma de las fortalezas y debilidades de los unos y de los otros. Por eso, el catalanismo puede perder la última batalla por la lengua si da por bueno el discurso de que el catalán va irremediablemente hacia la extinción y que el proyecto independentista lejos de reforzarlo lo debilita porque divide a la sociedad.

La situación del catalán ni es culpa del "fracaso" de la inmersión lingüística como herramienta pedagógica igualitaria e inclusiva -no se debe confundir nivel de uso social del catalán, bajo y en regresión, ciertamente, con nivel de conocimiento de la lengua, muy mayoritario- ni tampoco de las supuestas fracturas sociales, políticas, identitarias, etnolingüísticas o como queráis llamarlas atribuidas al procés independentista. El Manifiesto de los 2.300 contra la política lingüística de la Generalitat, impulsado entre otros por el inefable Federico Jiménez Losantos en 1981; las campañas disfrazadas de bilingüismo que movilizaron  una parte del voto de aquel cinturón rojo de Barcelona a favor del PP de Aleix Vidal-Quadras en los años noventa; o la creación del partido Ciudadanos / Ciutadans de Albert Rivera en julio del 2006 -al calor de otro pronunciamiento de intelectuales españolistas, entre los cuales Félix de Azúa, Albert Boadella, Francesc de Carreras y Arcadi Espada- son bastante anteriores a la revolución de las sonrisas, la consulta del 9-N, el referéndum y la declaración de independencia de octubre del 2017. De resultas del procés, los únicos que han visto coartada su libertad personal, sentenciados y condenados con penas de prisión que suman 100 años, por no hablar de los millares de personas todavía con sumarios judiciales abiertos por defender el derecho a la autodeterminación de Catalunya, todo el mundo sabe quiénes son. No hemos visto ningún fiscal o tribunal actuar de oficio contra Arrimadas o Carrizosa por incitar al odio a golpe de tijeretazo a los lazos amarillos o pedir directamente el encarcelamiento de líderes políticos votados democráticamente por la ciudadanía y perseguidos por intentar cumplir el programa con que concurrieron a las elecciones, en el cual, por cierto, la lengua no era una prioridad como no lo ha sido en general en la hoja de ruta del procés.

El catalanismo y la causa de la lengua pierden si caen en la trampa de equiparar cuatro tuits sectarios con la fuerza de todo un Estado activado para reconquistar una escuela de un pueblo de Catalunya como si estuviéramos en 1939

La vicesecretaria de Organización del PP, Ana Beltrán, se preguntaba este sábado: ¿"Qué nos queda por ver? ¿Llegaremos a ver en Catalunya a los que pidan que se pueda estudiar en castellano con un brazalete marcado, para que puedan estar señalados en la calle, cómo hacían a los nazis con los judíos"? El catalanismo y la causa de la lengua pierden si caen en la trampa de equiparar cuatro tuits sectarios y ofensivos como los dedicados a la familia y el niño de Canet de Mar con la fuerza de todo un Estado activado para reconquistar una escuela de un pueblo de Catalunya como si estuviéramos en 1939. ¿Quién fomenta el apartheid? ¿Quién pretende crear un bantustán lingüístico? ¿Quién levanta muros y fronteras identitarias? ¿Quién balcaniza aquí las escuelas? La nazi será usted, señora.

El momento es crucial, aunque suene a tópico, precisamente, porque el catalán está menos de moda que nunca social y culturalmente y ahora no hay procés en marcha: la carga de empoderamiento colectivo que supuso el ciclo independentista está desactivada por la represión, el cansancio y la mala gestión política. ¿Puede servir el caso Canet para reactivar la movilización cívica y catalanista y (re)hacer el consenso de país en torno a la lengua? Quizás sí. Sin embargo -como ha pasado en la negociación del audiovisual en Madrid- también puede servir para reforzar la agenda neoautonomista, en la que la eterna promesa de garantizar la pervivencia y la salud de la lengua catalana siempre vuelve después de cada nuevo hachazo de los que justamente quieren o abonan lo contrario: destruirla y aniquilarla para acabar con la "anomalía" de su mera y querida existencia.