Barcelona ha vivido la tarde-noche de este domingo la séptima jornada consecutiva de duras protestas tras la sentencia del Tribunal Supremo -este lunes hace una semana de la comunicación final del veredicto- contra los líderes del procés. En la capital catalana ha habido fuegos porque los jueces han condenado a casi 100 años de prisión por sedición y malversación a nueve líderes políticos y sociales independentistas que, como se ve ahora que el centro de Barcelona arde, no van trencar ni una paperera. La violencia desatada, ese infierno apocalíptico, el mito de la ciudad envuelta en llamas que vomitan las portadas de los diarios y los directos de las televisiones y los digitales, es, justamente, precisamente, lo que no existió ni el 20-S ni el 1-O, donde si hubo alguna violencia contra las personas fue la violencia legal practicada por la policía contra los votantes del referéndum de independencia. Ese es el momentum que tanto molesta a algunos, la evidencia de lo que realmente pasa aquí y ahora como reverso de lo que nunca sucedió más allá de la fabulación judicial-policial.

Luego cuidado porque las condenas que quizás ya se estén redactando para la próxima fase de represión del procés podrían subir muchos grados, como mínimo hasta la ahora descartada rebelión que pidieron los fiscales; y cuidado porque ya hay quien, desde la prensa "seria" de Barcelona, señala a un nuevo “Estat major” como director de los actos violentos para sembrar el caos. ¿Adivinan, por casualidad, por qué ciudad belga pasan todas las líneas de investigación en curso? Si a ello se añade que la Audiencia Nacional ya está investigando al Tsunami Democràtic por "indicios de terrorismo" el cuadro es diáfano: los gobernantes españoles, desde el Rey al último diputado a Cortes de los partidos del 155, no solo no han aprendido nada en los últimos dos años sino que están dispuestos a prolongar el conflicto con Catalunya ad infinitum. A menos que Merkel, antes de retirarse, los pare en seco.

Desde el Rey hasta el último diputado del 155 están dispuestos a prolongar el conflicto con Catalunya 'ad infinitum'

Los fuegos de Barcelona y los durísimos enfrentamientos entre agentes del mando policial unificado CNP-Mossos y los activistas más agresivos, muchos de los cuales poco o nada tienen que ver con el independentismo -estudiantes indignados, extremistas de izquierda, amantes de los juegos de guerra real y otros- han provocado el grueso de los 600 heridos en el total de Catalunya, entre ellos algunos graves; cuatro han perdido la visión de un ojo. Las comparaciones son odiosas, pero el 1 de octubre del 2017 los mismos servicios sanitarios que han asistido ahora a los heridos cuya cifra todo el mundo da por buena contabilizaron a más de 1.000 en solo medio día de furia policial. 

Los daños al mobiliario urbano, son, asimismo, cuantiosos: 2,5 millones de euros en la capital catalana. Y los detenidos hasta ayer 164 -150 de ellos por parte de los Mossos-.  Sostiene la policía española que la reacción de los activistas ha sido inédita por su contundencia, lo nunca visto en Barcelona, un infierno. Convendría un repaso a Google (huelga general del 29-M del 2012) y los libros de historia. Pero, en todo caso, esa valoración es una perfecta justificación para justificar la injustificable desproporción en el castigo y persecución de manifestantes y, muy significativamente, de periodistas, a los que literalmente parece que se les ha dado caza. La capital catalana ha emergido en el mapa global de estallidos político-sociales larvados o activos que enlaza Santiago de Chile con Hong Kong a través de París y Londres. He ahí la diferencia entre la internacionalización del conflicto como “revolución de las sonrisas” o como revuelta incendiaria incontrolable. Ahora que Barcelona arde, más de uno quizás entienda qué hacían Jordi Sànchez y Jordi Cuixart subidos en el coche de la Guardia Civil aquel 20 de septiembre de 2017 frente a la conselleria de Economia.

Ahora que Barcelona arde, más de uno quizás entienda qué hacían los Jordis subidos en el coche de la Guardia Civil aquel 20 de septiembre de 2017

Y, sin embargo, lo que más preocupa a los administradores del Estado español en esta hora no son los fuegos de Barcelona, sino las ocupaciones pacíficas de aeropuertos -como sucedió en el Prat pocas horas después de la sentencia-, u otras protestas masivas y “limpias”, en las que todo puede pararse sin encender ni un mal pitillo. Incluso se ha demostrado en los incidentes de Barcelona que un grupo de ciudadanos determinados puede obligar a recular a la policía con métodos de resistencia civil no violenta.

Pero hay más. Como se dice aquí, el independentismo civil ha hecho “foc nou”, ha empezado de nuevo. El independentismo civil ha superado la depresión; el “duelo”, como ha escrito el periodista Pere Martí en Vilaweb. Y lo ha hecho regresando al punto donde inició su singladura hace una década: en la calle, por su propia voluntad, sin importarle ni preguntar el color político del compañero de manifestación, o protesta, como se ha evidenciado en las impresionantes Marxes per la Llibertat. El independentismo ya no navega hacia Ítaca, sino que ha puesto proa al mundo, sin negarse a recalar en ningún puerto; sin prisa, pero sin pausa, con brío. Como ha hecho notar Lluís Llach, podría ser que, ahora sí, en Catalunya se esté haciendo la independencia. La sentencia del 1-O ha llenado de nuevo de razones los depósitos de combustible moral y político de la nave. 

El independentismo ya no navega hacia Ítaca, sino que ha puesto proa al mundo, sin negarse a recalar en ningún puerto; sin prisa, pero sin pausa, con brío

Los primeros que deberían tomar nota del cambio de rumbo, y de ritmo, de la gente son los políticos independentistas: es la calle, de nuevo, la que dirige y se dirige. Lo ha comprobado el diputado de ERC Gabriel Rufián estos días al intentar sumarse a algunas concentraciones y cabeceras de marchas. Nada que no le pasara al president José Montilla en aquella manifestación de 2010 donde (casi) empezó todo. Y lo está viendo Pedro Sánchez, que no le coge el teléfono a su homólogo Quim Torra, es decir, al máximo representante ordinario del Estado español en Catalunya, porque ni quiere ni sabe qué decirle. Pero, sobre todo, porque ya lo ha puesto fuera de la ley, como hizo el rey Felipe VI con el conjunto del Govern de Catalunya en el discurso de aquel 3 de Octubre. Los fuegos de Barcelona han prendido en Sol, en el madrileño quilómetro cero; en la señorial Cáceres, en la esplendorosa Sevilla, en Oviedo, entre mucha gente digna. Continuará.