En las próximas horas se va a dilucidar si Jordi Turull y Laura Borràs llegarán a un acuerdo para liderar una candidatura conjunta en el congreso de Junts del 4 de junio o bien van a optar por la confrontación. Como se sabe, Turull se ofrece para relevar a su compañero de prisión Jordi Sànchez como secretario general y propone que Borràs ocupe la presidencia a la que, hoy hace una semana, renunció Carles Puigdemont. Como quiera que Borràs está dispuesta a hacer lo que haga falta en política menos a ejercer como florero, la presidenta del Parlament se reserva sus cartas. De hecho, Borràs parte con ventaja: la presidencia del partido ya la tiene, de entrada. Nadie se la discute. Pero no quiere solo el cargo: quiere el poder, por lo que, si no hay pacto, todo hace pensar que optará por disputar a Turull la secretaría general en un partido donde son los militantes quienes deciden, directamente, o reclamará una presidencia ejecutiva, lo que, en caso de aceptarse implicaría una reforma de estatutos como garantía de la delimitación de competencias. Algo que, por razones obvias, no era necesario en el caso de Puigdemont. La cuestión, empero, va mucho más allá de los personalismos: Junts se juega su futuro a medio plazo en las próximas semanas y el conjunto del movimiento independentista bastante más de lo que parece. Y las perspectivas ahora mismo están más cerca de un fallido congreso de refundación del antiguo espacio convergente, como fue el del PDeCAT en 2016, que de poner proa a la presidencia de la Generalitat que cedieron a ERC en las elecciones del 2021.

Las preguntas son dos: ¿poder para qué?; y, ¿es viable Junts más allá de Puigdemont? Poder para tomar decisiones, obviamente, y ahí es donde surgen nítidamente las diferencias entre Turull y Borràs, quienes, a su vez, ejemplifican bastante nítidamente la encrucijada del independentismo postprocés. Borràs quiere un partido que acompañe al movimiento independentista y que reactive el pulso con el Estado en la calle y las instituciones, si puede ser, claro está, con ella al frente o en el puente de mando. En este sentido, Borràs quiere ser, en parte, un Puigdemont del interior, una líder indiscutible, con una Junts más cerca de lo que fue en sus inicios, una coalición electoral, más que una fuerza política jerarquizada, estructurada y organizada clásica. Ahí, Borràs es también más el Jordi Pujol de la Convergència-movimiento que el Miquel Roca de la Convergència-partido. Pero también el Pasqual Maragall de Ciutadans pel Canvi que el José Montilla del PSC como partido más leninista que soviético, para entendernos. En cuanto a la política de alianzas, Borràs apuesta solo por el independentismo en todos los niveles de la administración. Turull es la otra cara de la moneda: el proyecto del exconseller y exdirigente de Convergència es tan pujolista o más que el de Borràs pero en el terreno pragmático: Junts tiene que volver a ser el partido hegemónico del independentismo, es decir, volver a relegar a ERC a la segunda posición, y, de nuevo, presidir la Generalitat. Con un enfoque, además, que no será el del procés, sino el de la restitución del poder arrasado por el 155 y la represión; y, siempre, sin renunciar a la independencia como objetivo final. En el capítulo de las alianzas ello incluye desde luego el independentismo, ERC y la CUP, pero también al PSC, de momento, en diputaciones y ayuntamientos. En Junts son muchos los que quieren tener “manos libres” en la relación con el PSC de Salvador Illa por lo menos al mismo nivel que las tiene ERC con el PSOE de Pedro Sánchez.

Si lo que representa Borràs en Junts, la militancia independiente más comprometida con el activismo independentista, no halla acomodo en el congreso, las bases para el cuarto partido del independentismo estarán puestas

Curiosamente, la legendaria veta libertaria de la política catalana está hoy más presente en Junts que en ERC. Muy probablemente, la presidenta del Parlament y jefa de cartel en las pasadas elecciones aún se impondría en una pugna congresual como líder de las bases de Junts. Junts, como la antigua CDC, es un partido de cargos —o gobierna o gobierna— pero se parece al primer Podemos porque, a su vez, se configura en congresos asamblearios: los militantes escogen. Borràs parte con ventaja porque le sobra movimiento, y liderazgo, también electoral, aunque le falta partido —estructuras y cargos—; Turull tiene la maquinaria en sus manos, pero puede alejar a Junts del movimiento independentista si se pasa de pragmático y no acierta con el futuro cartel electoral. Es decir, si, cuando toque escoger nuevo candidato a la Generalitat no halla el justo medio entre Puigdemont y el proyecto de una Junts posibilista para maniobrar en el postprocés sin excesivas ataduras. Un perfil en el que difícilmente encajaría Borràs. Por el momento, si lo que representa Borràs en Junts, la militancia independiente más comprometida con el activismo independentista, no halla acomodo en el congreso, con una u otra fórmula, las bases para el cuarto partido del independentismo que sugieren Elisenda Paluzie y algunos otros, estarán puestas. Unos 700.000 votantes de formaciones independentistas se quedaron en casa en las elecciones al Parlament de hace un año. En esas coordenadas, Junts, que a la postre es el único partido nuevo surgido de las urnas del 1-O, o, si lo prefieren, de la década del procés soberanista, tiene todas las de perder. Y, más aún, sin Puigdemont en la presidencia.