“¡Mi president está en la prisión!” Así me cortó el sábado, tajante, a voz en grito, en la calle, un militante de ERC en un puesto de recogida de firmas por la amnistía de presos y exiliados ante la sola mención de la fallida investidura telemática de Carles Puigdemont el 30 de enero del 2018, aplazada, como todo el mundo sabe, por el republicano Roger Torrent, a raíz de la prohibición del Tribunal Constitucional. Mencioné ese episodio como crucial en el origen del tremendo desencuentro entre ERC y Junts. Lo hice tras firmar por la libertad de los presos y exiliados y ante la invitación a comentar la jugada, el momento actual, de otros cargos de ERC presentes, buena gente, que trabaja con honestidad por el pueblo donde vivo. “¡Puigdemont no se presentó!”, remachó el airado militante citado al principio.

Nos despedimos. Caía la tarde. La toma de temperatura a ras del suelo, a pie de obra -estoy seguro que la situación podría haberse repetido en mil lugares- no podía arrojar un resultado más explícito, entre la resignación, el cabreo y la explosión de odio estomacal, cuando aún no habían transcurrido 24 horas de la investidura frustrada del candidato republicano Pere Aragonès por la negativa de Junts a darle el sí. Cosa que seguramente se repetirá de nuevo mañana martes en la segunda convocatoria del pleno en el Parlament con una nueva abstención de los de Puigdemont.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí? La profundidad de las heridas entre ERC y Junts no ha hecho más que ahondarse en las a penas cinco semanas transcurridas desde las elecciones del 14 de febrero. Lo primero que debería preguntarse ERC, el partido ganador a quien corresponde la iniciativa y la responsabilidad de formar gobierno, es qué parte de su estrategia negociadora debe corregir, porque, de momento, lo que ha cosechado es un estrepitoso fracaso. La intensa negociación de ERC con la CUP y los continuados guiños a los comunes le reportaron el viernes a Aragonès 9 votos de los de Sabater y Riera y 0 de los de Albiach, quien, desde su atalaya de supremacismo moral supuestamente izquierdista, se permitió incluso compadecer al presidenciable republicano ante el maltrato que, según ella, recibe de Junts.

Sumes i restes. 0 votos de los comunes, en el papel del perro del hortelano, recibió el viernes Aragonès. Lo que no ha sido óbice para que desde ERC, un veterano y para muchas personas político querido como Joan Tardà, siga insistiendo en Twitter en el Frente Amplio a la uruguaya con los comunes y la CUP y Junts en posición minoritaria al que también aludió Aragonès el viernes. Esos son los socios por los que suspira ERC. Los comunes, que se apoyaron en el xenófobo Valls para impedir a Ernest Maragall ser alcalde de Barcelona, pese a ganar las municipales y, no tengan ninguna duda, que habrían bloqueado un gobierno ERC-Junts en la Diputación de Barcelona. Entonces y ahora.

Obviando el hecho de que los comunes vetan de entrada cualquier fórmula que incluya a Junts, la solución gramsciana de Tardà sería tanto como pedirle a los de Puigdemont que paguen con sus 32 votos su propia subalternización en el Govern. O lo que es lo mismo, su minorización en un Govern de izquierdas sin mayoría (50 diputados) sostenido por la “derecha” (sus imprescindibles 32) gratis et amore. ¿Seguro que eso es lo que votaron los catalanes el 14-F? Salvo que ERC incluya al PSC de Illa en “les esquerres”, parece claro que entre independentistas y izquierdas, una clara mayoría de electores se decantó el 14-F por lo primero en una proporción de 74 (ERC, Junts, CUP) a 50 (ERC, CUP, comuns). Por no hablar del casi 52% de voto independentista.

Hay que ponerle mucha imaginación para presentar a Pere Aragonès como el “fill de la minyona” a quien los perversos amos convergentes, teledirigidos desde Waterloo por el malo de Puigdemont, no permitirán ser president

Lo segundo que debería preguntarse ERC es hasta cuándo piensa seguir considerando a los suyos “els fills de la minyona (la criada) o “els masovers (los aparceros)” a quienes los poderosos, o sea, los de Junts, nunca permitirán o harán todo lo posible, porque no manden. ERC sigue explotando el prejuicio de presentar a Junts no solo como la enésima actualización del espacio “convergente” de toda la vida -con el permiso del evaporado PDeCAT- sino de la Lliga Regionalista o de l’Institut Català de Sant Isidre frente a la Unió de Rabassaires de los años treinta del siglo pasado. Después de los presidents Macià y Companys, Irla y Tarradellas; de haber formado parte en posición determinante de los gobiernos de Maragall y Montilla, del de Puigdemont -després del pas al costat de Mas- i del de Torra, hay que tener mucho cinismo histórico, o ser muy amnésico, para seguirse proclamando el pobre, el eterno desposeído, al que “els amos (los amos, los ricos)” no le dejan gobernar. Hay que ponerle mucha imaginación, en fin, para presentar a Pere Aragonès -su biografía y antecedentes familiares están disponibles para todo aquel que quiera consultarlos- como el “fill de la minyona” a quien los perversos amos convergentes, teledirigidos desde Waterloo por el malo de Puigdemont no permitirán ser president.

Puigdemont, siempre Puigdemont. Es obvio que el papel del president en el exilio no puede ser el mismo que hasta ahora con un president efectivo de ERC al frente de la Generalitat. Pero esa es solo una parte del problema. Puigdemont no puede ni debe pretender tutelar ni monitorizar a Aragonès, faltaría más. Pero, ¿y Junqueras desde Lledoners? ¿Que el president de la Generalitat vaya a ser ahora de ERC supone entregar a Junqueras, quien, por desgracia, y como Puigdemont, no puede ser presidente efectivo, el mando a distancia de la gobernación de Catalunya? ¿No supondría eso tener un nuevo presidente vicario al frente de la Generalitat -si es que el anterior, Torra, realmente lo fue-? Por cierto: ¿Junqueras está en la prisión por ser de izquierdas o por ser independentista? 

Puigdemont no puede ni debe pretender tutelar ni monitorizar a Aragonès, faltaría más. Pero, ¿y Junqueras desde Lledoners? 

Pueden ser preguntas sin duda incómodas. Duras. Incluso descarnadas. Hasta hirientes. Como el momento. Pero si, entre otras cosas, ERC se hace las preguntas adecuadas seguro que más tarde o más temprano, dentro de los dos meses hábiles que se abrirán para alcanzar un acuerdo, si, como se prevé, Aragonès tampoco es investido mañana, ERC, digo, volverá a tener la presidencia de la Generalitat. Como la tuvo en los años treinta, cuarenta, cincuenta, sesenta y setenta. En el interior y en el exilio. Y la tendrá con los votos del partido de Puigdemont, no de Albiach. Hoy por hoy, sin que ello signifique descartar nada en el futuro, ese es el camino que puede y, según la  mayoría de los electores catalanes, debe transitar. Y, como decían los de Siniestro Total en los años ochenta, "Ante todo, mucha calma".