La legislatura que tenía que ser la de la restitución del Govern cesado por el bloque del 155 ha acabado con la destitución como diputado del president Quim Torra por parte de la mesa del Parlament presidida por otro independentista, Roger Torrent, que ha ejecutado así lo decidido por la Junta Electoral y avalado el Tribunal Supremo. Las cartas estaban sobre la mesa desde que ERC tampoco aceptó investir a distancia al president en el exilio, Carles Puigdemont, un 30 de enero de hace dos años, herida que ha continuado supurando y envenenando las relaciones entre ambos socios de gobierno. Cualquier marciano acabado de aterrizar concluiría que el independentismo le ahorra el trabajo al enemigo, a los cazadores de cabezas del deep state, a cuenta de la lucha sin cuartel entre ERC y lo que ERC sigue denominando “Convergència”, despectivamente, mientras, al parecer, aspira a parecerse cada vez más a ella para recoger definitivamente su herencia. Todo lo cual algún día será objeto de estudio sinó en Cuarto Milenio en alguna facultad de metafísica del absurdo.

Torrent -y ERC- han justificado la retirada del escaño a Torra por un bien superior: la tramitación de los presupuestos y el riesgo de paralización de la Cámara, así como lo que consideran mera gesticulación estéril por parte de JxCat. En realidad, lo que no se quiere es que Torrent sea una nueva Carme Forcadell en manos de la maquinaria judicial de un Estado al que las cuentas de la Generalitat le importan tanto com a Montserrat Bassa la gobernabilidad de España, o sea, un comino. Tras los hechos de octubre del 17, el partido de Oriol Junqueras decidió que ya había cubierto con creces su cuota de mártires, y que, de lo que se trataba ahora era de hacer un alto para acumular fuerzas en la larga marcha. El problema es que esa estrategia de desescalamiento del conflicto no es correspondida por el Estado. Sin ir más lejos, puede que al final ERC tampoco salve al soldado Torrent, a quien la fiscalía ha recibido órdenes de investigar por las resoluciones sobre la autodeterminación y contra la monarquía. Si finalmente Torrent es investigado, en la senda de Forcadell, ERC pagará caro el error de haber servido en bandeja al deep state el escaño del president Torra.

Si finalmente Torrent es investigado, en la senda de Forcadell, ERC pagará caro el error de haber servido en bandeja al deep state el escaño del president Torra

 

El anuncio de elecciones más extraño de los últimos cuarenta años en Catalunya, la voladura controlada del “govern efectiu” mediante comicios sin fecha, más allá de situarlos con posterioridad a la aprobación de unos presupuestos en una legislatura declarada muerta que no se sabe cuánto respirará aún, puede ser un calvario de incertidumbre preelectoral para ERC mientras proporciona margen a JxCat para reformatearse ante el electorado independentista. Todos los caminos vuelven a pasar por la Moncloa. Un fracaso de Pedro Sánchez ante el búnker judicial pasaría factura en las urnas al “independentismo pragmático” que ERC encarna en la figura de su candidato in pectore, Pere Aragonès. Por eso  mismo el burdo intento de posponer la mesa bilateral entre los gobiernos español y catalán pactada con ERC aprovechando la confusión desatada por el sorprendente movimiento con que Torra respondió a la confiscación de su escaño, e incluso de anular la reunión del próximo jueves con el president, fue corregido en parte por Sánchez. Así como no hay fecha para las elecciones tampoco la hay para la mesa de diálogo bilateral, en lo que supone un incumplimiento descarado del pacto de investidura del PSOE con ERC.  

Un fracaso de Pedro Sánchez ante el búnker judicial pasaría factura en las urnas al “independentismo pragmático” que ERC encarna en Pere Aragonès

Dice Miquel Iceta que “el mundo feliz de ERC sería poderse entender con el PSOE y luchar hasta la extenuación con el PSC”. Ese es justamente el esquema que mantuvo CiU durante muchos años, encarnado electoralmente en la “Catalunya dual” y que ERC y el PSC rompieron con los tripartitos. La reedición de esa plantilla transmutaría ahora la lucha de aquellos años entre CiU y el PSC, con ERC como fuerza subalterna, en una pugna ERC-PSC y con “Convergència”, o sea JxCat, casi fuera del escenario. Mientras Felipe González se entendió con Jordi Pujol, el PSC no levantó cabeza en la batalla por la Generalitat. Y cuanto más se acercó Pujol a Aznar, más ampliaron su espacio el PSC y ERC y se achicó el de CiU. Puede que Iceta tenga razón en su diagnóstico. Es obvio que habla la voz de la experiencia. Pero los papeles están muy poco claros, si no claramente cambiados. ¿A quién se quiere parecer Sánchez en su relación con ERC? ¿Al González que, pactando con Pujol, castigaba al PSC o al Aznar que, menospreciando a CiU, inflaba a ERC? ¿Y quién es ahora CiU -el posibilismo pactista- y quién ERC -la autenticidad indepe-? That's the question.

Por el momento se observa que cada vez que Sánchez deja con el culo al aire a la ERC "pragmática" abre una ventana de oportunidad para el “independentismo auténtico” de Puigdemont, y de la CUP. Y, paradójicamente, cada victoria en Europa de Puigdemont ante la maquinaria político-judicial española, -la última, el euroescaño de Clara Ponsatí-, parece un triunfo para el conjunto del independentismo y una cierta enmienda a la estrategia de ERC. Lo que, sin duda, lleva a una dinámica infernal en la legítima, aunque para muchos frustrante, lucha por la hegemonía política entre ambas fuerzas.  Al final, todo ello es así porque por más que se empeñen Gabriel Rufián y algunos otros, esto no va de “Convergència”.  Tan solo hay que repasar las intervenciones de los presos políticos del otro día en el Parlament, incluidos los "convergents".