El exRey de España Juan Carlos I vivirá mañana en los Emiratos Árabes Unidos, donde huyó en medio de la vergüenza hace seis meses, el 40 aniversario del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. El monarca fue el principal beneficiario, durante décadas, de la utilización del tejerazo por el régimen del 78 para blanquear su conciencia podrida, su miseria fundacional, su genealogía franquista, que, contra pronóstico, sigue echando raíces en un país de caraduras y derrotados. Una evidencia más que, como intuyó Walter Benjamin, el progreso humano -el de la ciencia y la técnica es otra cosa- no es más que un mito de la Ilustración.

Cuando se llevo a cabo El Golpe, el 99% de las clases trabajadoras de lo que entonces se llamaba “este país”, los obreros y las obreras de las fábricas -como los padres de quien suscribe-, los pequeños comerciantes, los oficinistas, los maestros y maestras jóvenes que soñaban con un futuro mejor, se refugiaron en sus casas, en los barrios, muertos de miedo. El reciente asalto trumpista al Capitolio fue un golpe fake y posmoderno; en realidad, nunca existió más allá de las pantallas, como diría Baudrillard. En cambio, el golpe de Tejero fue una regresión, durísima, a la España del 36 y de la posguerra, con la aquiescencia vergonzosa de muchos -según se va sabiendo- dispuestos a tragarse lo que hiciera falta con tal que nadie les arruinase el negocio de la democracia, empezando por su vértice institucional, el propio rey.

Tenemos las imágenes icónicas de los diputados y diputadas del Congreso besando el suelo de sus escaños mientras el ra-ta-ta-ta-tá de los subfusiles de los guardia civiles perforaba el techo del venerable (iba a escribir lamentable) hemiciclo. En cambio, las imágenes de lo que sucedió en las casas de la gente sencilla solo las tenemos los que las vivimos, en nuestra memoria, y nuestros corazones. Aún sentimos el miedo, si rememoramos aquellas horas. Todo el mundo se sintió apuntado de alguna manera por la negra pistola de Tejero. También la buena gente, perdedores de la Guerra Civil, que creyó que la monarquía de Juan Carlos, el nieto de Alfonso XIII, que también huyó, era la solución menos mala, e incluso buena, para que España deviniera un país normal. Nos sentimos apuntados, por la pistola de Tejero, incluso los niños que, aquel día, supimos en la escuela -servidor cursaba 7º de E.G.B.- que estaba pasando algo grave y que no dormimos aquella noche, mientras la radio y todas las luces de casa permanecían encendidas.

En los primeros años ochenta, la extrema derecha, los ultras, también campaban a sus anchas por los barrios de trabajadores. Cuando conviene, la extrema derecha siempre le hace el trabajo sucio al capitalismo sin escrúpulos y a los poderosos. Lo hemos sabido siempre, no hace falta leer El orden del día de Vuillard para saber quién pagó los hornos crematorios a Adolfo Hitler. Las pintadas de Fuerza Nueva competían en las paredes con las del PCE (m-l), con la diferencia de que a los fascistas, los viejos y los jóvenes, los de la banderita de España en el reloj, la cazadora azul marino-pijo, los mocasines, las gafas oscuras y la Vespino blanca, los conocía casi todo el mundo, y a los comunistas auténticos no se les veía por ningún sitio.

Hablo de todo ello porque mañana hace 40 años, porque los ultras se van a sentar en el Parlament, y porque Salvador Illa dice que ERC tiene que elegir entre él o “una derecha con personas xenófobas”. Leyendo en La Vanguardia lo que dice el ex ministro de Sanidad por un momento he pensado si ERC estaba negociando la presidencia de la Generalitat con Vox, cosa a la que Illa no diría no si pudiera, como Ada Colau tampoco dijo no a los votos de Manuel Valls. Pero no: las “personas xenófobas” a las que se refiere Illa son de Junts, el partido de Carles Puigdemont y Laura Borràs. Y da la casualidad que, a menos que el candidato de ERC, Pere Aragonès, reciba de algún u otro modo el apoyo de Illa, forzado por los intereses de Pedro Sánchez, no será presidente si no es con los votos de esos “xenófobos” del partido de Puigdemont i Borràs. Ese es el fondo del asunto. Illa, e incluso algunos de ERC a los que, paradójicamente, no les ha gustado el resultado electoral del 14-F, pese a tener la presidencia por primera vez desde hace 80 años en la punta de los dedos, intentan vestir de fachas a los indepes de Puigdemont ante la evidencia de que los números son los números. De que, por más que les pese, muy difícilmente la conseguirán sin su concurso.

Ni Illa puede ser president sin Aragonès, ni Aragonès sin Puigdemont, lo que, de paso, plantea una interesante dialéctica entre el presidenciable republicano y el inquilino de Waterloo

Al grano: ni Illa puede ser president sin Aragonès, ni Aragonès sin Puigdemont, lo que, de paso, plantea una interesante dialéctica entre el presidenciable republicano y el inquilino de Waterloo. Ese es el fondo del asunto. Y eso explica también que la estigmatización del mundo de Junts por parte de Illa sea simétrica al ninguneo por parte de dirigentes de ERC que, o no aprobaron las mates o prescinden de ellas cuando arman “mayorías” de izquierda inexistentes o parlamentariamente impracticables (la mitad + 1 de 135 diputados no son 50 diputados). Queda claro que trumpistas y troleros de Twitter no tienen la exclusiva de la posverdad y los hechos alternativos como armas de intoxicación masiva.

¿Acaso los indultos de Junqueras y el resto de los presos políticos dependen de que ERC facilite la presidencia a Illa, como sugiere el candidato del PSC, casi amenazando, cuando insta a los republicanos a elegir entre él o los “xenófobos” de Junts? 

No quisiera estar en esta hora en la piel de Pere Aragonès, a quien tengo por político honesto, serio y trabajador, entre el doble pressing del fuego amigo y el chantaje del candidato del PSC. La pregunta es inevitable: ¿Acaso los indultos de Junqueras y el resto de los presos políticos dependen de que ERC facilite la presidencia a Illa, como sugiere el candidato del PSC, casi amenazando, cuando insta a los republicanos a elegir entre él o los “xenófobos” de Junts? Hablo del mismo Illa que aprovecha para repartir carnets de capacitación para gobernar Catalunya al calor de los destrozos posteriores a las manifestaciones por la libertad de Hasél, y de la crisis entre el Govern en funciones y los Mossos. Ese es el problema de hacer de Joker con las tiendas y los contenedores del paseo de Gràcia: que siempre hay algún listo que saca tajada de las llamas y los cristales rotos.

Me pregunto dónde estaba Illa el 23-F, si es que estaba en algún sitio. Por lo que se refiere a su partido, el Socialista, que en su día fue un partido de exiliados, estará mañana, 40 años después, en Bruselas, votando a favor de la retirada de la inmunidad parlamentaria al president Puigdemont. El 23-F no acabó el 23-F.