Pero... ¿no era al revés? 

Sánchez trumpea. A la chita callando, como quien no quiere la cosa, con esa vocecilla de empleado de banca enrollado cuando te dice que tu cuenta está en números rojos, el presidente del gobierno español soltó el sábado, en la habitual rueda de prensa coronavírica, que si no se hubiesen tomado medidas ante el avance de la pandemia, en España se habrían superado los 300.000 muertos. Es decir, que los 27.563 fallecidos registrados son como para tirar cohetes. La trampa no es retórica, es trumpera, propia de Trump. El 1 de abril, el presidente de los Estados Unidos dejó caer que si se llegaba a 100.000 muertos en su país, “sería una cifra muy baja”, puesto que, sin hacer nada -como hasta entonces había venido haciendo-, se podría alcanzar la catastrófica cifra de entre 1,5 y 2 millones.  El amable lector le dará la razón a Sánchez e incluso a Trump. Pero solo basta leer las cifras con algo más de ponderación, para comprovar, una vez puestas en contexto, hasta qué punto fakean ambos presidentes. España es el cuarto país del mundo con más fallecidos y el quinto por el número de contagios registrados, más de 230.000. Y los Estados Unidos encabezan el ranking tanto por lo uno como por lo otro, con 88.754 fallecidos y 1.467.884 infectados. ¿Deberían dimitir ipso facto Sánchez y Trump o solicitar el Nobel en gestión de crisis sanitarias? ¿O sólo debería irse Sánchez? Al fin y al cabo, la población de los Estados Unidos (328 millones) es 7 veces la de España (47 millones), mientras que los fallecidos por covid-19 registrados en el país de Trump son solo 4 veces más...

Las manifestaciones de 'coronapijos' en Madrid, y la revuelta de la presidenta Ayuso le han venido muy bien a Sánchez para emmascarar su populismo coronavírico

Lo cierto es que las manifestaciones de coronapijos en los distritos ricos de Madrid, y la revuelta de la presidenta autonómica, Isabel Díaz Ayuso, le han venido muy bien a Sánchez para emmascarar su populismo coronavírico. Se embarcó en ese relato por la vía patriotera, en las peores jornadas del ataque masivo de la covid-19, en un casi revival del Aznar de la mayoría absoluta, con las redes sociales inundadas por el hashtag centralista #EsteVirusLoParamosUnidos y el “parte de guerra” cada mediodía en la comparecencia de los uniformados en la Moncloa mientras se perdían vidas a una velocidad espantosa. Luego, la puesta en escena se ha ido desmilitarizando visualmente, como los sellos de correos de Franco, en los años cincuenta, y de Juan Carlos, en los setenta, y relajándose el mando único, ahora en manos del ministro Salvador Illa, hasta hablar de “cogobernanza” con las autonomías y llevar a cabo adaptaciones e incluso microadaptaciones de las fases de desconfinamiento, etcétera. Pero en realidad, Sánchez simplemente ha suavizado y sofisticado su discurso populista para que el “rebaño” no se le desmande ahora que ya se va pudiendo salir a la calle. 

Un “rebaño” que presenta -otra mala cifra- un índice de immunización de tan solo el 5% en el conjunto de España. El funambulista Sánchez, en fin, pide con una mano el apoyo de ERC para la última -y larga- prórroga del estado de alarma y con el otro trumpea los números de la pandemia para que la ultraderecha no le monte un 15-M. Es decir: no para pescar en los caladeros electorales de Vox, como el popular Pablo Casado, sino para que las protestas del barrio de Salamanca no se conviertan en la chispa de un nuevo 15-M que vuelva ahora a enterrar electoralmente al PSOE, como en el 2011, y, cuidado Pablo, a Podemos. La tormenta -la crisis económica, social- que se avecina, y la continuidad de la incertidumbre sobre el estado de salud real de la gente, dibuja un escenario político imprevisible para los próximos meses en el que todos los gatos se vuelven pardos.

El funambulista Sánchez pide con una mano el apoyo de ERC para la última -y larga- prórroga del estado de alarma y con el otro trumpea los números de la pandemia para que la ultraderecha no le monte un 15-M

Torra gobierna. Las astracanadas de Ayuso, esa especie de falsa viuda o princesa doliente del pueblo madrileño, y para mayor desesperación de los que preparaban la estocada final al actual president, han convertido al president de la Generalitat en un casi hombre de estado autonómico. Incluso desde Castilla-León han felicitado a Torra, quien ha tenido la habilidad no de hacerse el listillo -es perfectamente consciente de las competencias de que dispone la Generalitat, bastante limitadas- sinó de señalar el camino más lógico, más racional, más transitable, para hacer frente a la crisis sanitaria en sus diversas fases.  Un camino al que ha acabado apuntándose, en muchos y amplios tramos, el propio gobierno Sánchez. ¿Cómo? ¿Pero no habíamos quedado que Torra era políticamente casi un loco peligroso? Que era, todo él rauxa y gesticulación, la antítesis del seny en persona?

Torra ha descolocado a amigos, conocidos y saludados. Y enemigos, claro está. Los mismos que, cuando empezó la emergencia sanitaria vieron la oportunidad de aplicar el 155 definitivo al Govern, ven ahora como el president que llegó como vicario del vetado Carles Puigdemont es garantía de estabilidad. Y que podría acabar la legislatura de manera ordenada si no mediara en el calendario la inhabilitación por parte del Tribunal Supremo que obligará sí o sí a la convocatoria de nuevas elecciones en Catalunya... o a investir a un nuevo president

Torra, gran conocedor de la política y la literatura catalana de los años treinta, no ha querido que su Govern en el coronavirus se parezca al de Lluís Companys en la Guerra Civil

Claro que ni Torra ni el Govern lo han hecho todo bien. Catalunya es uno de los territorios del mundo, por detrás de Madrid, donde más mortandad ha provocado la pandemia, especialmente en las residencias de personas mayores. Pero ese ámbito no era de gestión directa de Torra, y, por tanto, de JxCat ,sino de ERC. Son las conselleries de los republicanos las que han llevado la peor parte en la gestión de las consecuencias de la pandemia, Salut y Treball, especialmente, pero el president -he ahí su gran acierto- lejos de abrir una crisis con los socios republicanos ha sabido mantener el grado de coordinación y cohesión interna mínimamente exigible. Torra, gran conocedor de la política y la literatura catalana de los años treinta, no ha querido que su Govern en el coronavirus se parezca al de Lluís Companys en la Guerra Civil.

En ese marco de estabilidad todo lo forzada que se quiera, pero estabilidad al fin y al cabo, ha insistido Torra una y otra vez en que sería irresponsable ahora celebrar elecciones. Si hay que celebrarlas será, en primer lugar, por culpa del Supremo, no porque el president y el Govern no gobiernen. Paradójicamente, el coronavirus ha redimido políticamente a Torra... y a JxCat. Y el president en el exilio, Carles Puigdemont, sabiamente, ha dejado hacer.

Que Torra gobierne facilita a JxCat el proceso para designar a su nuevo candidato, que podría ser investido president antes de que se celebren las nuevas elecciones que ya no quiere casi nadie

Comoquiera que Torra gobierna, incluso ERC, después de semanas y semanas de presionar sobre la necesidad de convocar las elecciones con el argumento de que si no lo haría el Supremo, ha precisado ahora, por boca de su líder, Oriol Junqueras, que no se trata de llamar ya a las urnas sino de acordar con JxCat el calendario de final de legislatura... y los escenarios. Los republicanos parecen haber caído en la cuenta que esa insistencia en celebrar elecciones cuanto antes mejor los alinea con la oposición al gobierno del que constituyen el 50% ... y, sobre todo, el juez Manuel Marchena. El mismo que mandó a prisión, donde aún siguen, a sus líderes procesados por el 1-O, a los de JxCat y a los Jordis. Por lo demás, que Torra gobierne facilita a JxCat el proceso para designar a su nuevo candidato, que podría ser investido president antes de que se celebren las nuevas elecciones que ya no quiere casi nadie. Siempre que ERC acceda a ello, por supuesto.