Lo mejor de todo es que el primer aniversario ya ha pasado. Como todo el mundo sabe fue un 15 de marzo, tal día como hoy, cuando muchos nos dijimos adiós en las redacciones, en las oficinas, en las tiendas, sin saber muy bien si volveríamos y cuándo. Íbamos camino de un largo confinamiento domiciliario, la prisión más extraña que uno pueda imaginarse, del que, me temo, mucha gente no ha salido aún, incluso cuando la tercera ola de la pandemia parece haber remitido y la vacunación masiva es una realidad en el horizonte inmediato.

El maldito bicho se lo llevó (casi) todo por delante. Físicamente: más de 70.000 muertos reconocidos oficialmente en España, 20.000 en Catalunya y todos los que nunca constarán como víctimas del covid-19, que sí, se extendió desde Wuhan, República Popular China; o  psicológicamente: el miedo a contraer la enfermedad y contagiarla a los más próximos o vulnerables continúa impidiendo la normalización de las relaciones sociales, si es que algún día vuelven a normalizarse; y, desde luego, se lo llevó (casi) todo por delante socialmente y económicamente: Europa y medio mundo necesitan un gigantesco plan Marshall para recuperarse. Pero también se llevó otras cosas menos evidentes, o solo evidentes de manera fugaz, en la superficie de nuestros recuerdos, en las exposiciones fotográficas. El virus hizo desaparecer a los cuerpos de la vida cotidiana, de las calles, de las plazas, de las oficinas, de las tiendas, de las fábricas, de los bares, de los partidos de fútbol, de los cines y los teatros, de los museos, de los desfiles de moda, de los transportes públicos...

 

coronavirus paseo gracia david gonzalezPasseig de Gràcia, Barcelona, en septiembre del 2020 / David González

 

La vida, tal y como la conocíamos, se hizo invisible: la peste del siglo XXI nos quitó de en medio y, tras las cortinas, en el comedor, en el dormitorio, en el pasillo, el sistema -aunque a medio gas- siguió funcionando, en la distancia telemática, a través de las pantallas en las que nuestra corporalidad, nuestro yo externo, parecía quedar encapsulado, en una suerte de extraña existencia fantasmagórica. Se consumó el crimen perfecto, el asesinato de lo real profetizado por Baudrillard en el cambio de siglo. La distancia social se transfirió a lo virtual. Éramos -somos- una imagen espectral en el zoom; incluso la voz ha dejado de ser necesaria (whatsap). La movilidad, esa revolución que definió los últimos 200 años de nuestra historia como especie, pasó a ser estática. En algún  momento pasamos a ser cuerpos inmovilizados ante nuestro portátil, convertido en una terminal del sistema, que, pese a todo, siguió funcionando, en nuestra propia casa. (¿Robots? ¿Para qué?)

Se consumó el crimen perfecto, el asesinato de lo real por lo virtual profetizado por Baudrillard. La distancia social se transfirió a lo telemático. Éramos -somos- una imagen espectral en el zoom

Cuando empezamos a salir a la calle, la mascarilla nos hizo irreconocibles. La desaparición de los cuerpos del espacio público -no solo, insisto, de aquellos que, por desgracia, nunca volverán- supone, cuanto menos, una muy seria advertencia para nuestro futuro como sujetos políticos titulares de derechos, un serio aviso para la democracia. Si el sistema, considerado desde su ángulo económico y consumista pudo funcionar (casi) sin cuerpos en la calle, ¿por qué no prescindir también de los votos? Ante el azote del virus, ¿quién necesitaba de elecciones o parlamentos, para tomar decisiones? Así, las elecciones pudieron aplazarse por razones de emergencia sanitaria y cuando se realizaron muchas personas fueron privadas de su derecho al voto, como sucedió con los infectados en Euskadi y Galicia. O, si se les permitió, como ha sucedido más recientemente en Catalunya, ello no impidió que el temor al contagio hiciera desistir de acudir a las urnas a centenares de miles de personas: hubo más abstencionistas que nunca, un 46,6%, lo que significa que el nuevo Parlament es el que menos legitimidad popular tiene desde 1980. Cuidado. Con la pandemia, el capitalismo sin democracia chino, en una versión digitalizada, se ha ensayado como modelo global hegemónico. Algo que debería resultar tan inquietante como la emergencia de lo fake, de una antipolítica que va más allá de la extrema derecha y que alcanzó su apoteosis en el asalto mediático al Capitolio por las hordas trumpistas el 6 de enero.

Con la pandemia, el capitalismo sin democracia chino, en una versión digitalizada, se ha ensayado como modelo global hegemónico

En la medida en que se cumplieron marcialmente las severas normas del confinamiento, los índices de contagio descendieron. Por el contrario, así que cundió la indisciplina -en las vacaciones de verano o en Navidad-, las UCI de los hospitales volvieron a llenarse. Queda meridianamente claro que el virus no es de izquierdas ni de derechas: es de 'ordeno y mando'. En España, en medio de esa sensación de desvanecimiento de la democracia liberal, la convalidación del estado de alarma y de sus prórrogas en el Congreso, con todas las restricciones para la libertad de movimientos de la gente que comporta -aún estamos en toque de queda- se convirtió en un mero formalismo, sometido a un ridículo simulacro de negociación parlamentaria.

Con el precedente del 155 en Catalunya, y a raíz de la pandemia, el Estado ha tenido barra libre para recentralizar el poder como no se había visto des de la dictadura franquista

Desde el primer momento quedó claro que los aparatos de control y coerción del deep state, de la estructura profunda del poder, eran -son- la auténtica autoridad competente: jueces, policías, militares, con los políticos como (patética) comparsa, como se evidenció en aquellas comparecencias de crisis que se emitían desde la Moncloa. Con el precedente del 155 en Catalunya, y a raíz de la pandemia, el Estado ha tenido barra libre para recentralizar el poder como no se había visto des de la dictadura franquista. Incluso Madrid se ha puesto a jugar en la liga de las comunidades agraviadas por el centralismo: toda la farsa de Ayuso, que en algunos momentos quiso ser más indepe que Quim Torra, bebe de ese clima de estado de excepción y banderita (aquel #EsteVirusLoParamosUnidos tan caro a Pedro Sánchez). El Estado aún no ha dejado del todo de apretar el botón recentralizador, aunque el  ministerio de Sanidad convoque reuniones interterritoriales con aires federalizantes. El 2020 fue el año en que a todos nos trataron como a los chinos (o a los catalanes).