Hay un hilo verdiblanco que une el estado de empantanamiento y marasmo de la política catalana con las elecciones al Parlamento de Andalucía del próximo domingo. Juanma Moreno Bonilla, que, a la postre ha acabado siendo la versión más afinada y exitosa de Javier Arenas, que era el candidato más socialista que podía ofrecer el PP a los andaluces en los tiempos de gloria de Felipe (González) y Alfonso (Guerra), conseguirá muy probablemente revalidar la victoria electoral y la presidencia de la Junta y, quizás, sin una excesiva dependencia de Vox o tal vez ninguna. El tándem macarra Olona-Abascal parece algo nervioso ante el efecto Bonilla. Acompañado -que no escoltado- por el rampante Alberto Núñez Feijóo, el presidente de la Junta está  haciendo volver a su partido a una parte del electorado de los ultrasalchicheros que optan por caballo ganador, y, a la vez, por el flanco más a la izquierda del centro, puede reducir a cenizas a Ciudadanos. Arrimadas, que es de Jerez de la Frontera, no parece capaz de detener la sangría de votos de los naranjas, liderados por el algo menos vitriólico Juan Marín, vicepresidente de la Junta en el trifachito -con Vox en la oposición- que desalojó al PSOE por primera vez en 36 años del sevillano palacio de San Telmo, la sede de la presidencia andaluza.

Pero no perdamos el hilo verdiblanco. En el 2019, el trifachito andaluz fue posible con el procés como gran coartada. El muy real A por ellos tuvo en el giro andaluz a la derecha con la derecha extrema neofranquista incorporada y rehabilitada su primera traducción práctica en términos de cambio, de relevo en el poder. Por primera vez desde la muerte de Francisco Franco en la cama, los fans del dictador en la intimidad, que son legión, salían del armario en tropel para colarse en las urnas y los parlamentos. El PSOE también perdió la Junta de Andalucía después de confundirse con ella hasta el punto de pagarse las prostitutas a cuenta del presupuesto público, porque el rey de España llamó a defender a los andaluces de Catalunya -y otros (e)migrantes perpetuos- de la presunta amenaza indepe. El PSOE, immerso en el caos en Andalucía y en España, con el PSC desarbolado por el procés en Catalunya, ya no servía como dique de contención electoral en sus antiguos feudos del área metropolitana de Barcelona y los andaluces se pasaron a Ciudadanos. Se vio en las elecciones del 155 convocadas en el 2017, donde los naranjas fueron primera fuerza en votos y en escaños aunque no sumaron mayoría para gobernar. Y la réplica del terremoto llegó en las andaluzas del 2019. A caballo del trumpismo desbocado en las redes sociales en versión spanish, una parte de la España y de la Andalucía que siempre miró con odio y admiración a los catalanes -les da igual que sean de Benavent de Segrià o de Iznájar, como el president José Montilla- se sintió liberada para votar “a los de Franco” y lo que hiciera falta con tal de meter en vereda a los separatistas. Incluso en el Parlament de Catalunya irrumpieron los del verde Guardia Civil con nada más y nada menos que 11 diputados en las tristes elecciones del 2021 sustituyendo a C's en el liderazgo del españolismo más bizarro y descarado. 

Durante el procés, las élites depredadoras de la España auténtica y los aparatos del Estado madrileñocéntrico utilizaron a los andaluces de Catalunya como fuerza de contención frente a los catalanes sediciosos y, claro está, sin pedirles permiso ni nada

Durante el procés, las élites depredadoras de la España auténtica y los aparatos del Estado madrileñocéntrico, utilizaron a los andaluces de Catalunya -y a los extremeños, y a los murcianos...-  como fuerza de contención frente a los catalanes sediciosos y, claro está, sin pedirles permiso ni nada. A lo sumo, en el 2017, en las ya citadas elecciones del 155, la alternativa que se les ofreció, generosamente regada por los capitales y la propaganda mediática españolista, fueron los Ciudadanos de Arrimadas; y en el 2021, en el momento más bajo del independentismo, ya normalizado el frente con la sentencia del 1-0 y los indultos parciales y revisables casi al caer, el PSC de Illa. El discurso de la fractura social que, en mayor o menor grado utiliza, explota y manipula el españolismo pero también el de la ampliación de la base que realiza ERC acaban convergiendo o interseccionando en ese segmento de la ciudadanía catalana: los andaluces, a los que, interesadamente se erige en un especie de árbitros del futuro de todos. Ni que decir tiene que la reforma de la ley del catalán, forzada por los tribunales del famoso 25% en castellano tiene en ese discurso de la fractura social y el (supuesto) veto andaluz a un exceso de catalán en la escuela y en la vida en general su justificación última y definitiva. El freno de mano está pintado de verde y blanco para que nadie acelere más de la cuenta.

Ahora que en Catalunya vuelve el PSC de siempre, o sea, el partido que ejerció durante tantos años como contrapeso interno andaluz al nacionalismo de Jordi Pujol, y el diputado de ERC Gabriel Rufián, que, aunque no nació en los U.S.A como el Boss sino en Santako (Santa Coloma de Gramenet),  es hijo y nieto de andaluces de Bobadilla (Jaén), llama “tarado” al president Puigdemont por haber proclamado la independencia, entonces ya no hará tanta falta votar a Vox en Andalucía, ni siquiera un nuevo trifachito. Con el PP simpático de Juanma Moreno de nuevo en la Junta, y Feijóo en la Moncloa, que todo llegará, habrá más que suficiente para que los andaluces de Catalunya que una cierta Andalucía y una cierta España -y, claro está, una cierta Catalunya- han decidido que siempre serán andaluces, se vayan a dormir tranquilos. Y a trabajar a las 6 de la mañana, que el día es corto.