A las cero horas del próximo viernes arranca oficialmente la campaña de las elecciones municipales y autonómicas en 12 comunidades, además de Ceuta y Melilla, y se percibe en el ambiente un malestar difuso que puede deparar más de una y más de dos sorpresas el 28 de mayo. Malestar difuso. Me explico: se detecta en las conversaciones, en la calle, en los transportes públicos, en las reuniones de familias y amigos, en los grupos de whatsap... una sensación de enfado, de malhumor, de gente que está hasta las narices de un montón de cosas, en general, y que puede encontrar en las urnas una manera de vehicular esa negatividad, ese estado de ánimo casi nihilista. Gente que en estos momentos se pregunta, sin ambages, si hace más daño al sistema, a los grandes partidos, la abstención, el voto nulo o el blanco.

Los politólogos y expertos tienen teorías de todo tipo y, por lo tanto, las respuestas a la cuestión son opinables, nunca definitivas. Ahora bien: si una cosa dice la experiencia es que, generalmente, a quien más castiga el no-voto en sus diversas variantes suele ser al partido que votó el elector en la anterior elección, si es que votó a algún partido. Al lado de eso, la peor penalización para el partido que, por la razón que sea, se considera que ha decepcionado, es votar a su principal adversario o a la formación con más opciones de desbancarlo si es que tiene el poder. Aquí, las consecuencias son claras como el agua clara y es en este escenario que el voto de protesta o reactivo puede tener más consecuencias, hasta el punto de provocar el cambio. La abstención de los propios electores puede hacer perder las elecciones a un partido pero el voto de castigo -a favor del adversario- lo puede llevar al cementerio político. Es lo que casi le pasó al PSC durante los años del procés, que rozó la irrelevancia cuando sus electores migraron hacia Ciudadanos y tiñeron de naranja el famoso "cinturón rojo". El mismo -mítico- espacio que ERC pugna por hacer virar ahora hacia el amarillo. 

Ergo la manera más segura y efectiva de ejecutar un castigo electoral es votar. Lo bastante bien que lo saben los estados mayores de los partidos. De aquí los típicos y tópicos llamamientos a la participación. Y a concentrar el voto. Otro argumento que desaconseja el no voto como opción de protesta contra el sistema es que los escaños se proveerán igual: ninguna ley establece un mínimo de participación electoral y/o de votos válidos a candidaturas para renovar parlamentos o consistorios -solo para acceder a tener representantes-. El no-voto estuvo en un tris de ganar las últimas elecciones al Parlament de Catalunya, celebradas el 14 de febrero del 2021: se abstuvieron 2.739.222 personas (un 48,71%), los votos nulos fueron 41.430 (1,44%) y los blancos 24.087 (0,83%), una suma que se acercó a la mayoría. Globalmente fueron 2.819.328 votos a candidaturas (50,12%) y 2.804.739 entre abstencionistas, nulos y blancos (49,87%). Por poco, el no-voto alcanza el voto a los partidos.Y, a pesar de lo que eso significa por lo que respecta a la legitimidad popular directa de los cargos elegidos, bastante a ras del suelo, el Parlament se renovó, como siempre, en su totalidad, y los partidos se repartieron los 135 escaños de acuerdo con la fórmula d'Hondt.

El no-voto (abstenciones, nulos y blancos) estuvo en un tris de ganar las últimas elecciones al Parlament de Catalunya 

Todo ello se ve bastante bien si comparamos la actitud ante el sistema, y, en concreto, de las elecciones, de los partidos anti-sistema. Así, mientras la extrema izquierda históricamente ha sido abstencionista porque abjura de la "democracia burguesa" -la CUP hasta hace cuatro días no se presentaba a las elecciones al Parlament ni al Congreso de los Diputados-, la extrema derecha -Vox- se aprovecha de él electoralmente tanto como puede, como también hacían en los años veinte y treinta los fascistas y los nazis, que destruyeron el sistema -la democracia liberal- participando en las elecciones hasta ganarlas. La democracia cae a menudo en la trágica trampa de blanquear y otorgar respetabilidad en nombre del pluralismo -en los medios, por ejemplo- a quien, en realidad, trabaja para hundirla.

Es en la desconfianza hacia la herramienta -la democracia, los parlamentos- y en la inacción del gobernantes ante los problemas del día a día, donde nace la antipolítica y germina un malestar difuso que también computará en las urnas del 28-M

Ahora bien. Dicho esto, los candidatos y los partidos harían bien en analizar de dónde viene el malestar difuso que se detecta en vísperas del inicio de la campaña electoral. ¿Tienen alguna responsabilidad, en el desastre continuado del servicio de Rodalies que operan Renfe y Adif y que está convirtiendo Barcelona en la gran ciudad de Europa occidental con los peores accesos ferroviarios? ¿Alguna cosa que decir, el primer gobierno monocolor de ERC desde la República, el gobierno que se supone tenía que ser un ejemplo de gestión, sobre el fiasco de las oposiciones para estabilizar personal de la Generalitat que obligará a repetir más de 13.500 pruebas? ¿Alguna cosa que decir sobre la sensación de abandono del campesinado ante el desastre que está causando la sequía y los acuerdos a qué han llegado los partidos, tarde y con fórceps? ¿Alguna cosa que decir, los candidatos y los partidos, sobre la cronificación de episodios ultraviolentos y enfrentamientos entre delincuentes armados en la ciudad de Barcelona y su entorno? Alguna cosa que decir sobre los sentimientos contradictorios -entre el miedo a perder el trabajo y la admiración y entrega casi religiosa- que provoca el avance imparable de la Inteligencia Artificial en tantos y tantos sectores de la vida profesional y económica?... Es en la desconfianza hacia la herramienta -la democracia, los parlamentos; en la inacción de los gobernantes ante problemas que no piden partidismos de vuelo gallináceo sino compromiso y efectividad en el día a día, donde nace la antipolítica y germina un malestar difuso que también computará en las urnas del 28-M.