No hace falta que me lo expliquéis, no quiero saberlo, no porque no me importe, sino porque sé que, seguramente, no estaré de acuerdo. Ciertamente, no me dedico a la política y, por lo tanto, podéis pensar de antemano que no entiendo; pero hay cosas que se ven a la legua, más allá del conocimiento concreto y esta es una de ellas.

De hecho, ya de entrada, a más de uno o una le parecerá una osadía que dé por hecho que tenéis que dar explicaciones, porque ni eso es de uso corriente; aparte de que las explicaciones, a toro pasado, no sirven para nada. No sé qué está pasando, no sé a qué se dedican los y las políticas, pero cada vez me cuesta más encontrar argumentos en contra de quien piensa que solo nos utilizáis para que os votemos y estar cuatro años más en el cargo. A mí me preocupa más todavía que eso que lo que haya detrás sea una cosa mucho peor —aunque a veces puede ser exactamente la misma—, que es el hecho de plegarse al poder de verdad. No al nuestro, al de la ciudadanía, y al mandato que se expresa en las urnas, sino al que mueve los hilos, al que te arregla o te estropea la vida. En el primer caso, eso sí, a cambio del vasallaje más absoluto, porque no hay de otro tipo.

Quien de verdad tiene el poder solo tiene miedo de la democracia plena y real, de la posibilidad que tiene la ciudadanía de decidir y por eso explota todas las vías posibles para que no se hagan efectivas las decisiones que esta ciudadanía toma

Y ya no sirve aquello de "nos han engañado", "nos han dicho que harían", "esperábamos pactar"... Las cartas están encima de la mesa y el juego también es muy claro. Da mucho miedo el embate de un estado, dan mucho miedo las herramientas más poderosas en las peores manos; pero lo da más todavía traicionar los principios, renegar de lo que eres y de lo que quieres —si es que realmente lo has querido alguna vez—, pensando en otras recompensas o salvaguardas porque solo son una ilusión momentánea. Quien de verdad tiene el poder solo tiene miedo de la democracia plena y real, de la posibilidad que tiene la ciudadanía de decidir y por eso explota todas las vías posibles para que no se hagan efectivas las decisiones que esta ciudadanía toma. Lo que le da de verdad miedo al poder, al más fuerte, es que las y los dirigentes escogidos en las urnas estén decididos de verdad a cambiar el mundo.

El espectáculo es penoso, bastante inmaduro y bastante grotesco, pero eso es lo de menos; de hecho, no es patrimonio solo de este país. Todas y todos podemos hacer el ridículo tanto como queramos o tanto como no podamos evitarlo, pero las consecuencias de lo que hacemos son toda otra cuestión. Quien piense que escribo estas líneas solo porque quiero la independencia de Catalunya, lo acierta y yerra a la vez. ¡Qué tranquilidad que da circunscribir el tema de la libertad solo a la pandemia!

Quien ha decidido que la independencia ya no es lo que quiere el 52% de la población de Catalunya y que, además, no es lo que ha dicho en las urnas la ciudadanía. Que me lo digan bien claro para saber a qué atenerme. No dejaré de ser independentista porque ya no esté de moda; no dejaré de ser independentista porque me roben mi oportunidad de conseguirlo. No dejaré de ser independentista porque algún representante electo haya decidido que ahora no es hora de serlo. Haréis que sea más largo, mucho peor, y os dejaréis por el camino, entre otras muchas cosas, la dignidad y nuestro futuro, el de todas y todos, también el de vuestros hijas e hijos.