El Gobierno, después del anuncio de hace siete meses del presidente Sánchez, pone en marcha el 024, un teléfono de ayuda para la prevención de la conducta suicida. La ministra de Sanidad, Carolina Darias, ha presentado esta nueva herramienta gratuita que empieza a funcionar este mismo 10 de mayo de alcance nacional, gestionada por la Cruz Roja. No es que no existiera este tipo de servicio, antes de ahora, pero dado el cambio de posición en la agenda política de la salud emocional, se están redoblando ―es un decir― los esfuerzos para mejorar la vida de la población más allá de sólo trabajar desde la perspectiva de la salud física. Según la ministra, empieza un cambio de "paradigma" en el tratamiento de los suicidios.

Hay que tener claro, sin embargo, que vamos tarde y mal, y no lo digo porque no esté bien que se pongan en marcha nuevas iniciativas, sino porque espero que en este nuevo impulso no nos olvidemos de ir a las causas que llevan a la gente a querer acabar con su vida. A no ver más salida que no sea la autoliquidación.

Quien piense que todo esto es también o tiene que ver con la covid-19 se equivoca, y no es que los suicidios no hayan aumentado desde el año 2020 ―que sí que lo han hecho y con bastante significación―, pero tenemos que tener muy y muy claro que este ya era un tema fundamental antes de la pandemia.

Hay mucho dolor en un suicidio, tanto de la persona que se va como de las que quedan, y eso ya es suficiente motivo para desplegar todos los esfuerzos posibles para proporcionar vías de salida cuando parece que no hay ninguna

Que en las sociedades occidentales desde ya hace tiempo el suicidio sea una de las primeras causas de muerte ―la primera no natural en el Estado―, quiere decir que tenemos entre las manos algo que va más allá de las circunstancias particulares o la subjetividad de las personas; y que, en todo caso, seguro que va mucho más allá de las patologías y más todavía de las señaladas enfermedades mentales.

Durkheim, considerado uno de los padres de la sociología, ya habla a finales del siglo XIX de la importancia de tener en cuenta las causas sociales, que explican mucho más de lo que pensamos. De qué manera vivimos es también la causa principal de cómo morimos, tanto en los casos de muerte voluntaria como en la involuntaria, por lo tanto, sin quitar protagonismo a la particularidad individual, a la propia visión subjetiva de los hechos, tenemos que mirar también a nuestra vida colectiva, tanto lo que es material o físico como lo que no lo es.

Si no somos capaces de pasar esta mirada reduccionista, de enfermedad o problema psicológico ―sin menospreciar esta perspectiva―, sobre las personas que deciden irse, no entenderemos nada de lo que está pasando y menos todavía podremos dar respuesta, o, en todo caso, herramientas y alternativas, a aquellas personas que se les hace insostenible la vida.

Hay mucho dolor en un suicidio, tanto de la persona que se va como de las que quedan, y eso ya es suficiente motivo para desplegar todos los esfuerzos posibles para ofrecer alternativas, para proporcionar vías de salida cuando parece que no hay ninguna. Eso no quiere en absoluto decir que tengamos la obligación de vivir, sino que ser libre tiene más que ver con la posibilidad de escoger entre diferentes opciones que sólo tener una.