Supongo que hay muchos jóvenes que no saben quién es Perry Mason, pero para muchas otras generaciones es un referente con el que, queriendo o sin querer, se mide el juicio que estos días se lleva a cabo. Este o cualquier otro, claro, pero en el caso de la causa al independentismo el hecho de que sea televisado le aporta el plus imprescindible para que la comparación sea ineludible.

Perry Mason es el nombre de una serie, y del abogado protagonista de la misma, que nos trasladaba, a juicio por capítulo, a una sala de un tribunal americano. Sin embargo, da igual utilizar este referente o cualquier otro mucho más reciente de producción norteamericana, ya sea serie o película, porque la comparación, más que nunca es odiosa. Y, además, injusta: y no sólo lo digo porque ni sistemas ni leyes son iguales. Lo digo especialmente porque el tema de la justicia siempre es extremadamente complejo; incluso sin juicio por medio y con consenso y homogeneidad de opinión.

Por lo tanto, yo no pido nunca justicia al sistema judicial, porque no sé qué puede significar eso; el caso de La Manada nos lo ha dejado bien claro. Primero pido que se puedan hacer emerger los hechos de manera fehacientemente comprobada y después rezo ―sí, pone rezo, no es un error tipográfico― a fin de que no se haga ningún disparate en nombre y con el amparo de la ley.

En el caso del juicio al Govern y a los Jordis y a todos los demás, me preocupa especialmente la poca voluntad, o capacidad, de los y las fiscales que han hablado hasta ahora para establecer los hechos. Me esperaba una maquinaria de estado muy bien engrasada para mostrarnos un despliegue sin precedentes de la fiscalía para construir un caso como este. Seguramente el caso del siglo; bueno, en eso me puedo equivocar ―en que no haya uno mayor, vistas las declaraciones de ciertos líderes políticos―, por lo tanto, dejémoslo sólo en un caso paradigmático.

“El trabajo mal hecho no tiene futuro y el trabajo bien hecho no tiene fronteras”, hay demasiados ejemplos últimamente en el estado español que contradicen esta máxima

En Catalunya, gustara o no, el eslogan de los años ochenta sobre el trabajo bien hecho ha dejado una huella innegable en nuestro subconsciente, porque, de hecho, se hacía eco de un valor con un lugar de honor en nuestro sistema de pensamiento colectivo; valor, sin embargo, que no es patrimonio catalán y que debería hermanarnos como condición universal. Por lo tanto, ver a los fiscales ―más de uno y una― errar los nombres de los encausados y encausadas, señalar documentos que no se han traducido y que no entienden como ponen en evidencia en sus intervenciones, y reiterar citas equivocadas e imprecisas tanto de hechos como de procedencia de pruebas te deja boquiabierta y desconcertada.

La situación que se produce en la sala del juicio día tras día, a pesar de la representación exquisita en la que se ha instalado al juez, no permite tener ningún tipo de confianza en el sistema. Dos consideraciones: no se lo han preparado bien, ¿porque no pueden o porque no quieren? Las dos igual de preocupantes, dado que no auguran nada bueno para la justicia de este estado ni de cualquier otro que actúe igual.

Nosotros, y me refiero a las y a los que vivíamos en Catalunya en los años ochenta, nos hemos criado oyendo que “el trabajo mal hecho no tiene futuro y el trabajo bien hecho no tiene fronteras”, pero hay demasiados ejemplos últimamente en el estado español que contradicen esta máxima. Sólo hay que recordar cuántos políticos y políticas han hecho cosas mal, empezando por las irregularidades en sus credenciales académicas y acabando por su implicación en irregularidades de todo otro tipo y siguen teniendo un presente y, algunos, un futuro político de primera línea. Todo ello en un país en el que el jefe del estado hace pregones sobre la ley que a él lo exime de las obligaciones del resto de sus conciudadanos y conciudadanas. En conjunto, un gran ejemplo de autoridad ética y moral.