Antes que nada, espero que se encuentren bien. Les deseo, si han contraído la enfermedad, que se recuperen lo más pronto posible. Cuando cunde la sensación que, como aquella florista caída en combate, el chamán ha muerto -Dios, la razón, la política, el Estado- todos debemos convertirnos un poco en el médico colectivo. También, además del propio. No hay más remedio. Y todos debemos empezar a pensar esto, esto que hemos llamado el coronavirus, porque, todo hace pensar -valga la redundancia- que las consecuencias, no solo las personales, sinó las colectivas, las económicas, las sociales, las políticas, las culturales, irán para largo, muy largo. Ergo estaría bien que el toro no nos volviera a pillar desprevenidos, con el pie cambiado.

Tuiteé, cuando caí en la cuenta que íbamos demasiado tarde, que el coronavirus es el primer virus viral de la historia. Cuando en China empezaba a remitir, aquí creíamos tenerlo controlado a base de chistes y memes en Twitter y otras redes sociales. Todo el mundo creíamos saberlo todo del coronavirus, que, además, fuese lo que fuese en realidad, caía muy lejos: allí, en la China -bueno, también en “el chino” de la esquina, a ese sí que lo obligamos todos a confinarse rápidamente y eso que, con el estado de alarma Sánchez podría tener abierto-. Aquí, y en media Europa, el coronavirus colonizó e infectó antes las redes sociales que los cuerpos. Las redes sociales funcionaron durante semanas como una especie de conjuro chamánico, un gran placebo virtual: el bicho, del que todos nos reíamos de una manera u otra, estaba encerrado ahí, solo existía ahí (y en China y en "el chino" de la esquina).

La primera victoria del covid-19 fue hegemonizar, y dirigir, la conversación global virtual. Por eso tuiteé que también había que plantarle cara en la red. Lo diré con palabras del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, ayer en El País:  “La digitalización elimina la realidad (...) Y en la época posfáctica de las fake news y los deep fakes surge una apatía hacia la realidad. Así pues, aquí es un virus real y no un virus informático, el que causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus se explica en función de esta conmoción por la realidad”. Con perdón, ¡hemos vuelto a la puta realidad! El virus real frente al virus viral.

El coronavirus es el primer virus viral de la historia. Cuando en China empezaba a remitir, aquí creíamos tenerlo controlado a base de chistes y memes en Twitter y otras redes sociales

Escribo el artículo desde el comedor de casa, donde he tenido que instalar mi oficina, como millones de empleados de esta parte del mundo. Aunque escribo a menudo desde casa, buscando espacios de tranquilidad, no es lo mismo, no me gusta el teletrabajo. Y más, si cabe, cuando se trata de teletrabajo impuesto bajo confinamiento domiciliario. Teletrabajo te guste o no te guste, ergo invasión del espacio propio, personal, íntimo, el hogar, en el que algunos tratamos de refugiarnos habitualmente de todo lo demás, por el trabajo, es decir, el sistema. El nuevo capitalismo, el sueño dorado del capitalismo Facebook, en el que los productores -de datos- trabajan gratis, está entrando en nuestras casas a lomos del covid-19. ¿Quién va a pagar el consumo disparado de energía en los hogares -cuatro ordenadores de otros tantos productores funcionando en mi casa o en la suya o en la del vecino- necesario para mantener la productividad, para que la economía no se venga abajo del todo? Ahora me responderán que esto es el pan de cada día de cualquier autónomo y les daré la razón. El cambio está en que ahora también todos los demás deberemos autofinanciarnos el puesto de trabajado en mayor o menor medida y sin saber por cuánto tiempo. El coronavirus está dando una vuelta de tuerca impensada al galopante proceso de precarización del trabajo en la era del capitalismo digital.

Hace unas semanas, cuando el covid-19 aún no había estallado en el mundo real, un nostálgico de la disciplina soviética, o maoísta, vaticinaba en Twitter que en China y otros "sistemas de mayor obediencia" (eufemismo, incómodo, de dictadura totalitaria, asesina y -oh, que lástima- salvajemente capitalista), sería más fácil superar la pandemia que en el Occidente liberal y democrático. Tenía razón, el compañero. Sin ir más lejos, el control biodigital de la población que se lleva a cabo en China permite detectar cualquier aumento sospechoso de la temperatura de un individuo y actuar médicamente sobre él y su entorno -por ejemplo, las personas que rodean al posible infectado en un metro o en un autobús-. Al coronavirus, que es el primer virus viral de la historia, se le derrota también así, con datos. Esa es la cara positiva de la bipolítica digital china. La negativa, como ya habrán adivinado, es que cualquier movimiento que ustedes realicen en redes sociales, o cualquier paseo que den por la calle, o cualquier peca que les salga en la cara, por no decir cualquier pedo que se les escape, será controlado y registrado por el gran timonel digital. ¡Si Mao levantara la cabeza!

Las consecuencias son obvias. El mito chino va a agigantarse. China va a salir muy reforzada de la crisis biológica importada por Occidente, primero, como virus viral. Contrariamente a lo que predijo Fukuyama en su final de la historia, tras la caída del  Muro de Berlín y el mundo bipolar de la Guerra Fría, no solo no es cierto que la asunción del capitalismo haya llevado aparejado el triunfo final de la democracia liberal en todo el orbe, sinó que, como evidencia el modelo chino, a menos democracia y liberalismo, más y mejor funciona el capitalismo. ¡Y también el control de pandemias! 

Llámenme pesimista pero puede que la crisis del coronavirus, junto al avance -imparable, viral- de la digitalización, depare la victoria final del capitalismo disciplinario y biodigital chino. Y  no el retorno al capitalismo del bienestar (social)demócrata que muchos echan ahora en falta cuando el servicio público de salud está al borde del colapso.  Por eso no me creo que agentes de Trump liberasen el virus en Wuhan para hundir a la República Popular -o, sí, pero han provocado la reacción contraria-. Al final, puede que todo lo que ahora es inseguridad e incerteza excepcional -sobre la propia vida- pase a convertirse en seguridad extrema, sofocante, paralizadora. Un mundo distópico de productores digitalizados en el comedor de su casa o en su minúscula habitación en el que todo sea vigilancia y sospecha.

Puede que la crisis del coronavirus, junto al avance -imparable, viral- de la digitalización, depare la victoria final del capitalismo disciplinario y biodigital chino

¿Y el cierre de fronteras? ¿Y el (patético) retorno del Estado-nación con su ejército, su policía, quizás pronto su moneda y su deuda resoberanizada -virtual-...? ¿Asistimos al fin de la globalización como la habíamos conocido? ¿O solo a la estocada final a la desgastada idea europea, entre liberal y socialdemócrata, de mundo globalizado con fronteras interiores porosas, que se abren y se cierran en función de quien quiere cruzarlas? A la vista de lo que se está viendo, no hay mucho que decir o escribir que ya no sepan. Aquí, Pedro Sánchez, tampoco les descubro anda, sigue sin enterarse, mientas que Quim Torra hace lo que puede, que es bastante. Pero en fin... Que ustedes se confinen bien. En su casa. Ese es el mejor muro físico ante algo que es físico. Algo que nos puede enfermar y nos puede matar. Hay que ganar la batalla al coronavirus en el mundo físico, desde luego. Sabiendo que el estado (eficaz) es, ante todo y sobre todo, usted. Y todo lo demás será un milagro.