La enorme pereza de hacer este artículo, convencida de que no hay debate posible, dado que cualquier argumento, dato o análisis quedarán neutralizados por el tsunami imparable de la propaganda y los dogmas establecidos. Se ha instalado la fe ideológica, en general más resiliente a la razón que la fe religiosa, y ha desaparecido la clave fundamental del pensamiento libre: la capacidad de interrogarse. En el mundo de las María Pombo que se vanaglorian del gusto por la ignorancia, pocos practican la duda metódica de Spinoza. Dudar, dudar ante las verdades inapelables, ante las consignas impostadas, ante los rebaños alimentados por el pensamiento único. Si no hay duda, no hay razón, solo hay dogma y doctrina: el terreno abonado para los demagogos y los sectarios.
Es en este escenario donde se desarrolla el relato sobre el conflicto en Gaza: no es tratado como una realidad poliédrica, sometida a múltiples variables que dependen de factores geopolíticos, sino como una verdad absoluta e inapelable. Desaparecida toda complejidad, se impone el maniqueísmo de los buenos y los malos, se dan por buenas las mentiras más chapuceras, se trafica con datos falsos y la información desaparece brutalmente engullida por el poder de la propaganda. No hay en el mundo ningún conflicto tan tergiversado y mal informado como este, con una capacidad de manipular la realidad que permite entender cómo se forjan las grandes mentiras. Y hay que reconocer que aquí la convergencia entre el relato de Hamás, los intereses ideológicos de determinadas izquierdas, y el oportunismo perverso de determinados políticos, sumados a la debilidad del periodismo tradicional y al poder de la viralización, todo ello ha hecho un gran trabajo.
Podría extenderme con un montón de datos. Algunas tan obvias causa pudor mostrar. De hecho, como decía Bernard-Henri Lévy, si Israel hubiera querido hacer un genocidio habría tardado tres días, y no tres años, y no habría sufrido miles de muertos de sus propias filas. (Paréntesis: sí, los muertos israelíes existen. Como en Gaza solo hay "población civil" y no un ejército de miles de miembros de Hamás armado, los israelíes deben morir de la gripe.) Sí, podría extenderme con datos, como hacen otros colegas que intentan a la desesperada mostrar la otra cara de la verdad. Pero no servirá de nada, porque cuajado el mito, la realidad no importa. Y eso lo saben bien aquellos que lo utilizan para conseguir una relevancia y un apoyo público que no tendrían en ninguna otra situación. El caso de Podemos en España es de manual. Ha conseguido imponer la idea del "genocidio" y con ella ha estigmatizado a cualquiera que la pusiera en cuestión. Ha arrastrado a un PSOE en horas bajas a su derivada ideológica. Ha banalizado el terrorismo a niveles que indiscutiblemente pagaremos. Ha reactivado el activismo más agresivo, señalando personas y criminalizando a todo un pueblo y, por el camino, han salido a señalar y perseguir a los herejes que no pensamos como ellos. Es bien cierto que cuando la izquierda se pone a practicar la caza de brujas, lo hace mejor que nadie...
No importa la complejidad del conflicto, ni la tragedia que viven unos y otros, porque solo importa el rédito ideológico que sacan. Creer que esta utilización ideológica sirve para la paz, el bienestar del pueblo palestino o encontrar una salida, es no saber nada de lo que pasa
La última campaña agresiva la han perpetrado en la Vuelta ciclista, la penosa imagen de la cual, poniendo incluso en peligro a los ciclistas, ha dado la vuelta en el mundo. En este caso, la práctica de la demonización de las personas, por el solo hecho de ser un país concreto ha estado tan brutal como naturalizado. Son libelos de sangre versión 2.0, determinados a señalar a la gente por su identidad. Culpables por ser israelíes o directamente judíos. ¿Saben estos propagandistas que Israel tiene 9 millones de personas y que un 20% son árabes? ¿Son 9 millones de personas que irán persiguiendo por todas partes? ¿Aunque sean críticos con el gobierno, o familiares de secuestrados, o supervivientes de Nova, o chicas violadas por tipos de Hamás, o el padre de los niños Bibas, asfixiados con las manos por sus secuestradores? ¿Todos ellos tienen que ser perseguidos? ¿Son culpables? ¿De qué? ¿Qué es esto? ¿Cómo se le llama a esto? Perdonen, pero se le llama fascismo. Podemos y su muleta socialista están creando un nivel de odio que no puede ser normalizado. Un odio que se ha trasladado a los judíos de nuestro país, cuya situación es la más preocupante desde la Segunda Guerra Mundial.
España es, a estas alturas, el país más agresivo contra los judíos de todo el mundo occidental, y Catalunya es, en este sentido, más española que nunca. Los restos del secular antisemitismo español de índole católico se han sumado al odio furibundo de determinadas izquierdas postcomunistas que han encontrado en el conflicto en Gaza una bandera con la cual vender el producto. Las viejas banderas habían quedado rancias, y las Colau de turno se estaban marchitando, pero la kufiya actúa como un lifting que revitaliza a los líderes más marchitados. No importa la complejidad del conflicto, ni la tragedia que viven unos y otros, porque solo importa el rédito ideológico que sacan de ello. Creer que esta utilización ideológica sirve para la paz, o para el bienestar del pueblo palestino, o para encontrar una salida, es no saber nada de lo que pasa, cuáles ni son los factores que han conducido a esta trágica situación. Al contrario, este accionar violento y criminalizador contra Israel solo alimenta los grupos terroristas que viven en un ciclo permanente de violencia. Pura retórica de la demagogia.