"Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzar a decir la verdad"
Bertolt Brecht
Soy admiradora de Brecht. Su profundidad no es una cuestión ideológica, sino de dolorosa vivencia. Su poesía te toca y su teatro está considerado como una reflexión crítica de enfoque político, pero no es solo eso. Vivió una época en la que su generación, aquella que preparó el terreno para la amabilidad, no pudo ser amable. Al conocer la propuesta del Gobierno de Sánchez de nueva fiscal general, para sustituir al condenado, me he acordado de su obra más alabada, El círculo de tiza caucasiano. A saber por qué inmediatamente he pensado en un círculo, en uno que se cierra así y encierra dentro una etapa completa.
Teresa Peramato es, sin lugar a dudas, parte del círculo que cierra desde la inicial inocencia al nombrar a Segarra hasta el férreo trazo que a través de Delgado, García Ortiz y Peramato encierra la Fiscalía General del Estado en un círculo cerrado, conocido, monocromo, amigable; una jefatura casi monárquica, transmisible como herencia con la premisa de sostenerla firme en el trono. No parece raro el símil. Durante días ha habido en redes quien pretendiera que la transmisión fuera aún más próxima y familiar para que el círculo se cerrara con el marido de la fiscal primera. Era una tontería provocativa, a nadie se le hubiera ocurrido tal cosa. Ni a Sánchez. Pero lo cierto es que en esta dinastía de fiscales generales todos son miembros de la misma asociación, han sido directivos de la misma, varios incluso presidentes y se han ido nombrando unos a otros diversas cosas hasta confluir en los relevos subsiguientes. Todos son a la par amigos entre ellos. Tienen sintonía y buena relación desde hace lustros. En ese sentido, nadie puede pretender que la elección del Gobierno no es continuista. Lo es.
Pero Peramato llega al cargo con cierta sensación de que se le dará un tiempo. Ni los más encendidos detractores del fiscal general saliente dentro de la carrera fiscal muestran la misma animadversión virulenta que tuvieron. Veremos, dicen. Tal y como está el patio, ya es mucho lo que consigue Peramato, que, de eso no cabe duda, es aplaudida y ensalzada por la compañía del círculo de tiza. Así que todo está ahora en el beneficio de la duda. Esta vez han ido sobre seguro. No se han ido a buscar a un fiscal de tropa para subirlo a lo más alto, se han decantado por una mujer que ya es fiscal de Sala, es decir, que ya tiene la máxima categoría fiscal, con treinta y cinco años de experiencia avalándola. Además, ya no habrá lío con cuál será su destino cuando cese y serán innecesarias las maniobras de riesgo para ascenderla. Eso ya de por sí calla bocas, entre otras las del resto de fiscales de Sala, un punto favorable para la nueva fiscal general si sabe conservarlo. Su trayectoria tampoco es discutible a priori, puesto que su larga especialización en violencia contra la mujer ha impedido que ande zascandileando en asuntos peligrosos que ahora le pudieran echar en cara.
Acaba de aceptar sentarse en la silla eléctrica por un máximo de dos años y, en realidad, no sabe por cuanto tiempo
Al menos los suyos le darán cien días si las circunstancias y la presión no los hacen saltar por los aires. Acaba de aceptar sentarse en la silla eléctrica por un máximo de dos años y, en realidad, no sabe por cuanto tiempo. El círculo nunca queda abierto, tiene quien lo sostenga y lo cierre, aunque Peramato puede no resultar tan de clan, me parece. Y eso era lo que han buscaban los designantes. Ahora bien, de ahí viene también el peligro para ella y para todos.
No sé si les he contado alguna vez que la creación en España de la Fiscalía General del Estado, institución inédita hasta la Constitución del 78, viene a ser una especie de transaccional entre los defensores del modelo de fiscal tradicional —aún vigente en media Europa—, en el que su jefatura pende directamente del Ministerio de Justicia, o sea, del Gobierno, y los defensores de un modelo italiano en el que los fiscales son magistrados acusadores que, como los jueces, tienen independencia y se encajan en el mismo Consejo de la Magistratura. Como toda solución de este tipo, pone al fiscal general en la obligación de mantener un complejo equilibrio entre su papel de ejecutor de la política criminal del Gobierno y el de garante de la legalidad y la imparcialidad de sus criterios. Hasta el momento, este equilibrio se ha ido salvando mejor o peor, o pésimamente, como hemos visto, en función de la encarnadura profesional y personal de cada uno de los elegidos. Tenemos desde los que han capeado con tino (Granados), a los que han dimitido por no aguantar presiones (Torres-Dulce), a los bien suavones con el ejecutivo (Maza, Ortiz), pasando por los que han preferido no ser nombrados a asumir las hipotecas en forma de nombramientos que les exigían (Madrigal).
Una de las incógnitas son las hipotecas-encargos-encomiendas que el Gobierno haya planteado a Peramato antes de nombrarla. Una puede ser, evidentemente, la de sortear el riesgo de que García Ortiz pierda su condición de fiscal, ya que el Estatuto afirma que no pueden pertenecer a la carrera los condenados por delito doloso. Salvarle a Ortiz el futuro profesional será encargo al que no creo que haya puesto pegas. Puede haber otros más peliagudos. No hay muchos nombramientos que hacer, eso le evitará algunas presiones. Pronto se verá como derrota y también hasta qué punto se apunta al servilismo o marca criterio propio. Podría rebajar la sima entre las facciones y ganarse el respeto de la carrera fiscal, sería un activo para ella que perduraría en el tiempo. La tentación de ser la fiscal de toda la carrera y no solo de los del círculo debería rondarla.
Peramato es lista. Más que otros. Seguro que navega la institucionalidad con más tino, porque con más desatino, la verdad, está difícil.
"Porque no se dirá: los tiempos fueron oscuros
Sino: ¿por qué callaron sus poetas?"
Bendito Brecht.