En 1885, el médico escocés Gordon Stables fue el primero en encargar una caravana a la empresa Bristol Wagon & Carriage Works y recorrió Gran Bretaña en una diligencia tirada por caballos. Dentro del carruaje había cocina, mesa y un sofá cama. Aprovechó la experiencia para escribir su libro The gentleman gypsi (fue un prolífico autor del género de aventuras) y aquel momento se considera el inicio del concepto caravaning.

Animados por esta experiencia, en 1906 nació el Club Caravanista Británico —el primero de Europa— y en 1919 ya eran los coches los que tiraban (y no siempre los animales). En Alemania, el primer vehículo vivienda se vendió en 1931, el boom de moverse por el mundo con caravana llegó en los años 50 y hacia principios de la década de los 60 empezaron a aparecer las primeras autocaravanas, que permitían tenerlo todo dentro del mismo habitáculo, sin necesidad de remolque.

Por lo tanto, aunque ahora parece una nueva moda o algunos lo acaban de descubrir, lo cierto es que la tradición viene de lejos y se remonta a más de cien años de historia, siglo durante el cual se ha ido evolucionando. Las primeras caravanas estaban tiradas por animales, después vino el motor y después se fue dejando más de lado el remolque y aparecieron las autocaravanas y las furgonetas camperizadas.

Hoy en día, más de un millón de autocaravanistas europeos recorren las carreteras de los cinco continentes del mundo a lo largo del año. Llevar la casa encima, como los caracoles, es todo un alegato a la libertad y a una manera de viajar. Pero hace falta también entender la filosofía y cuidar los espacios habilitados y el entorno que los rodea. Llevarse la basura y reciclarla, respetar el silencio cuando toca o estacionar en lugares permitidos sería un mínimo exigible.

Hoy en día, más de un millón de autocaravanistas europeos recorren las carreteras de los cinco continentes del mundo a lo largo del año

El número de este tipo de vehículos ha aumentado exponencialmente en los últimos años. Solo en Alemania hay 500.000 matriculados, la misma cifra suman Italia y Francia juntas y el Reino Unido tiene unos 270.000. En el Estado español hay cerca de 50.000 personas que circulan con la casa con ruedas y, además, el país es el destino escogido por 250.000 autocaravanistas.

A todo eso, hay que sumarle el auge que ha habido a raíz de la pandemia. La gente lo ha visto como una forma más segura de viajar, huyendo de las aglomeraciones, evitando hoteles y restaurantes (y, por lo tanto, posibles contagios) y también ha descubierto una fórmula más asequible para el bolsillo y que permite mayor libertad de movimientos. Por todo eso, se ha lanzado a comprar o alquilar, pero más como hobbie o atractivo turístico que como concepto de vida.

Todo, ha generado un volumen de autocaravanas considerable y la necesidad de regular el uso todavía más. El problema, sin embargo, ya no es solo la cantidad —que sí— sino también la calidad de sus usuarios. Vivir durante unos días o semanas en una furgoneta o caravana implica unos mínimos conocimientos de sostenibilidad, eficiencia o ecología. No solo vale saber conducir. Se tiene que tener conciencia.

El verano es una de las épocas del año en que más se alquilan y los parajes naturales suelen ser los destinos más escogidos. Viajar en autocaravana implica tener principios. Moverse con caravana quiere decir saber dónde se puede o no se puede acampar. Hacer vacaciones en furgoneta camperizada incluye asumir un mínimo pago de ocupación y de uso de espacio público. No todo vale.

El caravaning no es un fenómeno nuevo, aunque es ahora que empieza a no ser una excepción. Tampoco son nuevos el incivismo o la incomprensión, desgraciadamente, pero practicados en ruta se notan más y hacen más daño. Habría que comportarse no como turista irrespetuoso y ajeno, si no como una persona del mismo lugar que se visita. Así, quizás, se tendría más conciencia. A nadie le gusta tener invitados que te estropean la casa y se marchan dejándolo todo patas arriba. Si viajáis con caravana este verano, por favor, tenedlo presente.