Parece que no hay mejor manera de marginar un problema que presentar otro pretendidamente más importante o sobre todo más urgente. Hasta finales del año 2024 el cambio climático ocupó un lugar importante de la agenda comunicativa; sin embargo, a partir de la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, este tema ha decaído en el orden de prioridades. La seguridad internacional ha desplazado el interés por el cambio climático, un interés que está lejos de ser homogéneo. Este desplazamiento resulta intuitivamente lógico. La seguridad es el primer interés de los humanos y el primer deber de los poderes públicos en cualquier régimen. También en las democracias liberales, antes que la garantía de derechos y libertades o de más bienestar. Antes de Locke siempre està Hobbes.
Sin embargo, las cuestiones ecológicas, además de permanecer, siguen produciendo un notable volumen de publicaciones (artículos, informes, libros) especialmente en occidente por parte de varias organizaciones y equipos de investigación. Vista la diversidad metodológica, conceptual y empírica de estos análisis no siempre resulta fácil discriminar el grano de la paja. Hay de carácter más descriptivo, más explicativo o más prescriptivo. Por una parte, en el "mercado de las ideas políticas" encontramos conclusiones favorables a efectuar reformas moderadas del statu quo, mientras otras conclusiones expresan deseos de reformas mucho más radicales, con independencia de su facticidad práctica. Y posiciones intermedias, naturalmente.
Un ejercicio que puede ser útil para los interesados en el cambio climático sin ser especialistas es el de contrastar estas dos actitudes. Por ejemplo, comparar el informe colectivo de vocación prescriptiva Earth for All (2022), elaborado por el Club de Roma a partir de un modelo realizado durante 10 años, con el sintético análisis de Vaclav Smil, Por qué un mundo sin emisiones es casi imposible (2024), que ofrece contrapuntos analíticos de vocación realista basados en los datos actuales y en el funcionamiento práctico de la economía y la política internacionales.
Earth for All propone de manera documentada actuaciones en cinco ámbitos, para corregir de manera estructural las tendencias actuales que refuerzan el cambio climático: pobreza, desigualdad, "empoderamiento" femenino, alimentos y energía. Estos cinco ámbitos se desgranan a partir de dos escenarios alternativos de futuro, que los autores llaman "Demasiado poco y demasiado tarde" y "Gran salto". El primero es de carácter continuista con relación a las políticas actuales, mientras que el segundo es más radical con respecto a las decisiones a tomar a partir de ahora. Este propuesto "Gran salto" no se basa ni en el crecimiento productivo de los estados (mesurado en términos de PIB), ni en las instituciones económicas actuales (OMC, FMI, Banco Mundial), sino en un cambio de modelo económico centrado en criterios del bienestar de los ciudadanos (ingresos, salud, educación, alimentación, etc.).
Según cuál sea el escenario adoptado por los actores públicos y privados, la evolución de los cinco ámbitos mencionados será muy diferente, hasta el punto de ser eficientes o no en la lucha contra el cambio climático. Finalmente, Earth for All propone quince recomendaciones de políticas públicas (tres por ámbito) que hay que implementar en los próximos años para alcanzar los objetivos ecológicos que varias entidades internacionales (Conferencias sobre el Clima, gobiernos, Unión Europea, etc.) se han propuesto alcanzar en el año 2050 (y en el 2030). Por ejemplo, en el ámbito de la energía se propone: 1) eliminar inmediatamente los combustibles fósiles [...]; triplicar inmediatamente las inversiones en energías renovables; 2) electrificarlo todo; 3) invertir en almacenaje de energía.
A pesar de la ambición de los objetivos que proponen, los autores del informe consideran que son perfectamente factibles, siempre que se cambie, dicen, ni más ni menos, que el "modelo económico" del mundo, que hace que los mil millones de personas más ricas supongan el 72% del consumo de los recursos globales, mientras que los más de mil millones más pobres consuman tan solo un 1% de estos recursos. En este estudio, las desigualdades socioeconómicas resultan ser un punto clave de la solución del problema. Unas desigualdades que han crecido, sobre todo a partir de la globalización impulsada por unas desregulaciones hechas en los años noventa (tándem Clinton-Blair) que, de hecho, han beneficiado los estados asiáticos del sur y de "el Oriente Lejano".
Por su parte, el análisis crítico que hace Smil sobre las posibilidades de alcanzar los objetivos fijados para el año 2050 refleja un escepticismo basado en los datos empíricos actuales, como mínimo con relación a la producción de energía y a la reducción de las emisiones de CO₂. Lo argumenta a partir de las características de las transiciones energéticas hechas hasta ahora (paso de la combustión de la madera a la del carbón y del carbón al petróleo/gas).
Los combustibles fósiles suponen todavía en torno a un 80% del suministro mundial de energía (2022)
Los combustibles fósiles suponen todavía en torno a un 80% del suministro mundial de energía (2022). Desde el Protocolo de Kioto (aprobado el año 1997; en vigor desde el 2005) la dependencia del carbono de origen fósil ha aumentado globalmente un 54%. Y empíricamente se comprueba, argumenta Smil, que el aumento de las energías renovables (básicamente, hidráulica, solar fotovoltaica y eólica) no reduce significativamente la presencia de CO₂ atmosférico —en los últimos veinticinco años ha pasado de 2,85 billones (1997) a 3,27 billones de toneladas (2022). El objetivo de emisiones cero en 2050 implicaría reducir una media de 1.450 toneladas al año, en vez del aumento medio de 500 millones al año de este mismo periodo.
De hecho, sigue Smil, alcanzar emisiones cero en 2050 (o de una reducción del 45-50% en el año 2030) comportaría que los países ricos dedicaran entre un 20% y un 25% de su PIB a la transición energética (China representa el 31% de las emisiones, EE.UU. 14%, la UE 11%, India 8%, Rusia 4%, Indonesia 4%, Arabia Saudí 2%). Según el informe del IPCC (Grupo Intergubernamental sobre el Cambio Climático) de Naciones Unidas sobre el calentamiento global, habría que disminuir en torno al 45% las emisiones en el año 2030 con respecto a las del año 2010. Una cifra que actualmente parece inverosímil. De hecho, Smil critica tanto la solvencia de los objetivos planteados, como un alarmismo excesivo por parte de determinados sectores ecologistas. Así, en los ámbitos de las desigualdades, la alimentación o de la energía, critica la falta de realismo analítico de los modelos "alternativos" a más radicales, que habitualmente no consideraron el funcionamiento práctico de la toma de decisiones de los actores públicos y privados implicados: un mundo de estados en competencia entre sí, sin instituciones de gobernanza global, y con unos gobiernos y unas empresas que combinan retóricas ambientalistas con objetivos prácticos a corto plazo, los primeros, y políticas de greenwashing las segundas.
Sabemos que los cambios políticos y sociales en profundidad implican habitualmente consecuencias no previstas. Pero en este caso parece que, efectivamente, los autores del informe Earth for All hayan sido renuentes a considerar, por una parte, algunas consecuencias que sí que parecen previsibles. Es el caso de las implicadas en gravar fiscalmente de manera importante la riqueza o las herencias, o la solución ante las nuevas demandas de energía (incluidos los sectores no fácilmente electrificables), o de los bienes más contaminantes (cemento, acero, productos nitrogenados, plásticos), así como de servicios relacionados con el aumento de la población mundial (previsto en torno a un 20% o 25% en las próximas décadas). A este aumento cuantitativo de la población mundial hay que añadir el aumento específico de unas crecientes clases medias en búsqueda de más bienestar, especialmente en Asia y Latinoamérica. Por otra parte, no se contemplan cuestiones como la corrupción de las élites de los estados con menos ingresos, ni se desarrolla el tema de las pretendidas ventajas generales de las propuestas de un "Fondo ciudadano", o de una "educación alternativa" basada en el "pensamiento de los sistemas complejos".
En definitiva, la lectura de los dos tipos de actitudes analíticas mencionadas resulta conveniente para aportar conocimientos y centrar la discusión sobre las propuestas de futuro para combatir un cambio climático que se tiene que estar muy desinformado para negar que existe y que va creciendo. Parece claro, tal y como dice Antxon Olabe en el comentario final en el libro de Smil, que "la existencia de un objetivo ambicioso obliga a adoptar trayectorias de descarbonización ambiciosas". Así, creo que la actitud analítica más basada en criterios y concepciones ecologistas prescriptivas que manejan datos fiables y hacen planteamientos globales resulta fundamental. Sin embargo, es necesario contrastarla con las actitudes analíticas que aportan otros conocimientos y sobre todo críticas a las supuestas bondades del “cambio de modelo económico” propuesto y están más atentas a las dificultades prácticas de las prescripciones recomendadas. En otras palabras, por unas políticas eficientes contra el cambio climático parece importante eludir tanto el negacionismo (o los retrasos injustificados), como unos planteamientos ideológicos poco inclinados a enfrentar los condicionantes políticos, económicos y culturales que actúan en la toma práctica de decisiones.