Hoy, las teles de todo el mundo —lo que entendemos por todo el mundo, claro— retransmiten la coronación de un rey que llega al trono cuando la mayoría de las gentes que han trabajado —difícil cuestión a discernir en su caso— hace años que están jubiladas. Son las cosas irracionales de la monarquía en sí misma. Además, procedente el rey Carlos III de una familia, de la cual ha sido indiscutible protagonista, desestructurada a ciencia y conciencia, los días de gloria que nos esperan no tendrán nada que envidiar a los ya pasados, por difícil que parezca superarlos.

Entre las muchas cosas que destacar del hecho de la coronación, cojo al azar cuatro y las comparo con España. La primera, e igualmente insoportable, es la nula, de hecho, separación Iglesia (oficial)-Estado. La religión oficial de hecho en España es la católica: la reina Letizia tuvo que pasar unos cursillos de cristiandad para casarse con su segundo marido, el actual Felipe VI. En el Reino Unido, la religión oficial, la religión de estado, es la anglicana. En efecto, los monarcas se casan y coronan por este rito en la abadía de Westminster; y no solamente eso: el rey del Reino Unido es el líder de la Iglesia anglicana. Eso tiene consecuencias en ambos países, ya que todos los que profesen otras religiones —en el Reino Unido, millones— y los ateos/agnósticos —aquí, millones— se tienen que sentir forzosamente, si no excluidos, sí nada concernidos por estas pompas regias y los titulares del chiringuito.

Eso tiene como repercusiones, en un mundo que tiende a cierto igualitarismo, que entelequias como la Commonwealth estén destinadas a desaparecer —ya ni el minúsculo Barbados quiere ser monarquía— y que la comunidad iberoamericana de naciones —defectuoso trasunto del invento británico— no haya salido bien nunca. En España, declaraciones como las del presidente de México, López Obrador, o las de esta misma semana del presidente de Colombia, Gustavo Petro, sobre el colonialismo español —aquí dicho Conquista— son las muestras más recientes de esta tensión política que, por mal construida, resulta inviable.

La monarquía, en España, no está en cuestión, porque no está permitido ponerla en cuestión

En cambio, hay dos notas que me parecen significativamente divergentes. Ambas dejan ver que el Reino Unido, con todas sus ínfulas imperiales, más bien horteras, pero para muchos, es un país seguro, seguramente equivocado, pero seguro de sí mismo. Me refiero, en primer término, a la constante publicación en Britania de encuestas de todo origen sobre la vigencia y aceptación de la monarquía en las islas. No es para tirar cohetes. Son los más numerosos, los brexiters, fundamentalmente los más monárquicos con diferencia. En cambio, dos de cada tres más jóvenes de 24 años pasan olímpicamente. La población del medio, ni chicha ni limoná, sin embargo, como creen que no molesta, dejan hacer.

El otro aspecto positivamente llamativo dentro de todo este cutre oropel es que, a pesar de la seguridad que rodea estos faustos, están permitidas las manifestaciones republicanas. Ciertamente, hoy es el día, el día de la coronación del nuevo rey, cuando los republicanos tienen que tener derecho también a su fiesta y a desahogarse públicamente en las calles en contra lo que consideran, como mínimo, que están ante una pervivencia injustificable del pasado del que, para más inri, la monarquía fue cómplice.

Por el contrario, en España desde hace años no se hacen encuestas sobre la monarquía. La explicación, triste, la da el actual director del CIS, el profesor Tezanos: "No hacemos encuestas sobre la monarquía porque no está en cuestión". Pero ni se hacen encuestas ni se pueden hacer comisiones de investigación parlamentarias. Ni en las Cortes españolas se han permitido por la mesa del Congreso, entre 10 y 16 veces, según los medios, ni en el Parlament de Catalunya. Aquí, además, rige una prohibición incluso del Tribunal Constitucional —STC 111/2019— a instancias de La Moncloa sanchista. La tautología de Tezanos se puede completar diciendo que la monarquía no está en cuestión, porque no está permitido ponerla en cuestión. Y eso, amigos, es harina de otro costal. Del costal autoritario, para ser más exactos.

Finalmente, las manifestaciones republicanas en Londres el día de la coronación del rey Carlos contrastan con la actuación policial, cuando, en 2014, Felipe VI accedió al trono, ante la huida de su padre. ¿Qué hizo la policía? Pues retirar enseñas, banderas y pancartas republicanas a lo largo del recorrido del séquito real. No fuera que el nuevo rey se incomodara. O sea, que empezó su reinado con un fortalecimiento de la libertad de expresión. Libertad de expresión que aquí en Catalunya también resultó fortalecida en una visita suya en octubre de 2020, donde los manifestantes antimonárquicos —que en nuestra casa son un montón— fueron mantenidos a prudente distancia del monarca y su séquito cortesano, es decir, cuanto más lejos, mejor. Se le encapsuló y listos.

Una vez más, las comparaciones son odiosas.