Por Sant Jordi la tribu es más tribu que nunca y se convierte en rebaño. En otros años tocaba leer a los economistas estrella, después vinieron los presos políticos con su insufrible literatura de martirologio, y ahora es el turno de los epidemiólogos, las nuevas vedettes de la nación. En un año en que —como ya escribí en este mismo querido ElNacional.catla literatura patria nos ha dado obras fantásticas de Bagunyà, Garcia Tur, Serés, Calvo y tantos otros autores, los catalanes han hecho cola como terneros para obtener el tatuaje de la folclórica firmada en su fast-book. Durante la pandemia oiremos grandes elogios a la compañía que nos hacen los prosistas y sus historias en tiempo de desdicha, unas salmodias que, como ocurre siempre, han acabado prostituidas por una realidad en la que se impone el criterio literario de la madrina y donde las editoriales y libreros que quieren poner el listón al mínimo neuronal son minoría.

Que nadie se equivoque. Yo estaría encantado con que el doctor Mitjà o quien sea compartiera protagonismo con los escritores el día de Sant Jordi o cuando sea, pues si debe existir algún huertecillo libre en el que cualquier oficio no sea un a priori, es el de la literatura. La ciencia también puede ser filosofía, literatura, y de hecho altísima poesía; ejemplos hay a montones. Si el epidemiólogo nacional hubiera escrito una obra científica, ya fuera asequible a todos los paladares o sólo digerible para creyentes (cosa, esta segunda, que ya debe hacer en los papers académicos que certifican su inmensa inteligencia y una contribución al país que supera en mucho la de servidora), yo no tendría ningún problema en aplaudirlo y llamar a las masas a inundar las calles con ejemplares de A cor obert [A Corazón Abierto] bajo el brazo. Pero aquí solo hay voluntad de cruzar la pasarela, cobrar y "envuélvamelo para regalo".

En un año en que la literatura patria nos ha dado obras fantásticas de Bagunyà, Garcia Tur, Serés, Calvo y tantos otros autores, los catalanes han hecho cola como terneros para obtener el tatuaje de la folclórica firmada en su fast-book.

Hay algo de literario y metafórico en un país que lee Oriol Mitjà, un hombre que me dijo en una tertulia que se esforzaba para no ser reconocido en la calle por el ciudadano de a pie y que ahora hurta la calderilla a la catalanidad con un volumen donde afirma que quiere "compartir con vosotros confidencias sobre mi vida privada, mis defectos, pensamientos y reflexiones íntimas." Tampoco penséis que voy de remilgado por la vida. Una literatura que quiera ser sana también tiene que tener su vertiente comercial, pero en Catalunya ya hace tiempo que confundimos la letra popular con la basura. Eso no es responsabilidad del ídolo transitorio, sino de un grupo como Edicions 62 que en su día fue de referencia y ahora cede al chantaje del dinero con un libro que —me juego unos cuantos guisantes— el doctor Mitjà debe haber dictado en sus escasísimas horas de ocio y que un negro mal pagado ha reescrito a toda prisa.

Ahora imaginad cómo se deben sentir los editores y libreros del país que trabajan en unas condiciones nefastas para salvar una lengua que cada día se vuelve más minoritaria. El año en que Guim Valls ha escrito Pitó, en que Miquel Cabal acaba de publicar una nueva versión de Crimen y Castigo que es una maravilla y el poeta Clapés nos ha regalado una traducción del Tal Cual de Valéry de auténtica referencia mundial; el rebaño —que se informa con el FAQS y que paga la cuota de Waterloo— va y pasa este domingo leyendo como Oriol Mitjà secaba las lágrimas a Quim Torra y se intercambiaba mensajes con ZP. Sé que los colegas escritores seguirán regalándonos un arte obviamente inmerecido y yo lo seguiré leyendo desde mi desdichada y cada día más minúscula isla. Eso somos, un país que lee Oriol Mitjà y que el próximo año vete a saber qué papelón se traga.

Al fin y al cabo, todo por cuatro duros. ¿Verdad, Oriol?