La activísima y activista Tigre de Paper acaba de editar La voluntat de canviar (Homes, masculinitat i amor), un texto interesante de la crítica y teórica feminista yanqui Bell Hooks en el que apuesta por destruir la violencia consustancial al patriarcado diciendo a las mujeres que amen a los hombres. "Para crear hombres amorosos, tenemos que querer a los hombres. Amar la masculinidad no es lo mismo que alabar y premiar a los hombres por el hecho de cumplir las expectativas de las ideas sexistas de identidad masculina". Para decirlo lisa y llanamente, sin negar los efectos perniciosos del dominio masculino en la sociedad, Hooks apuesta por volver a un grado cero en que los hombres puedan ser valorados más allá de lo viril: "En la cultura antipatriarcal, los hombres no tienen que demostrar su valor y su mérito. Saben, desde pequeños, que el simple hecho de existir ya les otorga un valor, y el derecho de ser valorados y queridos".

Es normal que el volumen del que hablo haya hecho fruncir el ceño a una parte del feminismo tradicional. En el texto, la pensadora kentuckiana afirma que la violencia patriarcal (a la que se refiere a menudo como "terrorismo" por el hecho de causar mucha más muerte y desdicha psicológica que muchos conflictos armados del mundo), no es patrimonio exclusivo de los machos: "En la cultura patriarcal las mujeres son tan violentas como los hombres con los grupos sobre los cuales tienen poder y pueden dominar libremente". Hooks se refiere a figuras maternas como la suya, quien "creía de todo corazón que el papel del padre era imponer disciplina y mandar. Cuando el padre se excedía en la violencia, ella lo veía simplemente como un derecho de él". La dureza inherente en la familia, por lo tanto, vendría a ser un pacto tácito de identidad que da el derecho a pegar a los hombres y que presupone la contemplación pasiva de la feminidad.

Siguiendo el hilo, la escritora norteamericana describe a los hombres como una especie de autistas emocionales a quienes los demás (tanto hombres como mujeres, suponemos) deben despertar a base del amor, una noción que define como "una combinación de cuidado, compromiso, conocimiento, responsabilidad, respeto y confianza". Aunque esta sea una aproximación al amor tan vaga como problemática (ya que estas son también unas nociones que, básicamente, han tramado los hombres), Hooks afirma que no habrá revolución feminista, para decirlo sin rodeos, si se niega a los hombres la capacidad de liberarse del patriarcado que han construido sus antecesores en el mundo del homo homini lupus y así salir del armario emocional: "La masculinidad feminista presupone que, por el hecho de ser, los hombres ya tienen un valor, y no hace falta que "hagan", que "actúen" para afirmarse y para que los quieran".

Hooks afirma que no habrá revolución feminista, para decirlo sin rodeos, si se niega a los hombres la capacidad de liberarse del patriarcado que han construido sus antecesores en el mundo del homo homini lupus y así salir del armario emocional

Dentro de la crítica cultural de su país, Hooks ha tenido un papel difícil de aceptar. Mientras otras pensadoras también afroamericanas como Myischa Cherry (The case for rage: why anger is essential to anti-racist struggle) han apostado por la ira como vehículo de reivindicación creativa, la aproximación hooksiana a la violencia del hombre, que no es negada en ningún momento, pero se salva con un proceso de desidentificación patriarcal en paz. A pesar de la problemática de su aproximación (la base de todo, un mundo sin dominación ni conflictos se explica con un fundamento filosófico muy débil) creo que La voluntad de cambiar esconde una pregunta importante que a los hombres nos iría bien hacernos: "en términos de mi propia identidad, ¿soy algo que vaya más allá de la voluntad de dominio?". Que cada congénere piense si la pregunta resulta catártica; yo diría que lo es, y mucho.

Dicho esto, me parece que el libro de Hooks esconde una discusión interesante y es la pregunta sobre a quiénes tendrán que amar las mujeres. En efecto, si el hombre que buscan es aquel que se ha deshecho del patriarcado, no se llega a tener suficientemente claro si la implicación de eso es que la mujer quiera a un grado cero de la masculinidad (un hombre sin más atributos que los imprescindibles para vivir) o si, cosa muy diferente, aquello que amarían las mujeres resulta precisamente del proceso mismo de conversión del hombre en un ser convencidamente antipatriarcal. La autora tiene todo el derecho de no responder a esta pregunta, porque su libro se centra en los machos, pero dan ganas de preguntar si las mujeres se afanarían por un estado en el que machos y hembras empezaran a amar desde la intemperie o, en una especie de contrahistoria, que sólo pudieran acceder a los hombres previa renuncia a su identidad vetusta.

Entiendo que Hooks no responda a la pregunta, pues, de ser el caso, tendría que admitir que las mujeres también necesitan un discurso de poder (discursivo, mediático y etcétera) para impulsar la conversión de los machos, visto que, esto es innegable, con quererlos todavía no ha bastado. Pero eso sería pedir demasiado, porque a la autora el poder parece no interesarle nada. Y diría que aquí reside, pese a quien le pese, la nula efectividad final de su teoría.