Hará cosa de un par de días, en un vídeo publicado en la plataforma The Objective, la periodista Laura Fàbregas contraponía el éxito de Rosalía en la promoción de la lengua catalana, en ocasión de su hit Milionària, a la inferior excelencia y repercusión global de una supuesta cultura subvencionada por el poder público nacionalista en Catalunya: “Rosalía ha demostrado como los verdaderos artistas –decía Fàbregas– que poco o nada le deben al poder público. La artista ha hecho más por el catalán que diez libros subvencionados de Marta Rojals o de Jaume Cabré”. Acto seguido, la opinadora describía un hipotético sistema cultural donde el premio siempre sería para el que muestre mayor adscripción nacional. Volviendo a Rosalía, Laura reivindicaba una figura todavía más venerable: “Rosalía se parece mucho a nuestra escritora Mercè Rodoreda, que llegó a la cima mundial escribiendo catalán”.

Vale la pena ver el vídeo entero, porque resulta meritorio exhibir tanta cuota de prejuicios, inexactitudes y apriorismos del más excelso analfabetismo. En primer lugar, cabe recordarse que el triunfo de Rosalía no sólo se explica por su innegable talento personal, sino que se insiere en un contexto cultural, educativo y económico que no es nada ajeno al poder político: alumna de la Esmuc, donde han estudiado otros músicos de éxito internacional como Sílvia Pérez Cruz o Marco Mezquida, Rosalía se ha beneficiado como muchos otros artistas de un sistema educativo y pedagógico público (es decir gestionado por el poder político), así como de un programa de subvenciones para músicos o intérpretes y de un tejido discográfico en catalán que ha crecido extraordinariamente el último lustro y que también es signo de una política cultural exitosa.

A su vez, el apriorismo según el cual la cultura catalana está sobre-subvencionada en comparación con la de otros entornos no necesita de una investigación como el Watergate para ser desmentida. Con un simple golpe de Google, Laura podría haber comparado los recursos del cine francés con los cuatro duros que reciben las pelis en nuestra lengua o, ya que le interesa tantísimo la literatura, podría haber visto como las subvenciones para la creación que dispone anualmente la Institució de les Lletres Catalanes consisten en poco más que una propinita para que los autores no acabemos muriendo de hambre. En lo que toca a la adscripción ideológica y el talento, querida Laura, no sufras para nada: yo mismo he recibido una de estas ayudas y eso no me ha privado de ser crítico con el procés, la tribu y la política catalana en general. Y, como sabes muy bien, de talento no es que tenga, porque el talento soy yo.

Siempre será mejor moverse en un terreno donde la cultura pública pueda ayudar a los escritores que no en un infierno represor como el franquismo donde Rodoreda casi pasó hambre

Pero lo más sideral de todo esto es la entrada de Mercè Rodoreda en esta ecuación, porque Fàbregas nos la dispara comparándola con Rosalía sin explicar el contexto de exilio y de represión lingüística que vivió la escritora durante el franquismo. Laura haría bien en repasar la entrevista de nuestra genio con el periodista Soler Serrano, donde Rodoreda explica perfectamente como sobrevivió a la imposición del español estudiando catalán como si tuviera que morir al día siguiente, tan voraz como sola. Que Fàbregas ni cite este pequeño detalle enmarca perfectamente aquella idea españolista según la cual los escritores catalanes eran mejores en tiempos como el franquismo porque la clandestinidad les excitaba el genio, mientras que ahora sólo viven en la comodidad de la subvención y el aburguesamiento de ser parte de la cosa pública les ha castrado todo el talento.

Yo he discutido mil y una veces la necesidad de complementar la cultura pública del país con un mayor tejido de actividad privada en catalán (cosa que pasa naturalmente, por ejemplo, en el ámbito del teatro o de la radio) y no me he cansado de denunciar las subvenciones a dedo que han convertido a muchos grupos privados del país ―no muy independentistas, dicho sea de paso― en empresas prácticamente concertadas. Pero de aquí a subsumir que una subvención mate el talento de un artista o a separar fenómenos como el de Rosalía de una red cultural preexistente van unas cuantas millas y el simple deseo de no confundir ser español en Catalunya con decir memeces. Porque siempre será mejor moverse en un terreno donde la cultura pública pueda ayudar a los escritores que no en un infierno represor como el franquismo donde Rodoreda casi pasó hambre.

Loados sean pues los diez libros subvencionados de Jaume Cabré y Marta Rojals (Laura, documéntate un poco, porque Marta sólo ha escrito cuatro) y sobretodo loada sea la adscripción nacional y radicalísima de nuestra Mercè, sin la que ni tú ni yo, Fàbregas, todavía podríamos decir una sola puta palabra en nuestra lengua.