Los compromisarios del PP han escogido a Pablo Casado de capataz porque no les ha bastado la aproximación legalista, administrativa y funcionarial con que Soraya Sáenz de Santamaría ha mantenido intacta la unidad de España, que es la forma polite con que uno se refiere a impedir la autodeterminación de nuestra sacrosanta tribu. Desde hace semanas, y ante la impotencia que la rama policial de la judicatura española tiene con las civilizadas decisiones de los tribunales europeos, el unionismo está viviendo un proceso muy curioso de procesización. Casado será la rama política de esta impotencia y, de hecho, ya ha amenazado con la implantación de una "Tabàrnia real" en las calles de las ciudades catalanas. Muy pronto, ya lo veréis, el joven y flamante líder del PP se vestirá con el mono de peón y, rodeado de guardaespaldas y de freaks, pisará rincones del país dando palmas al grito de "¡Li-ber-taz! ¡Li-ber-taz"! Es la nueva divisa de los españoles en Catalunya: "Las calles serán siempre nuestras". A Inés Arrimadas le ha salido un competidor en el show.

Cada vez que el país se toma seriamente su autodeterminación, a España no le queda más remedio que apretar el acelerador del totalitarismo y del gesto africano. Casado marca un retorno al aznarismo, es cierto, pero hay que entender bien qué significa eso: primero y ante todo, la noción de que la ley y el orden, sin una gran capacidad de poder, no sirven absolutamente para nada. El ocaso de Soraya es un mensaje bien claro: no queremos opositores que memoricen las capitales y los ríos de España, sino líderes con cojones que golpeen sobre la mesa del postautonomismo, mientras gritan "Esto lo resuelvo yo con cuatro mandobles". El universo de la derecha, de ahora en adelante, tendrá dos chicos coetáneos de un servidor discutiéndose por ver quién tiene más huevos. ¿Queríais políticos con buena formación, rebosantes de másters, doctorados y un cierto gusto por la diplomacia? Pues buscadlos en otro barrio, porque el PP ha decidido sumarse a la carrera por la testosterona. Tanto da si Casado puede ganar unas elecciones generales o no: a las élites del país les basta con que el PP bloquee cualquier intento de emprender una reforma constitucional más aperturista.

De hecho, el gran ganador de las primarias del PP ha sido ZetaPedro Sánchez, a quien la reyerta general del bando centroderechista le va como agua de mayo para aumentar su perfil presidencial y hacerse el progre. De hecho, el presidente español no solo tiene el independentismo bajo el yugo de la legalidad española (últimamente, con disputas parlamentarias de esas de toda la vida, que desmienten por enésima vez la unidad de los setenta diputados indepes), sino que tiene suficiente con ir desenterrando los huesos del franquismo durante dos años por equiparar el PP a la España negra que lo quiere aniquilar, cuando es en el fondo la derecha española (que le ha hecho todo el trabajo sucio, al ahorrarle tener que enviar a la policía a Catalunya para golpear a la peña) la que le ha servido para blanquear la imagen de España. De hecho, por ironías de la vida, hay algo en que Casado y Rivera sí aciertan: Sánchez ha pactado con el independentismo dos años de tranquilidad y pocos sobresaltos. Algunos lo llaman ampliar la base, otros, rendición en sordina. Escoged vosotros mismos.

Catalunya tiene una base independentista movilizada que empieza a buscar alternativas a los grandes partidos que hasta ahora han comandado el procés. Fijaos en que, desde el 1-O, España ha rebajado la calidad de sus líderes de una forma alarmante. Imaginad si se hubiera aplicado el referéndum y Europa hubiera reconocido, como de hecho ya ha pasado, que la autodeterminación no es siquiera un delito de malversación. Imaginadlo y aguantaos las ganas de llorar, porque para sellar España les ha hecho falta bien poco esfuerzo y talento. Casado es la prueba definitiva.