El tiempo de consumir "lo que dan en la tele" parece haber llegado a su fin. Al menos para una generación adulta y, sin duda, para las que vienen por detrás. Solamente son los más mayores los que siguen comulgando con la basura que en la mayoría de los casos les administran. Para nuestros mayores eso de registrarse en una plataforma, da pereza. 

Sin embargo, para el perfil de la generación como la mía, eso de andar "haciendo zapping" ya ha pasado a mejor vida. No solemos ver la tele, buscamos en internet aquello que nos interesa y lo vemos cómo y cuándo queremos. Ya no somos esclavos de los horarios televisivos, ni de sus tiempos, ni de su contenido. Ahora tenemos una gran cantidad de opciones para elegir y, entre el entretenimiento, nos aficionamos a las series que ofrecen plataformas como Netflix, HBO, Filmin, entre otras. 

En ellas puedes elegir aquello que te interesa, puedes organizarte tu tiempo para visionarlo, y además, sueles tener recomendaciones en base a tus gustos (a lo que hayas ido viendo) por parte de la propia plataforma. 

El formato de las series ha cambiado para adaptarse a esta nueva realidad: son como películas largas, con una gran producción y, en algunos casos, verdaderas obras de arte por su interpretación, por su guión, por la fotografía y por la cantidad de debate que pueden llegar a suscitar. Las series se han convertido, ahora más que nunca, en una manera de asomarnos a cuestiones que son de gran calado y que, a través de este formato, se introducen en nuestras casas de una manera probablemente más eficaz y efectiva que un documental. 

No pretendo denostar los documentales, de los que soy una gran consumidora. En absoluto. Pero es cierto que hay cuestiones que es importante abordar, que deben calar en la sociedad, y que, de alguna manera, nunca llegan a quienes más necesitan conocer la realidad que nos plantean. 

He visto recientemente dos series producidas e interpretadas por Nicole Kidman: Undoing y Big Little Lies. La sensación que me ha dejado ha sido realmente buena: porque están interpretadas de manera excelente, porque está cuidado todo detalle. Y porque, al final, deja un debate abierto muy importante: la responsabilidad que todos tenemos en el maltrato intrafamiliar, en la violencia de género. 

Estas series te permiten entender que el maltrato se expande como una mancha de aceite y lo más importante es que todos tienen de alguna manera un papel en la situación: ya sea como causa parcial, como participantes activos o como herramientas fundamentales de la solución

Las dos series abordan más o menos el mismo asunto: cómo un maltratador es visto por los ojos de su mujer, y cómo a través de ella se comporta la sociedad. La manera de entender el maltrato, de silenciarlo, de canalizar a través de él la manera de entender el comportamiento de los demás. 

Y son series que generan preguntas, que serán respondidas a lo largo de los capítulos, y sin duda, desde el espectador. Lo más interesante, sin duda, es el diálogo que se produce gracias a estas series en los entornos familiares, de amigos. 

Recomiendo estas dos series porque precisamente abordan este asunto tan importante desde una perspectiva poliédrica: el papel que desempeñan las mujeres, los hijos, las amigas, las madres, la familia, el entorno laboral y social. La presión, la justificación, y las demás violencias que se van añadiendo sobre las múltiples víctimas. Porque al final, estas series te permiten entender que el maltrato se expande como una mancha de aceite y lo más importante es que todos, absolutamente todos los que forman parte de la vida de estas personas, tienen de alguna manera un papel en la situación: ya sea como causa parcial, como participantes activos o como herramientas fundamentales de la solución. 

No creo, sinceramente, que la manera de generar empatía sea mediante ese "experimento" que han montado los de Mediaset con la historia de Rocío Carrasco. Es más: creo que abordar el asunto de esa manera genera más problemas que lo que debería solucionar. Tratar con tantísima frivolidad un asunto tan serio, con tantísimos matices, es un error en mi opinión. Generar bandos, roles simples de "buenos y malos", vuelve a ser, a mi entender, una manera nefasta de generar procesos de solución de conflictos como los que se derivan de la violencia intrafamiliar y de género. 

El hombre no es malo por el hecho de serlo. La mujer no es víctima por el hecho de ser mujer. Es necesario enterrar ya ese hacha tan manida y absurda de la guerra entre hombres y mujeres: porque precisamente el papel de las mujeres es clave para modificar comportamientos desde que tenemos la responsabilidad de ser madres, maestras, médicos, suegras, vecinas, amigas. Todas tenemos un papel que desarrollar en nuestra vida que incide de manera directa en el comportamiento de nuestros hijos. Y los hombres, exactamente igual. 

El problema que tenemos es, en definitiva, social: somos todos víctimas de una serie de carencias, que parten por la absoluta ausencia de empatía, que nos permita reconducir nuestro comportamiento y llegar a entender y comprender la necesidad de herramientas para la resolución de conflictos en los que estamos todos implicados, no solamente la persona que sufre de manera evidente y brutal la agresión.

Así es como precisamente aborda el asunto el trabajo de Kidman, y por eso lo pongo en valor: porque creo que hacía falta mostrarnos las múltiples caras de la violencia de género e intrafamiliar. No me cabe duda de que quien tenga la oportunidad de ver estas series se hará muchas preguntas y lo mejor de todo es que encontrará muchas respuestas. Que es lo que nos hace falta.