Los Comuns, con la alcaldesa Ada Colau al frente, dejaron la ciudad con aspecto de sudada y con un hedor a porro que aún no ha sido erradicado de nuestros barrios y calles. Caminar por Barcelona significa volver a casa más colocado que un rastafari en plena vendimia de cannabis o marihuana.

Con estos precedentes cultivados durante ocho años de gobierno colauista, la tarea del alcalde Jaume Collboni parecía ciertamente complicada después de unas elecciones municipales que ganó Trias. Como era de esperar, Comuns y PP se encargaron de apartar al antiguo convergente de la alcaldía, y Collboni, con unos exiguos 10 concejales, dirige el Ayuntamiento de Barcelona vigilado de cerca por los ecopopulistas y una ERC que vive en una extraña adolescencia. El anuncio de la jubilación política anticipada de Janet Sanz no solo significará un respiro para los barceloneses, sino también para el alcalde.

Barcelona, esa ciudad que un día soplaba los vientos de la trascendencia bajo el anunciado Bar-Cel-Ona, está en plena transformación, pero, a diferencia de la ciudad preolímpica, nadie sabe muy bien adónde va. Barcelona es una enorme acera que, como nexo con la ciudad de finales de los ochenta, sería la metrópoli perfecta para un renacimiento del personaje de la novela de Eduardo Mendoza Sin noticias de Gurb. En esta nueva ciudad, Gurb, completamente colocado, no solo estaría en peligro de caer en miles de agujeros, sino que debería intentar no morir atropellado por un ciclista, un patinador en patinete eléctrico, una masa incontrolada de turistas o un conductor de automóvil enloquecido por una planificación urbanística dirigida por un sociópata.

Entiendo que la bicicleta sea el medio urbano del futuro, pero antes de que los automovilistas y los motoristas seamos una raza extinta, las estimadísimas autoridades deberían implementar un código de conducta más severo a unos ciclistas que van por la ciudad con una arrogancia impropia de su fragilidad. Deberían aprender, y esto también va para los patinadores, que un semáforo en rojo significa parar, y uno en verde significa avanzar. No es tan difícil. Y que llevar a los niños al colegio en bicicleta, o recogerlos, no te otorga una divina magnificencia, sino que debes saber, desde tu superioridad moral, que eres un simple padre o madre que va a llevar o a un crío a la escuela o a recogerlo.

A esta Barcelona en transformación dicen que le espera un futuro de una sostenibilidad modélica para el resto de ciudades del mundo. Los grandes proyectos aún inacabados —la línea 9, las estaciones de la Sagrera y de Sants, el nuevo Camp Nou y alrededores, la Sagrada Familia, etc.— no dejan ver cuál será la magnitud de la felicidad o, quién sabe, de la tragedia.

Si la ciudad solo fomentara su personalidad en el urbanismo, lo tendríamos jodido. Si la ciudad solo viviera en un debate entre plaza dura o ajardinada, lo tendríamos jodido. Por cierto, algunas islas verdes parecen ya una selva donde, de la vegetación, surgen viejos combatientes indepes despistados que aún no saben que el procés ha terminado, igual que Iroo Onoda, el teniente japonés que apareció en la selva de la isla filipina de Lubang, cuarenta años después del final de la Segunda Guerra Mundial. Onoda pensaba que el mundo aún estaba en guerra y que Hirohito era Dios nuestro Señor.

Es importante que Collboni entienda que Barcelona solo será si es catalana

Un hecho que no quisieron aceptar nunca los Comuns, por un concepto anacrónico de la historia, es que Barcelona solo puede avanzar con el matrimonio entre capital público y privado, un matrimonio fundamental para el progreso de la capital de Catalunya. Ya me gustaría que nos sobrara la pasta regalada para subvencionarnos pasear al perro o ir al gimnasio, pero no es así. De Barcelona —ciudad imaginativa por antonomasia— nacen proyectos a raudales, fruto de una ciudad voluntariamente creativa, pero que quedan paralizados por las batallitas entre los partidos, un asociacionismo de patio de colegio y una calculada asfixia económica del poder jacobino, girondino y borbónico español.

La ciudad sigue estando sucia, mal iluminada y no luce los impuestos sobre impuestos que pagamos los barceloneses, tres evidencias que no van en detrimento del mandato de un alcalde que no me desagrada, si lo comparo con el de su antecesora. Pero creo firmemente que es importante que Collboni entienda que Barcelona solo será si es catalana, ateniéndonos a aquella frase raimoniana de “quien pierde los orígenes, pierde la identidad”, convertida ya en un eslogan de camiseta boomer. El PP, en su lamentable declaración de Murcia 'qué bella eres' esto lo añado yo, recordando un infecto programa de televisión—, ha afirmado que, si gobierna, solo facilitará la entrada de inmigración con raíces españolas. Detrás de esta declaración hay una intencionalidad clara que no afectará a Madrid, pero sí a las autonomías con una lengua y cultura distintas a la cervantina. Son cosas de esta España radial que tan bien perpetuaron los padres de la Constitución.

Si las encuestas resultan ciertas y en España gana el frente nacional PP-Vox, será necesaria una Barcelona fuerte para superar la embestida, porque la intentarán matar de hambre para convertir a Madrid en Eldorado. Y todo indica que el alcalde Collboni seguirá teniendo la batuta de la ciudad, y que no podrá gobernar con la tibieza identitaria en la que suelen refugiarse los socialistas equidistantes. Si tiene que gobernar durante este nuevo período de oscurantismo patrio, espero que lo haga con suficiente mayoría para no estar sometido a la voluntad de Colau, que regresará de la flotilla cargada de razones para volverse a presentar como candidata de los Comuns. La visión que tiene la exalcaldesa de Catalunya no dista mucho de la de algunos colegas de juergas políticas, los cuales identifican catalanismo con burguesía xenófoba.

Bar-Cel-Ona fue un eslogan bonito, pero estamos advertidos. Un verso de Me llamarán, un poema de Blas de Otero, dice: "Bien lo sabéis, vendrán por ti, por mí, por todos, y también por ti, aquí no se salva ni Dios, lo asesinaron". Toca prepararse para hacer de BARCELONA un bastión cultural y económico para sobrevivir a la DANA ultra que nos caerá encima y que tratará de arrastrar todo lo que no sea español, muy español, socialistas equidistantes incluidos.