El uso social del catalán como lengua va a menos y eso se nota en muchos ámbitos, entre los cuales los servicios que comportan atención al público, como por ejemplo el comercio. Hay otros donde es igualmente perceptible la bajada (bares, restaurantes, servicios personales, consultas médicas...), pero me centraré en este sector porque es un tipo de servicio que quien más quien menos utiliza con regularidad, incluso varias veces al día.

Quedan lejos aquellos tiempos en los que el comercio lo regentaba el tendero-propietario de toda la vida o alguien de su familia, en un entorno de modelo de negocio que se transmitía de padres a hijos y en que se establecía una relación casi personal entre cliente y vendedor. El comercio era casi por definición (y por necesidad) de proximidad. Proximidad en el sentido físico y en el sentido emocional, formaba parte del espacio de relación de las personas. Y en la tienda te encontrabas que, con naturalidad, fueran o no catalanohablantes, te atendían en el 100% de los casos en la lengua del cliente. En mi vida no me había encontrado, como ahora me pasa a veces, que un dependiente no te diera un "bon dia" y que no me atendiera en mi lengua.

Es cierto que la estructura de comercio tradicional ha cambiado mucho, hasta el punto que los canales predominantes en los entornos de ciudades son las grandes superficies y los establecimientos pertenecientes a cadenas. Donde antes había tenderos, hoy es más fácil encontrar empresarios comerciantes (que no están en el establecimiento) y empleados de comercio. Sin embargo, este cambio no es por sí mismo explicativo del hecho de que en algunos comercios no te atiendan en tu idioma. La actividad básica (vender) sigue siendo la misma que antes, es decir, atender personas que vienen a ver y a comprar, sea cual sea el formato o la dimensión del establecimiento. Y la atención al cliente, uno de los pilares del comercio, consiste en generar proximidad y facilidades para que quien ha entrado en tu tienda acabe comprando. Así, aunque sea de manera interesada, parece de sentido común hacerlo en su idioma, más cuando en el caso de Catalunya el catalán es idioma propio y oficial.

Es cada vez más habitual que empleados de comercio no den ni los buenos días en catalán, y que toda la relación con el cliente se haga en castellano. En muchos casos son inmigrantes, pero no siempre, porque hay personas nacidas aquí que conocen de sobra la lengua, pero que no la utilizan o nadie les ha pedido que la utilicen para relacionarse con el cliente. Este fenómeno se ha extendido de manera tan general en los Países Catalanes que, incluso en Andorra, que tiene como única lengua oficial el catalán, la atención al cliente en catalán en el comercio prácticamente haya desaparecido, como también lo ha hecho en tantas otras actividades, como la restauración.

Muchos clientes catalanohablantes, cuando entran en un comercio y el empleado se les dirige en castellano, hacen lo mismo que tanta gente hace a pie de calle, que es cambiar al idioma del interlocutor. Este es un síntoma más de la baja autoestima de los catalanohablantes por su lengua

Ahora bien, quien quisiera culpar a los trabajadores españoles, pakistaníes, sudamericanos o de dónde sea, de la no atención en catalán a clientes catalanohablantes, se equivocaría. El problema no viene de aquí y tiene sus explicaciones sociales, políticas y empresariales. Sin orden de prioridad en la presentación, a criterio mío son las que siguen a continuación:

  1. Las empresas firman contratos con trabajadores para hacer unas tareas determinadas y para hacerlas de maneras muy concretas: al cliente se lo tiene que tratar siempre de manera respetuosa, se le tiene que ofrecer la información que pide, se tienen que tener actitudes empáticas, etcétera... y es facultativo de quien contrata en el comercio establecer que en aquella empresa al cliente se lo tiene que atender en su lengua. Es una norma que parece elemental en aquellos negocios que comportan relación directa con el cliente.
  2. Muchos clientes catalanohablantes, cuando entran en un comercio y el empleado se les dirige en castellano, hacen lo mismo que tanta gente hace a pie de calle, que es cambiar al idioma del interlocutor. Este es un síntoma más, en este caso aplicado al comercio, de la baja autoestima de los catalanohablantes por su lengua. Comercialmente, la relación entre comprador y vendedor está completamente invertida: no es el vendedor quien se adapta al potencial comprador, sino que es el comprador quien, al menos en materia de lengua, se adapta al vendedor. Económicamente, no tiene demasiado sentido.
  3. Políticamente, no hay ni la valentía ni la fuerza para actuar, como por ejemplo está intentando hacer Andorra. El país de los Pirineos tiene en curso un proyecto de ley que establece que para vivir en Andorra y trabajar habrá que acreditar unas nociones básicas de catalán, y en trabajos de atención al público (como el comercio) hará falta saludar inicialmente en esta lengua y conocer el vocabulario básico. No es gran cosa, pero va en la buena línea de respetar la lengua del país, cosa que en Catalunya parece imposible.

Este es el panorama en el comercio, extensible a tantos otros ámbitos. O nos ponemos, la sociedad, las personas, los empresarios y las administraciones, o adiós a la lengua en un plazo más corto de lo que podemos pensar, para ir a replicar lo que ha pasado en naciones como Escocia o Irlanda, lingüísticamente absorbidas.