Hace tiempo, a comienzos de este 2025, el presidente del Gobierno lanzó un debate que quedó como manzana de la discordia, pero que, aparentemente, perdió pulso. Aparentemente, lo dijo en el Foro de Davos. Pedro confesó que quería acabar con el anonimato en redes sociales. Planteó entonces que las cuentas de los usuarios en internet estuvieran vinculadas a un documento de identidad digital.
Y debo reconocer que me pareció muy bien que lo dijera, aunque soy muy consciente del absurdo debate que se va a generar, y como ya está pasando, de las falsas guerras que se van a promover para empujar la opinión pública. No creo que sea necesario hacer tanto ruido, ni tanto daño en algún caso, para venir a decirle al personal que, al igual que sucede en el plano real, debemos poder ser identificables en caso de ser necesario. Y esto no significa romper con ninguna presunción de inocencia, ni dejar de ser tan libre (o tan poco libre) como lo somos en nuestro día a día "material".
De la misma manera que se supone no debemos ir por la calle insultando, agrediendo, acosando, ni pretendiendo destrozar los trabajos de la gente, se supone que es como deberíamos comportarnos en el mundo digital. Pero hasta ahora, algunos han querido entender que, por su propia seguridad, lo más inteligente era pasar desapercibidos, ocultando su identidad real, y participando en la vida de la comunicación de la red jugando a no destaparse.
Tiene lógica y tiene sentido, pues existiendo esa posibilidad, es perfectamente comprensible que haya quien la elija. Y ante la libertad, la posibilidad de usarla para mal, es decir, comportarse de manera nefasta en el mundo digital, de la misma manera que hay quien elige hacerlo mal también en el mundo material. Por eso hay quien se hace pasar por otra persona, o se aprovecha de su anonimato para atacar a otros, haciendo y diciendo cosas que, de tener que ir con su propio nombre por delante, no harían.
Las redes sociales pueden ser una fuente de información útil. Un lugar donde acceder a personas que, de otra manera, serían casi inaccesibles. Nos permiten asomarnos al mundo, conocer información en directo y hacer nuestra propia composición de un hecho, abordándolo con fuentes más o menos directas. Pero también supone una exposición de nuestra forma de pensar, un espacio en el que podemos sentirnos vulnerables, atacados y, llegado el caso, incluso machacados. Hay que tener mucho cuidado en las redes. Y por eso, es un tema que requiere ser abordado con muchísimo rigor, sobre todo, entre los más jóvenes.
La cantidad de problemas de salud mental que está generando el enganche a la pantalla, el uso de filtros para enmascarar los verdaderos rostros, la promoción de soledad, de sentimientos de aislamiento, de distorsión de la realidad, son ya una plaga. Hemos pasado del peligro de la "caja tonta" al abismo de las pantallas que absorben el tiempo de nuestros hijos y los programan con gran eficacia.
Desde aquella declaración de Sánchez fueron muchos "progres" los que dijeron que abandonaban la red social X. Porque Elon Musk es un facha y porque se había convertido lo de Twitter en un campo de batalla. Como si el PSOE, Podemos y compañía no hubieran contribuido a generar campañas de odio, acoso y desinformación desde que pusieron un dedo en el pajarito. Quizás lo que sucedió fue que por aquellos momentos, recién aterrizaba Trump, algunos corrieron a salvar (o al menos intentarlo) sus posaderas, como fue el caso de Zuckerberg, quien por esos días reconoció haber censurado a troche y moche en Facebook, y le encasquetó el muerto de la censura totalitaria y sin sentido a los verificadores, a los que acusó de estar demasiado politizados. Fueron los tiempos de tener que recoger cable y reconocer que se les había ido de las manos eso de censurar, silenciar, perseguir y atormentar a los que no comulgábamos con el discurso woke totalitario. Y claro, Elon Musk llegó prometiendo acabar con la censura, para colleja de Mark Zuckerberg y sus amigos los verificadores.
Es fundamental asumir responsabilidad en las redes, de la misma manera que se debe asumir en las expresiones públicas de nuestras opiniones. De la misma manera que sabemos que todos merecemos respeto, tanto fuera como dentro de las redes
En ese momento fue cuando esos que se sentían protegidos por las redes, los que hacían política a golpe de hashtag, se vieron debilitados y salieron corriendo de Twitter. Decían que se iban a otra red, pero parece que no terminó de cuajar, y por lo que han seguido enredando algunos en X, parece que no se han marchado del todo. Los perfiles anónimos, esos que no dan la cara, pero que insultan, acosan y difaman, promoviendo cancelaciones se quedaron para actuar más duro, si cabe, que antes.
Y la guerra entre supuestos bandos se desató en algunos grupos de supuesta izquierda y supuesta derecha. El tema ha ido tomando vuelo, hasta que en las últimas semanas se ha producido el "destape", de algunas cuentas, con muchos seguidores, que se han ido haciendo fuertes en redes como X. Algunas difunden discursos que parecen ser de derecha, o derecha extrema como se llama ahora; y otros se supone que van de progres y progres wokes.
La cuestión es que ahora han pasado de pantalla y juegan a destapar sus identidades reales, salpicando también en sus destapes a sus familiares, haciéndose públicos domicilios, lugares de trabajo, y partes íntimas de la vida de las personas que no deberían ser expuestas por terceros sin su consentimiento. Por muy fachas o muy rojos que sean. Lo llamativo y sorprendente es observar que en estas guerras de tuiteros participan ministros como el señor Óscar Puente o Irene Montero, o exvicepresidentes como Pablo Iglesias, entre otros.
Sobre el anonimato en redes recomiendo la interesantísima lectura del último libro de Alex Grijelmo, La perversión del anonimato (Taurus). Este periodista describe de manera magistral los distintos aspectos del anonimato, las posibilidades que presenta ante situaciones justificadas por las que la identidad puede suponer un obstáculo para conseguir fines positivos; y también, los peligros que reporta el hecho de no limitar la actuación potencialmente impune de quien no da la cara.
Plantea Grijelmo opciones interesantes como la que consistiría un registro en internet, que nos permita operar utilizando pseudónimos hacia los demás usuarios pero que, en caso de ser necesario, pueda servir para comunicar con la persona real que está detrás del registro. Básicamente, un número de DNI en las redes.
Entiendo a quien considere que esto es "perder libertad", sin embargo, cuando uno no tiene intención de poner en peligro ningún bien ni derecho fundamental de terceros, no debería tener miedo a expresarse. Exactamente igual que opera en la vida real del día a día. Es fundamental asumir responsabilidad en las redes, de la misma manera que se debe asumir en las expresiones públicas de nuestras opiniones. De la misma manera que sabemos que todos merecemos respeto, tanto fuera como dentro de las redes.
El debate que observo estos días no me parece, de momento, profundo. No se presentan alternativas sobre la mesa, y bien parece que el Gobierno pretende promover y forzar una serie de medidas como consecuencia de batallas y ataques que van demasiado lejos. Una vez más exponernos ante la gravedad potencial para que entendamos los riesgos existentes. Esperar demasiado tiempo, cuando prestar cuidado es necesario desde que comenzamos a operar en el mundo digital. Parece mentira que algunos como el presidente se llenen la boca de las maravillas del nuevo mundo tecnológico y sean incapaces de plantear sobre la mesa medidas innovadoras a la par que sencillas para poner freno a los delitos informáticos que se cometen cada día: desde acoso escolar, a violencia, abusos infantiles, pederastia, compraventa de órganos y un sinfín de barbaridades de las que las buenas personas no son capaces ni tan siquiera imaginar.
Necesitamos legislación específica que regule con claridad el espacio que compartimos en las redes: tanto derechos, que deben ser garantizados y protegidos, como deberes y límites, que también necesitan ser establecidos y protegidos.