A tres días de la Diada el número de inscritos es, más o menos, de 300.000. Unos 100.000 menos que el año pasado, de momento. Creo que, como cada año, la cifra final de manifestantes superará en mucho la de inscritos. Esta Diada quizás todavía más. Pero parece que cuesta. Quizás porque se quiere hacer sudar un poco a la ANC y a los partidos políticos independentistas. Porque esperar el último momento es una manera como otra de hacer entender que las cosas se podrían hacer más próximas, y se pide juicio y un cierto respeto. Porque hacerse el remilgado es demostrar que no entusiasman las disquisiciones envueltas de falsos contenidos teóricos cuando el razonamiento de fondo, a veces, o es muy primario u, otras veces, inexistente. Estamos en las últimas horas para igualar o superar la cifra de otros años, pero lo mejor sería no ponerse nervioso y entender que hay que llegar con buena forma y acierto a la lectura de la sentencia. Y eso pasa también, como entrenamiento ineludible, por una Diada de mucha gente en la calle. De una gran multitud con luz en los ojos y fuerza en el brazo.

Tiene razón el presidente Puigdemont cuando, en un vídeo con Marta Rovira, explica que esta es "una Diada especialmente importante porque nos mira a mucha gente, porque son momentos excepcionales y porque estamos a las puertas de la sentencia del juicio de la vergüenza que nos juzga a todos". Antes, la secretaria general de ERC da mucha importancia a que todo el independentismo, en su transversalidad, salga a la calle y vuelva a expresar de forma conjunta que "seguimos de pie". Dice: "Saldremos tantas veces como haga falta para defender la democracia, nuestras instituciones democráticas". Y Marta Rovira sabe perfectamente que, si de democracia se trata, la transversalidad va mucho más allá de las hileras independentistas.

Me gusta la intervención de los dos dirigentes políticos en el exilio por lo que tiene de casera y necesaria, de próxima y no ensayada, de reparadora de heridas gratuitas... y de promesa de acuerdos imprescindibles. Porque ayuda a defender derechos, en un mensaje claro que quiere y puede generar autoestima y determinación para ganar. Con sonrisas, dice Marta. Pero también con mirada larga, y tantas veces como haga falta porque tanto el expresidente como el exportavoz del grupo parlamentario nos llaman, juntos, a oponernos, juntos, a la represión que se utiliza como herramienta política. Quizás los spin doctors de la división no aconsejasen este video. Yo lo prefiero mil veces a los enfrentamientos estériles, a los discursos del rencor de Cs, a las ranas corruptas del PP y a las declaraciones y elecciones desacertadas que hace y quiere hacer el PSOE para prescindir de periféricos y periferias.

Por más que los militantes le gritaran al oído "Con Rivera no", Sánchez sigue ahora una ley de bronce no escrita que lo va alejando de la ciudadanía a medida que comulga con la secta de la demoscopia. Esta técnica que no se conforma en serlo, que se cree omnisciente, pregunta y anota lo que se responde a las encuestas pero no recoge matices, ni descontento, ni propuestas de cambio. Si el cuestionario se ha pensado en las capitales más alejadas (ya sea Madrid o Bruselas) se pueden encontrar que la única respuesta que se corresponde con la realidad vivida ni siquiera esté a la corta lista de posibles alternativas. La verdad cotidiana, inapelable, desaparecerá entre un "no me consta" o la basura nunca reciclada del subconjunto de "otros", escondida en un cajón de sastre que es el limbo de los sondeos de opinión. Un pozo donde nadie osa zambullirse. Pero preguntar para saber y entender es mucho más que rellenar por teléfono un formulario pautado que no admite contestaciones inesperadas ni contrapreguntas que obligan al diálogo. Y así, bajo el peso de una ley de Gresham que difunden politólogos en la cumbre de los aparatos partidarios, la mala política desplaza a la buena.

La epidemia de los estudios de opinión también se ha hecho viral en Catalunya. Y aunque ha demostrado su escaso acierto predictivo, se sigue poniendo como fondo de pantalla un espejo de mano mientras se repite en bucle la pregunta: "Dime, sondeo, ¿quién ganará las próximas elecciones?". Y si como parece, los políticos hacen caso a las encuestas, pueden conducirnos a una pesadilla que no nos merecemos. Pero es que mientras todo son autopistas y redes gratuitas para llegar y difundir las malas políticas, la buena política puede costar un peaje de empatía y claridad demasiado caro, por lo visto. La que no quiere ni el IBEX ni el Rey porque hace República, llena la Diada y construye, apoderando la ciudadanía, un tsunami democrático por los derechos y la justicia.