Me molesta que los católicos tengamos fama de estar enfadados y me molesta que según qué católicos estén siempre dispuestos a poner de excusa el ambiente hostil para estarlo. Hace pocos días que se ha estrenado en Disney+ Amén. Francisco responde, una conversación del papa Francisco con una decena de jóvenes muy diversos. He leído varias críticas provenientes de católicos y todas tenían una cosa en común: les ha parecido que el casting de los jóvenes que hacen preguntas al Santo Padre no estaba lo bastante bien escogido, como queriendo decir nosotros no estamos o "no salimos lo suficiente". Solo hay una chica que sea católica practicante como lo entendemos aquí y parece que injustamente se le haya encargado la misión de representar a todos los jóvenes que comulgan con el mensaje de la Iglesia del mundo. O del mundo hispanohablante, claro está, porque de una cosa dirigida por Jordi Évole siempre se tiene que sospechar alguna voluntad política inconsciente.

El Santo Padre se la juega porque no está dispuesto a perder un espacio con un público tan transversal. Es un Papa que quiere estar en el mundo y eso tendría que generar toda la confianza posible

La cosa, sin embargo, es que a los católicos acostumbrados al baile de bastones dialéctico, cualquier premisa que nos sitúe en el centro de atención nos pone en alerta. Ver el Santo Padre justo en medio de un público como este me parece que nos hace sentir dos cosas bien naturales. La primera, desear un documental diferente, uno más feelgood en el que jóvenes que cada día viven su fe con naturalidad en entornos en que son una anomalía pueden tener contacto con el más alto de los representantes de la institución que les hace de paraguas. La segunda, si la conversación no tiene que ser esta, desear como mínimo un equilibrio de fuerzas entre el público que hace las preguntas para que el reparto sea más justo o que se parezca a nuestra idea de lo que es justo. Es un error pensar que el Santo Padre se prestaría públicamente a hacer nada que nos dejara mal. Cogérselo por este lado, por el lado que pincha y desde el que podemos justificar nuestro ñiñiñí, parte de una desconfianza con Francisco. Una desconfianza injustificada, me parece. Es el Santo Padre y se la juega grabando un documental poco convencional para Disney+ porque no está dispuesto a perder un espacio con un público tan transversal, un público a quien el mensaje de la Iglesia o bien no llega porque no forman parte o bien llega embrutecido por prejuicios y filtros tendenciosos. Es un Papa que quiere estar en el mundo, y eso tendría que generar toda la confianza posible.

La chica expresa que no sabe cómo hacer entender que Dios es la respuesta al dolor, a la tristeza y a la insatisfacción permanente que en algunos les marca el ánimo

En la conversación salen todos los grandes temas que orbitan la Iglesia y la sociedad: colonialismo, aborto, sexo, abusos sexuales en la Iglesia, abusos psicológicos, distanciamiento entre la institución y la sociedad, feminismo, el colectivo LGTBI+, pornografía, migraciones y racismo. El Santo Padre tiene un discurso sólido que sabe transmitir sin renunciar a la empatía. "Siéntete libre para expresarte", "llora si lo necesitas" o "tómate tu tiempo" son cuñas que repite para poder dialogar con un grupo de jóvenes que no esconden sus heridas, algunas provocadas por hombres y mujeres de la misma Iglesia. La charla avanza con un Francisco que no renuncia al tono de diálogo, más que de monólogo y de discurso oficial masticado, hasta que finalmente comparte su experiencia la chica de Madrid, católica practicante proveniente de un entorno muy religioso. A mí, como católica, oírla hablar me corrigió la visión de la conversación. Es el punto de inflexión que vuelve el tablero porque expresa, resumidamente, que ve el mal y el sufrimiento del mundo y no sabe cómo hacer entender que Dios es la respuesta al dolor que palpa, a la tristeza que muchos cargan y a la insatisfacción permanente que en algunos les marca el ánimo.

La del Papa es una posición de acción y de disponibilidad para los otros sin renunciar a la verdad que Dios, Jesús de Nazaret, nos salva cada día y lo hace todo mejor

Se invierte el marcador —en mi caso lo invierte—, porque como católica me dejé de buscar entre el público y entendí que el Papa no se había prestado a la conversación para que la representación de los jóvenes y sus inquietudes le fueran más o menos favorables. En aquella escena, el representante de los católicos es él. Los católicos no somos el público —o no lo somos del todo— y esta es la gracia, que no tenemos que estar porque la fe nos invita a participar en la sociedad y no a ser simples espectadores. Nos tenemos que sentar en la butaca del papa Francisco de nuestras vidas y explicarnos el mundo como lo hace él. Es una posición de acción y de disponibilidad para los otros, sin renunciar a la verdad que Dios, Jesús de Nazaret, nos salva cada día y lo hace todo mejor. Es lo que hacemos cuando detectamos que un amigo nos necesita, que alguien ha sido herido y necesita un lugar seguro para explicarlo o que alguien busca a Dios, pero no sabe por dónde ir. Pensar que el documental no hace servicio a los católicos porque no somos bastantes entre el público o porque los jóvenes que están no hacen las preguntas que como católicos habríamos hecho es, otra vez, estar disponible para poca cosa más que para estar irritado. Mirárselo así de entrada e ir dejándose ganar por el papel que hace el Santo Padre, que siempre nos representa, abre paso a un servicio personal mayor que el de oír que se refunfuña con motivo. Las necesidades del mundo, igual que las preguntas que los jóvenes hacen al Papa, no las escogeremos nosotros. El mal del mundo no se escoge a la carta y, a pesar de eso, ser católicos nos pide pasar a la acción para ser ejemplo vivo de una vida mejor, una vida con Dios. Como el papa Francisco.