Press es una miniserie de televisión, de 6 episodios, producida por la BBC y que se estrenó el año pasado. A pesar de que es un drama con mucho dinamismo, el retrato del periodismo está 20 años desfasado, según escribió el crítico de The Guardian. Puede que sea cierto que esta ficción llega con un poco de retraso, cuando el mundo de la prensa escrita tiene un futuro incierto, si es que ya no está en crisis, pues está a merced de la era digital y del ciclo informativo de 24 horas. Sea como sea, Press es la historia del enfrentamiento entre dos diarios ficticios, el progresista The Herald y el tabloide sensacionalista The Post, dirigido por un periodista cínico que no sabe dónde guarda los principios que defendía en sus años mozos. Los dos diarios abordan las mismas informaciones, pero desde miradas muy distintas, y la miniserie se centra en la salvaje disputa por el favor de los lectores que entablan las dos redacciones. Alimentan los apriorismos de su público.

No les voy a estropear el entretenimiento contándoles lo que ocurre en la serie. Véanla ustedes en Filmin. Lo que me interesa destacar ahora es un pequeño diálogo entre el director de The Post, personaje interpretado por Ben Chaplin, y una prostituta de lujo con quien se relaciona. Recién aseados y desayunando juntos frente a una cristalera que deja ver el paisaje urbano londinense que más se parece a Manhattan, con la torre Foster presidiendo el enjambre de rascacielos, el periodista le está echando un solemne rollo a la chica sobre su desgraciada vida. Cuando él se levanta y decide marcharse, ella le dice: “Sin padres. Tuviste que luchar”. Él la mira y le advierte que no volverán a encontrarse hasta dentro de un par de días. Entonces ella le sorprende con una pregunta lanzada con indiferencia: “¿Vuelves a casa con tu mujer e hijo?”. Y él puntualiza: “Nunca te he dicho que tuviera mujer e hijo”, a lo que ella responde: “Estabas borracho y a veces te pones triste. Es bueno que vuelvas a casa”. En ese preciso momento él recibe un WhatsApp, cuyo contenido no les puedo revelar sin que me acusen de anticiparles parte de la trama de la serie, y después de leerlo alza la vista para mirar fijamente a la rubia prostituta, que sigue sentada, y le lanza, circunspecto: “Por cierto, todo eso. La historia de mi vida. La banda. Lo de basurero. Me lo inventé. Tú no me cuentas nada, yo tampoco lo haré”. Ella le replica: “Pero sales en los periódicos. Deberías estar al tanto de toda la información”. Es en ese instante cuando el cínico periodista se muestra con todo su esplendor: “¿Información? La información no es nada. A mí lo que me importa es el relato” y se da la vuelta para dirigirse hacia la salida con aires algo chulescos.

La información se queda en nada si lo único que importa es el relato que construye el periodista

Ya saben ustedes que en inglés “story” (relato) no significa lo mismo que “history” (historia), por lo que los que vean la serie traducida se van a perder ese matiz. Lo mismo les ocurrirá a los que opten por la VO pero sigan los subtítulos. La información se queda en nada si lo único que importa es el relato —el cuento, vamos— que construye el periodista. A veces se asegura que la posmodernidad era eso, cuando no lo era. La “realidad desdibujada” por los medios de comunicación de masas y las ideologías totalistas, omnicomprensivas, es precisamente lo que criticó François Lyotard al dictaminar la muerte, por el exceso de subjetividad, de los grandes relatos ideológicos. Lo malo es que a menudo los periódicos, digamos serios, se dejan llevar por las historias que inventan los escritores para desdibujar la realidad. Lo estamos viendo desde que empezó la fase aguda del conflicto entre Catalunya y España. Los hechos en este caso tampoco cuentan, solo vale el relato que escriben los comentaristas de régimen.

En todas partes cuecen habas, me dirán ustedes. Sí, no lo dudo. Pero unos las cuecen más que otros. ¿Hubo o no hubo violencia el 20-S ante la sede de la vicepresidencia de la Generalitat? Con el montón de imágenes que circulan por todas partes, no caben las interpretaciones fantasiosas de los guardias civiles que están declarando esta semana en el juicio contra el independentismo democrático. Lo intolerable es que frente a tanta mentida, alguien, que dice ser demócrata y abierto, se atreva a escribir en las páginas de opinión de uno de esos periódicos que aborrecen a los sensacionalistas que, aunque sea cierto que buena parte de los líderes independentistas, encarcelados y juzgados en el Supremo, son víctimas de la subordinación del derecho penal a la razón de Estado, ese mal no se habría producido si los independentistas no hubiesen sobrevalorado sus argumentos. El articulista debe pensar, en feliz coincidencia con el cínico director de The post, que la información no importa. Que lo que vale es el relato, incluso para inventarse banderas que nadie alzó o para polemizar sobre colores y lazos. Si la razón de Estado que esgrime el autor de la pieza es que en España no se puede reclamar realmente la independencia sin que te muelan a palos o te lleven a la cárcel, eso quiere decir que el régimen constitucional de 1978 jamás fue una verdadera democracia.