1. Un partido político no es un club de amigos. A veces incluso es exactamente lo contrario. Italia ha dado ejemplos de ello incluso en los partidos recién nacidos. La movida interna en el M5E, que se abrió con la dimisión de su secretario general, Luigi Di Maio, en enero de 2020, se solucionó a finales del mes pasado con la elección de Guiseppe Conte como nuevo líder. En el trayecto hasta llegar a Conte, que ni siquiera era militante, el partido fundado por Gianroberto Casaleggio y Beppe Grillo ha dado muchos tumbos. Se presentó como el partido anticasta, al estilo Podemos, pero menos rojo, mientras que ahora Conte afirma que “es evidente” que el eje del partido es el centroizquierda: “Las exigencias del Movimiento recalan ahí, Pero también tenemos que mantener aquel populismo sano del primer gobierno para evitar los grupos de presión que en Italia influyen, especialmente, sobre el centroizquierda”. El desgaste de los grillini ha sido enorme. El problema del M5E fue, entre otros muchos, la personalidad de su secretario general, Di Maio, quien desde el principio era muy débil políticamente y entre los barones de su partido.

2. La década soberanista en Catalunya puso en crisis a casi todos partidos catalanes. Sin olvidar el peso de la corrupción, claro está. Incluso Ciudadanos, que creció como consecuencia de la crisis del PSC, hoy en día ha entrado en una crisis que parece irremediable. Ser un vaso comunicante con los socialista les ha drenado la base electoral que en 2017 les convirtió en el primer partido del Parlament catalán. En 2021 lo es el PSC. Ningún partido ha salido indemne del tsunami que arrasó con las viejas estructuras partidistas. CiU se disolvió, digan lo que digan ahora Jordi Pujol o Santi Vila, porque los casos de corrupción le pasaron factura y la gente, por muy mediterránea que sea, no es tan mema como para aceptar a esa casta inútil que se benefició del pujolismo, lo que incluye a muchos socialistas. El PDeCAT debería ser calificado como el partido walking dead. No ha levantado cabeza desde su turbulento nacimiento que encumbró a la vanidosa Marta Pascal. Ahí está, esperando la unión con otros partidos zombi para intentar asegurarse la supervivencia con algunos concejales y alcaldes.

Junts no es un partido populista, pero debería seguir el consejo de Conte y neutralizar a la casta interna si quiere ser creíble

3. El actual Junts per Catalunya es un partido que nació con fórceps. Fue el recambio al fracaso de la mejor iniciativa política de los últimos tiempos: la Crida Nacional per la República. Un mal recambio, como queda claro cuando desde el Palau de la Música se le sigue reclamando algún tipo de responsabilidad sobre la estafa de CDC. Junts era, inicialmente, un grupo parlamentario plural, nacido del 1-O de octubre, que ha ido perdiendo pluralidad y frescura con el tiempo. A medida que se sucedían las crisis, los antiguos convergentes iban ganando terreno. El summum de ese control se ha producido ahora, cuando el Govern —la mitad que les corresponde— ha quedado en manos de una de las antiguas facciones convergentes. Para la mayoría de los militantes de Junts, rebajar el significado de lo que fue el 1-O —por poder o por un indulto— es algo más que un sacrilegio. Es dinamitar los fundamentos del partido.

4. El problema de Junts es que su secretario general, Jordi Sànchez, es acusado por todas la facciones de ser un lobo solitario que, además, practica un autoritarismo excluyente. Afirman sus críticos que solo favorece a una camarilla de aduladores que no dan cabida a las demás familias. El control es férreo. La contestación a Jordi Sànchez ha ido creciendo a medida que iba apartando a los dirigentes que le molestaban. A lo sumo, dicen sus críticos, pacta con un sector (como se ha visto con la formación del nuevo gobierno), lo que provoca que aumente el descontento entre los que se sienten damnificados y excluidos. Artadi y Calvet son sus últimas víctimas. Todos los organismos vivos sufren tensiones, deben tenerlas si no quieren convertirse en una secta, pero lo mejor es procurar vivirlas con aprecio por los demás. En los burladeros del entorno de Junts se comenta que Sànchez está consiguiendo reagrupar en su contra a dirigentes que antes estaban enfrentados precisamente por su total falta de empatía. Resulta preocupante que haya quien esté dispuesto a destruir lo que Puigdemont supo unir.

5. Observado desde fuera, pero conociendo lo que se cuece dentro, es fácil llegar a la conclusión de que el reparto de responsabilidades en el nuevo gobierno responde a un pacto entre Puigdemont, Sànchez y Turull. Entre los consellers el reparto es bastante proporcional, puesto que el conseller de Salut es aceptado por todos. En cambio, entre lo que se ha dado en llamar sottogoverno, las huestes de Turull arrasan. Se han repartido el pastel sin pizca de generosidad y con alguna indecencia. Sànchez, que rige el partido como un autócrata, o eso dicen, no tiene familia en la que apoyarse (y eso le libra de los favoritismos) y ha dejado en manos de los de siempre la responsabilidad de estar al mando de la Generalitat en el papel de actores secundarios de Esquerra. Junts no es un partido populista, pero debería seguir el consejo de Conte y neutralizar a la casta interna si quiere ser creíble. Puede que ahora Sànchez logre apaciguar los ánimos si Puigdemont deja de actuar como si el partido no fuera con él. Un partido que tiene sus orígenes, eso no debería olvidárseles jamás, en la fidelidad de muchas personas a su liderazgo presidencial. Ahora bien, si Jordi Sànchez sigue acumulando enemigos, cada vez más importantes, acabará como Di Maio, teniendo que dimitir. Su temperamento es ejercer la autoridad sin limitaciones y esa tozudez suya puede provocar un baño de sangre. Si él decide por Puigdemont sin ningún contrapoder, puede que Junts no tenga cura.