Durante los primeros años de la Transición, cuando parecía que los comunistas eran más de lo que después fueron, en Catalunya la reordenación del espacio socialista se llevo a cabo muy rápidamente después de la muerte repentina de Josep Pallach el 11 de enero de 1977. Los tres partidos socialistas, si bien la Federación Catalana del PSOE no fue nunca un partido en sí mismo, se unificaron en 1978 y se supone que de este modo quedaba superada la división abierta en 1925 con la creación de la Unión Socialista de Catalunya (USC), reproducida en 1946, cuando la fracción mayoritaria del POUM dirigida por Josep Rovira creó el Movimiento Socialista de Catalunya (MSC). A diferencia de los disidentes del PSUC, que se adhirieron al MSC, la Federación Catalana del PSOE, en fase de reconstitución, no quiso integrarse en este nuevo grupo.

Eso pasaba en el exilio, puesto que en el interior de Catalunya las cosas no fueron tan fáciles. En el POUM dominaba la facción del tándem Wilebaldo Solano y Juan Andrade, que se negó a la integración, lo que provocó que la creación del MSC en el interior se atrasara casi un año. Aun así, en la década de los años sesenta, una joven generación influida por el guevarismo y la lucha anticolonial argelina, creó nuevos grupos de inspiración socialista, por ejemplo la Asociación Democrática Popular (ADP) (1959) de la que nació el Frente Obrero de Catalunya (FOC) (1961), la Alianza Popular de Izquierda Socialista (APES) (1963), la Fuerza Socialista Federal (FSF)(1964). A finales de los años setenta, ninguno de estos grupos existía, ya fuera porque habían derivado en organizaciones comunistas de extrema izquierda, ya fuera porque simplemente se disolvieron para desembocar en el MSC.

En la primera unificación socialista, la que trajo la división entre el PSC (Congrés) de Joan Reventós y Raimon Obiols y el PSC (Reagrupament) de Josep Pallach, si bien reproducía la división del MSC de 1966 entre los marxistas (Reventós) y los no marxistas (Pallach), el PSOE no participó. Como ya he dicho, después de la muerte de Pallach los hechos se precipitaron. La convocatoria de elecciones generales para el 15-J de 1977 propició la constitución de la coalición “Socialistes de Catalunya”, en la cual no obstante sólo participaron el PSC (Congrés) y la FC del PSOE, como paso previo a la unificación. El paso definitivo llegó en los primeros días de abril de 1977, cuando el consejo general del PSC y el comité nacional de la Federación Socialista Catalana aprobaron el protocolo del “Pacto de Abril”, que empezaba afirmando un compromiso mayor: “realizar la unidad socialista mediante un proceso que culminará en la constitución de un único Partido Socialista de Catalunya”. Leído hoy, cuando la gestora de un PSOE en crisis quiere eliminar la singularidad nacional del PSC (PSC-PSOE), tiene gracia que el órgano supremo en Catalunya de la antigua Federación Catalana del PSOE se denominara “comité nacional” y que el del PSC-C tan sólo fuera un “consejo general”.

Si la izquierda catalana está en estos momentos tan fragmentada es precisamente por el impacto del hecho nacional sobre las organizaciones que se llaman de izquierdas

Desde entonces ningún otro grupo político ha reivindicado el espacio socialista. Durante los años de la transición se escribieron un montón de trabajos historiográficos sobre la tradición socialista en Catalunya y, en especial, sobre la relación entre socialismo y nacionalismo o bien, si se quiere formular como se decía antes, entre socialismo y cuestión nacional. Jesús M. Rodés, Albert Balcells, Ramon Alquézar, José Luís Martín Ramos y otros muchos autores aportaron datos y reflexiones sobre la historia del socialismo catalán. Entonces, más que ahora, se buscaba la legitimidad del presente en el pasado. Al fin y al cabo, la Transición también propició el pacto entre las nacionalidades históricas con los descendentes del franquismo. Sin este pacto, que comportó el reconocimiento —y por lo tanto la legitimidad—, de los gobiernos vasco y catalán en el exilio, hoy en día no existiría el Estado de las Autonomías. Tan importante fue la legalización del PSOE y del PCE como el regreso de los presidentes Leizaola y Tarradellas, si bien en cada caso se siguieron procedimientos diferentes. La Generalitat se restableció mediante un Real decreto de 29 de noviembre de 1977, por lo tanto con aquel acto legislativo se reconocía explícitamente que el autogobierno catalán era anterior al nuevo orden constitucional que todavía no había sido aprobado, mientras que el Gobierno vasco se extinguió el 17 de diciembre de 1979 en un acto celebrado en la Casa de Juntas de Gernika. Leizaola hizo la entrega simbólica de las llaves de la sede del Gobierno de Euskadi en París a Carlos Garaikoetxea, presidente del Consejo General Vasco, pero en aquel acto tan sólo acudieron los representantes de PNB y Euskadiko Ezkerra, puesto que los consejeros del PSE-PSOE y UCD ya no reconocían la legitimidad de Leizaola. Esa no fue una diferencia menor entre socialistas vascos y catalanes. El PSOE había abandonado el Gobierno vasco en el momento de ser aprobada la Constitución el 1978, mientras que el PSC jamás puso en cuestión la legitimidad histórica de Tarradellas.

El profesor Martín Ramos, quien con los años llegó a ser coordinador del Archivo del Socialismo Catalán de la Fundación Campalans, en 1974 publicó un artículo, “El PSOE y Cataluña. Aproximación a la historia de un fracaso”, muy adecuado para los tiempos que corren porque demuestra hasta qué punto es antiguo el debate sobre la relación entre obrerismo y catalanismo. Buscado la unidad, la izquierda catalana siempre ha topado con el mismo escollo. El año 1933, por ejemplo, una vez aprobado el Estatuto de Autonomía, se intentó la fusión entre la Federación Catalana del PSOE y la USC. Pero como explica bien Daniel Guerra Sesma, los diferentes orígenes ideológicos de las dos fuerzas, la opción de cada una por unos referentes sindicales también diferentes, la diversa evolución política y, sobre todo, la manera diferente de entender el hecho nacional que tenían las dos organizaciones, provocó el fracaso del proyecto. La pretensión de la USC de actuar soberanamente en el ámbito de la política catalana, en coalición con ERC en un gobierno de izquierdas en la Generalitat de Catalunya, topó con el rechazo de un PSOE que se había radicalizado y que sólo doctrinalmente era federalista.

El PSOE no ha entendido casi nunca el significado del catalanismo popular, lo ha menospreciado e incluso lo ha combatido

La historia a veces provoca desasosiego, especialmente cuando se constata que hay fenómenos que se repiten una y otra vez. El PSOE no ha entendido casi nunca el significado del catalanismo popular. Lo ha menospreciado e incluso lo ha combatido. Si en 1910 Pablo Iglesias —el de verdad, para entendernos—, se extrañaba, como explicó Rodés, de que Gabriel Alomar quisiera conjugar obrerismo y catalanismo, hoy en día el jefe de la gestora del PSOE, el asturiano Javier Fernández, pero sobre todo su mentora, la andaluza Susana Díaz, quieren cargarse el PSC tal como fue concebido en 1978. Si la izquierda catalana está en estos momentos tan fragmentada es precisamente por el impacto del hecho nacional sobre las organizaciones que se llaman de izquierdas, incluso por encima de los sectarismos fratricidas y de la diversa cultura política que separa el PSC de En Comú Podem, de ERC o de la CUP. El PSOE obliga al PSC a alinearse con el unionismo del mismo modo que Joan Herrera, ahora reubicado como director de la escuela de formación de CC.OO., justifica el suyo con una afirmación estadísticamente inexacta, como le recuerda Andreu Barnils en un muy buen artículo. Herrera vuelve al mismo cuento que utilizó la izquierda catalana en 1914 para aliarse con el populista Lerroux simplemente porque no tenía alternativa: “la independencia [entonces decían el catalanismo] no ha penetrado entre la clase trabajadora”. Tanta ceguera les llevó al desastre.

El PSC tiene una mala salud de hierro, pero la crisis que arrastra tiene unos fundamentos nacionales que los mismos socialistas catalanes se resisten a resolver. Cien años atrás, como ya constataba en 1978 Jesús M. Rodés en el artículo “Socialdemocràcia catalana i qüestió nacional (1910-1934)”, que la “sospecha ante cualquier intento de vincular socialismo y catalanismo será a partir de ese momento —con las escasas excepciones que señalaremos— la constante mantenida por las instancias centrales del PSOE, constante que, como la falacia y fácil reducción catalanismo = burguesía, se mantendrá a lo largo del siglo por más de una de las corrientes del movimiento obrero español”. ¿Verdad que da pereza volver a intentar convencerlos? El PSC —o lo que representa— quizás tendría que seguir la propuesta de Pallach que el MSC rehusó en 1966, cuando el líder socialdemócrata se mostró partidario de disolver la organización socialista en un proyecto de alianza orgánica con sectores liberales de centroizquierda. Como intuyó Pallach, ahí es donde se sitúa el grueso del electorado catalán, que hoy es, además, abiertamente soberanista o independentista.