© ACN

1. La Guerra Civil no la ganaron los franquistas, la perdieron los republicanos. Gracias a la historiografía, y una vez superada la etapa de los historiadores militantes, tenemos estudios suficientes que nos demuestran hasta qué punto el intento de hacer la revolución mientras se combatía el fascismo fue suicida para los intereses del republicanismo demócrata. La lástima es que la sensatez, es decir la necesidad de priorizar ganar la guerra y dejar para más adelante la revolución, fue acompañada del predominio de los estalinistas que, con su pensamiento totalitario, decidieron liquidar a los “revolucionarios” con violencia y mentiras. El asesinato de Andreu Nin, el mítico dirigente del POUM, a manos de los estalinistas es el ejemplo más claro de que la imposición de una forma “correcta” de entender el momento histórico puede derivar hacia las formas más criminales de actuar. Cuando la política fracasa, la violencia se impone. Se extiende como una enfermedad que carcome toda posibilidad de victoria. Disponemos de muchos testigos de los reproches entre los exiliados republicanos a las diversas facciones que ayudaron, aunque fuera indirectamente, a la consolidación del franquismo.

2. Dicen que los humanos somos la especie que tropieza con la misma piedra reiteradamente. Somos animales racionales, pero con una memoria más corta que la cola de un conejo. El franquismo se dilató en el tiempo porque la oposición democrática tardó mucho en recomponerse. Está claro que la represión fue muy dura y consiguió asustar a la población, que, incluso en el caso de antiguos militantes “revolucionarios”, abandonaron toda actividad política hastiados por el politiqueo y por miedo. ¿Cuántos nietos no descubrieron dónde estaban sus abuelos y qué hicieron durante la Guerra Civil después de la muerte del dictador? El recuerdo de las disputas entre republicanos contribuyó al silencio tanto como la represión franquista, que no cejó hasta el final de sus días. Los políticos antidemocráticos aprovechan el miedo y el tedio de la gente para imponerse. La cuestión es debilitar al enemigo como sea. España no es hoy en día una dictadura, pero tampoco es una democracia plena. La persecución judicial del independentismo catalán es una forma de extender el miedo para destruir voluntades y sustituir el parlamentarismo por los tribunales de justicia. Primero fue Catalunya, pero ahora le llega incluso el turno a la Comunidad de Madrid. Tener miedo es humano. Por suerte, los políticos también son personas de carne y hueso y es inútil hacerle reproches a quien demuestra temor en público. Somos humanos y, cuanto más humanos seamos, quizás más lúcidos.

La rivalidad entre las tres facciones es tan bestia, tan irresponsable, que recuerda la disputa entre los republicanos durante la Guerra Civil. Son ganas de perder la guerra de nuevo.

3. La constitución del Parlamento de Cataluña y la elección de la nueva presidenta, la M.H. Laura Borràs, es resultado de las negociaciones entre ERC, Junts y la CUP-Guanyem, los tres partidos independentistas con representación parlamentaria. La rivalidad entre las tres facciones es tan bestia, tan irresponsable, que recuerda la disputa entre los republicanos durante la Guerra Civil. Son ganas de perder la guerra de nuevo. La diferencia entre entonces y ahora es que, salvo la CUP-Guanyem, que jamás decepciona y casi siempre se equivoca, no sabría determinar cuál de las dos otras facciones, Junts y ERC, representan el papel que ERC y el PSUC adoptaron en 1937 contra el POUM y la CNT —que aun así tenía una corriente que dudaba—, que se emperraban en hacer la guerra y la revolución a la vez. Lo digo porque no todo lo que se ve es lo que es cierto realmente. La elección de Laura Borràs como presidenta no indica que Junts haya decidido poner la directa e intentar imponer desde el Parlamento lo que será más difícil que se pueda concretar en un Gobierno presidido por el Honorable Pere Aragonès. Podría ser que fuera todo lo contrario: que la presidencia fuera un refugio personal de quien no tiene los instrumentos políticos adecuados para gestionar las contradicciones, que es la orfebrería de la política, de haber perdido la preeminencia. En política, como en el ciclismo, no siempre quién tira del grupo en una escapada llega primero a la meta.

4. La M.H. Laura Borràs leyó un discurso extraordinario el día de su toma de posesión. Un discurso político, sin florituras literarias ni citas eruditas, cosa muy extraña en esta profesora que tiene una memoria prodigiosa y que con demasiada frecuencia se resiste a reconocer que ahora es una política a jornada completa, tanto como antes lo han sido otros muchos universitarios. El pasado viernes dejó atrás la coquetería de algunos electos de Junts sobre sí son políticos o no, y optó por pronunciar un discurso de calado político para reivindicar la preeminencia del parlamentarismo por encima del autoritarismo y para reivindicar, sobre todo, la antigua presidenta Carme Forcadell, que está en la cárcel, precisamente, por haber intentado canalizar democráticamente el proceso soberanista en las famosas sesiones del 6 y 7 de septiembre de 2017 durante las cuales se aprobaron las leyes de desconexión, la de referéndum y la llamada ley de transitoriedad jurídica. Aquellas sesiones, que los dirigentes de los comunes —a pesar de que entonces no se identificaban con este nombre— calificaron ridículamente de golpe de estado simplemente porque no tenían los votos suficientes para tumbarlas, no sirvieron para culminar el objetivo que se perseguía. Aprobar una ley no significa imponerla, después hay que debatir como desplegarla y saber defenderla. Pero esto no contaba para gente como Joan Coscubiela, Lluís Rabell o Jéssica Albiach. Cuando los ancestros han sido totalitarios, los descendentes llevan el totalitarismo en la genética. Es una cuestión de ADN, como diría desde el exilio Joaquín Maurín, uno de los supervivientes del POUM a la persecución estalinista, refiriéndose a los militantes del PSUC, incluso a los que, como Joan Comorera, serían defenestrados.

5. Ya tenemos constituido el Parlament de la XIII Legislatura (mal número para los supersticiosos). Ahora debe elegirse el nuevo presidente de la Generalitat, que no puede ser nadie más que el líder de ERC, Pere Aragonès, y que a continuación se constituya un Govern eficiente que acabe con la guerra civil entre independentistas. A pesar de no compartir las razones por las que Mireia Boya exhorta a la CUP-Guanyem a asumir responsabilidades gubernamentales, me parecería perfecto que los cuperos se responsabilizaran de la gestión de un departamento en el nuevo Govern. La necesidad de gestionar desbrava la excitación verbal. Lo demuestran muchos concejales y alcaldes de la CUP que, como todos los políticos, saben nadar y guardar la ropa cuando es necesario. Podría poner muchos ejemplos, pero no es necesario. Quizás ha llegado la hora de ayudar la CUP a dar este paso a nivel nacional y acabar de una vez por todas con la inestabilidad que genera desde 2015 que uno de los partidos independentistas asuma el papel de Pepito Grillo mientras los otros dos se tienen que remangar para sacar adelante el país y el proceso de liberación nacional. Si la voluntad de la CUP-Guanyem o incluso ERC es hacer la revolución, quizás deberían aprender de la historia y ganar antes la guerra entre todos.